La crisis del coronavirus nos ha podido enseñar que tomar decisiones suele ser difícil. Hay, está claro, decisiones triviales que no cuestan de tomar; pero cuando el resultado de la decisión afecta a millones de personas (o a miles, es igual) es muy probable que sea difícil. Cómo decía el doctor Trilla, es como jugar al siete y medio: si no llegas, mal, y si te pasas, peor. Para todo el mundo resulta mucho más fácil ver, una vez las cosas han pasado, lo que se tendría que haber hecho. Sólo que no teníamos la información necesaria, y cuando la hemos tenido ya no hemos estado a tiempo de rehacer la decisión. Y esto pasa siempre en todas partes.
Si el mes de octubre pasado el mundo hubiera tenido una bola de cristal donde se hubiera podido ver lo que ha pasado después, con toda seguridad hubiera habido cosas que se habrían hecho diferente. No tenemos ninguna fe en la buena fe del gobierno chino, y creemos que cometió graves errores culpables cuando quiso acallar al oftalmólogo Li Wenliang, que advirtió del virus, y a quien después de muerto lo honoran. Empecemos por aquí. ¡Puede ser que hasta supieran algo antes y todo! Pero no quisieron ni perder prestigio, ni perder negocio; y, por lo tanto, escondieron la cabeza bajo el ala y escondieron al oftalmólogo donde nadie lo pudiera ver, amenazándolo con la prisión. Cómo decía Lord Acton, el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente; y no tenemos ninguna duda de que el gobierno chino tiene el poder absoluto. No empezaron a aceptar la magnitud del problema hasta que el virus se fue extendiendo más y más, y entonces, sí, tuvieron que aceptar que había que hacer un confinamiento. En los métodos chinos, está claro, ni sombra de democracia ni de respeto por las personas afectadas.
"Cómo decía Lord Acton, el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente; y no tenemos ninguna duda de que el gobierno chino tiene el poder absoluto"
A partir de aquí, la actuación de los gobiernos occidentales, nos parece que hay que comprenderla. Hay una indefendible: la de DonaldTrump. Ha mentido tantas veces, que si no fuera porque ya es su costumbre a buen seguro que batiría algún record. Con pocos días de diferencia pasó de decir que el primer muerto de los Estados Unidos sería probablemente el último (6 de marzo) a decir que él ya había visto que sería una pandemia antes que nadie más. El Financial Times del pasado jueves hacía inventario de las barbaridades de Trump en el asunto coronavirus. No hay que decir nada más.
Fuera de esto, el momento de actuar y cómo actuar por parte de los gobiernos de Italia, España, Suecia, Reino Unido, Francia... pueden haber acertado más o menos, pero eran decisiones difíciles, muy difíciles. Nadie quiere (y es lógico) asustar a la gente más de la cuenta. Nadie quiere (y es lógico) tomar medidas demasiado impopulares. Nadie quiere (cómo es todavía mucho más lógico) que el virus vaya progresando, colapse las UCIS, y provoque centenares o miles de muertos. Y nadie quiere (y también es lógico) destrozar la economía. ¿Cuándo es el momento de intervenir, y qué se tiene que hacer exactamente? Esto es difícil, muy difícil. Sobre todo cuando el virus es nuevo y hace cosas que sorprenden incluso a los expertos. Y que no saben por qué hace algunas de las que hace, como por ejemplo ser casi bien inocuo con la infancia y muchas veces mortal con la gente mayor. Ni por qué parecía que atacaba sólo el sistema respiratorio, y ahora resulta que no, que si trombos, que el corazón, que el sistema nervioso, que problemas cutáneos... Y parecía que los respiradores eran cruciales para los enfermos graves, y ahora parece que pueden ser contraproducentes en algunos casos... y así podemos continuar con muchos más ejemplos. Y cuando de la enfermedad de fondo se sabe relativamente poco, a pesar de que se está aprendiendo muy a marchas forzadas, es de esperar que las medidas sociales sean difíciles de acertar. ¿En qué momento empiezas a confinar, si lo simplificamos en estos términos? ¿Qué tiene que pasar? Si lo haces demasiado temprano, crearás un problema que quizás en realidad no había; si lo haces demasiado tarde, puede haber muertos que habrían podido estar vivos. Las medidas, ¿tienen que ser muy duras, como en China? ¡Imposible! Necesitas un régimen despótico del qué, afortunadamente, no disfrutamos aquí. ¿Sencillamente duras? ¿O más blandas? Se hace difícil encontrar la medida justa. Desde este punto de vista, la mayor parte de gobiernos occidentales tienen toda nuestra simpatía. De hecho nos alegra mucho no estar en su lugar.
Ahora bien, una vez dicho esto, sí que hay pifias que se podían haber evitado. En el país más descentralizado del mundo, que en Madrid dicen que es España, resulta que todas las decisiones las está tomando el presidente del Gobierno; en cambio, en países como los Estados Unidos, que según esto no lo deben de ser tanto, ha quedado claro que algunas decisiones las han tomado los "counties", que es cómo si aquí lo hicieran los consejos comarcales. Y es que allá son conscientes que en Washington no saben las cosas que pasan a depende de qué parte de los Estados Unidos. Y de hecho, en Madrid probablemente tampoco saben que en Calella hay un hospital, pero curiosamente, sí que quieren tomar las decisiones que afectan a Calella. Y si alguien nos dice que un país grande se defiende mejor que uno pequeño, responderemos "¡Mirad a Andorra, por favor!"
"En el país más descentralizado del mundo, que en Madrid dicen que es España, resulta que todas las decisiones las está tomando el presidente del Gobierno"
La descentralización de decisiones, que en esta cuestión lo están practicando incluso países donde no la tienen en el ordenamiento jurídico, resulta que en España, donde sí que está sobre el papel, han decidido cargársela, con errores que a buen seguro se hubieran podido minimizar. Cuando la política de poca volada afecta a la toma de decisiones, entonces sí que podemos decir que es fácil equivocarse, incluso en decisiones no necesariamente complejas.