Pasada la época de fenómeno pop de la actual primavera de la IA liderada por el omnipresente ChatGPT llega el cine de catástrofes. ChatGPT ha tomado el relevo en Google al hacer el papel de Skynet y de ser el candidato a exterminar a la especie humana. Se desprende de la carta que científicos, ingenieros y empresarios firmaron pidiendo una moratoria de seis meses en el entrenamiento y la liberación al gran público de enormes modelos de lenguaje como el ChatGPT-4.
De la carta sorprenden tres cosas. La primera es encontrarse los nombres de Musk y el de Harari junto a gente que la toca bien. Musk es un troll de Twitter con cuentas pendientes con el CEO de OpenAI Sam Altman y Harari es un apóstol del apocalipsis que predica que las democracias degenerarán en unas tecnocracias en las que nuestra inteligencia tendrá un valor cero por culpa de la superinteligencia de los ordenadores. La segunda sorpresa es el tono grandilocuente que utiliza. La carta comienza hablando de "Sistemas de IA con inteligencia que puede competir con la de los humanos". Estos modelos de lenguaje no pueden competir con la inteligencia humana porque de inteligentes no tienen nada. Nos lo parece, son muy competentes en muchos ámbitos, pero no son inteligentes. El cine de catástrofes también aparece cuando menciona “la pérdida del control de nuestra civilización”.
Si el medio es el mensaje, dónde se publica la carta es relevante. La web que la hospeda es la del Future of Life Institute, un think tank liderado por el físico y experto en IA Max Tegmark. El instituto tiene como misión la de preservar el futuro de la vida porque “la forma en que se desarrollan y utilizan determinadas tecnologías tiene consecuencias de gran alcance para toda la vida en la tierra. Éste es el caso actualmente de la inteligencia artificial, las biotecnologías y la tecnología nuclear”. ¡A favor! Hace tiempo que les sigo y me declaro un admirador incondicional de los libros de Max Tegmark (“Our mathematical universe” es una joya) pero el nombre sí hace la cosa; me refiero a la palabra “future” del nombre del instituto, va demasiado lejos.
He visto demasiados horizontes 2030, planes de desarrollo de futuro, universidades de la singularidad —supuestamente cuando la IA superará a la humana—, demasiadas predicciones —aquellas que Niels Bohr detestaba porque eran sobre el futuro— a 20 años vista y demasiadas veces he oído a Davos lo de "repensar el capitalismo". Son algo como el truco de un prestidigitador, que mientras nos fijamos en una mano con la otra nos hace trampa. El negocio de vendedores del apocalipsis como el Harari no está en el futuro de la humanidad, sino que está en el presente de las ventas de sus best-sellers, más o menos como el del Max Tegmark. El de Musk no es que vivamos mejor en un futuro en Marte sino que es el de convertir rabia en dinero en Twitter y de vender más coches Tesla, todo ahora y aquí, en la Tierra.
Mientras nos pasamos el día discutiendo del cómo nos gustaría que fuera el futuro no nos preocupamos del presente, un presente en el que el autopiloto de los coches Tesla (que siempre está a dos años vista) es un vulgar truco de marketing, que las numerosas predicciones apocalípticas de Harari son por definición imposibles de validar —si pasan, ya se lo advertí; si no pasan, es porque se lo advertí— y el ChatGPT-4 está abierto a todo el mundo, también a menores sin restricciones. En todas partes menos en Italia que ya han prohibido el acceso al ChatGPT. Carpe diem.