El auca del Señor Esteve

Las familias empresarias trabajan y viven con herencias, orgullos y pasiones enrevesadas

No todo el mundo sabe cómo tratar el cliente detrás el azulejo | iStock
No todo el mundo sabe cómo tratar el cliente detrás el azulejo | iStock
Jordi Tarragona
Consejero de familias empresarias
Barcelona
30 de Septiembre de 2020

En 1907 en Santiago Rusiñol y Prados publicó la conocida novela, ilustrada por Ramon Cases, que da que pensar sobre muchos hechos de familiaempresaria. Resumiendo:

 

El día que nació el Estevet, su padre, el señor Ramon, después de esperar años a aquella criatura tardía no pudo estar junto a su esposa. Estaba a "La Puntual", la tienda de betas e hilos de más crédito y de más giro de cuatro calles de largo a largo. ¿A quien se asemejaba la criatura? fue el pensamiento que tuvo.

El primero en ir fue el abuelo, el señor Esteve, el fundador de la Casa fundada en 1830. Le hizo bajar a la tienda como aquel que te lleva a la iglesia. Era un hombre práctico. Sabía como se trata detrás del mostrador. Con una pequeña fortunita, se había retirado del activo, pero se había quedado él como consejero.

 

Para preparar el porvenir del Estevet, hubo consejo de familia (allí no se movía una silla sin que hubiera un consejo de familia). "Quiere ser comerciante, como todos los de nuestra casa. No le enseñe muchas cosas. Los que saben demasiadas cosas se distraen del negocio. Incúlquele buenas ideas: mirar donde pasan los cuartos, y seguirlos, y pararlos honradamente, y después saberlos guardar".

Tenían aquel empujón comercial, que hace que cuando el negocio ya anda, continuará andando bien. El Estevet entraba de cara a "La Puntual", se subscribió al Brusi, prueba clara que llevaba ideas de progreso. Después dio un repaso al género, y quiso que el escaparate fuera una exposición permanente.

El señor Esteve acabó de convenir (con el consuegro) todos los detalles que faltaban para que los chicos tomaran el estado, que es el estado natural del hombre. El abuelo le había dicho "Estevet la "mujer la tienes segura y la clientela es caprichosa", pide en Montserrat, nuestra Virgen, que os dé lo que convenga: Prosperidad, buenas compras, buenas ventas y clientela".

El Estevet, que desde entonces era Esteve, tenía todas las virtudes del hombre que quiere hacer fortuna. Tenía el sexto instinto que tiene el tendero, que le hace ver todas las cosas por el lado que dan claridad. Había nacido con la sagrada paciencia de un buen pescador de caña.

¡Qué rayo de solo entró en aquella casa al venir Ramonet al mundo!  ¿Y si fuera un heredero? "Valdría más que Nuestro Señor se lo llevara antes de ver semejante cosa". "No se fija", decía mucho el padre. "Ya se fijará", decía la madre. El chico vivía en la tienda, pero su espíritu no vivía; tenía hambre de leer todo lo que encontraba.

El señor Esteve, muriéndose, "me voy, pero no os alarméis, porque lo dejo todo arreglado. Tengo testamento hecho, que no os lo enseño porque es lo primero que miraréis así que aclucad la vista. Os dejo una viña plantada; cuidadla. No subáis nunca de revuelo".

Con la herencia del señor Esteve, abuelo, el señor Esteve, nieto, fue mucho más rico, y agrandó más el negocio, y se hizo una levita, y continuó trabajando cómo si no tuviera levita. Pero lo que había cambiado más, con los años, había sido Barcelona. La vida de urbanización había transformado el barrio, pero todavía había hecho más estrago en las costumbres y en el comercio.

En Ramonet iba a la Llotja a dibujar. Primero se lo dijo a la madre, y ella dijo que si a continuación, porque era madre. Después se lo dijo al padre, que encontró que ya le daría la razón cuando tuviera conocimiento. Una vez le dijo cómo es que no le enseñaba lo que hacía, y respondió "no lo entenderían". El señor Esteve lo encontraba muy sospechoso. Bastante la Tomasa le decía que los jóvenes se tienen que divertir". El señor Esteve le dijo "estate por la obligación, no te distraigas del negocio".

En Ramonet resolvió seguir su obsesión, quiso ser artista. Y no se decían nada el uno al otro porque se temían el estallido. Y al final abrieron aquellos labios y la tormenta que se esperaba estalló como una bomba. "Esta tienda es más que nosotros, es nuestro nombre, y no lo pisarás. Yo que me he esforzado años y años para que no seas pobre. ¡Te desheredo!"

"Yo también aprecio su nombre. No me moveré más de detrás del mostrador". Imploraba un poco de consuelo, que le pagaran tan sólo el sacrificio que hacía, y los ojos de la madre se lo dieron. En Ramonet cumplía lo pactado, pero la risa, el gozo y la alegría se habían perdido en la casa.

"Chico, déjame hablarte. Mañana me moriré. No he hecho más que esto: trabajar, no he vivido. Tú, Ramonet, serás escultor".