El ataque al sistema informático de la Universitat Autònoma de Barcelona del pasado día 11 de octubre -que dejó a profesores, investigadores, personal de administración y servicios y los alumnos sin acceso al sistema informático, columna vertebral de apoyo a la actividad-, ha causado una enorme preocupación entre empresas y organizaciones cuestionándose la seguridad de sus sistemas informáticos y del teletrabajo, ante un posible ciberataque.
El ransomware ha sido un toque de alerta para muchas empresas y organizaciones, situando a las microempresas en un estado de angustia ante el convencimiento de su incapacidad ante un ciberataque. Es una preocupación fundamentada en el coste de las inversiones requeridas para aumentar la seguridad y, a la vez, en la falta de personal especializado en seguridad digital. Este es un hecho significativo al que se tendría que prestar una atención especial.
Pensando en los problemas de ciberseguridad recordé que, en febrero pasado, Google comunicó que instalaría en Málaga su centro de excelencia en ciberseguridad, un centro de referencia para desarrollar software para proteger los sistemas informáticos, un centro que, a la vez, quería potenciar el surgimiento de startups. En la misma línea, unos meses después la multinacional Vodafone también eligió Málaga para instalar el centro europeo de desarrollo de nuevas tecnologías. Dos empresas que se sumaban a, entre otras, Ericsson, Telefónica, Oracle, Dekra o el fabricante de componentes electrónicos TDK, que eligió Málaga para poner en marcha su centro de inteligencia artificial. Un conjunto de empresas atraídas por un ecosistema que ha sabido potenciar la innovación, atraer y retener talento, e impulsar incubadoras y aceleradoras de empresas, gracias a la fuerte colaboración público-privada, el fuerte compromiso de su universidad con las empresas y la determinación colectiva al construir un modelo económico que asegure el progreso, en el marco de las exigencias de la sociedad actual, altamente tecnificada, competitiva y global.
Málaga, como Portugal, son casos próximos que hay que estudiar e imitar. Una ciudad que se caracterizaba por su buen clima, kilómetros de playa y excelente gastronomía, pero que gracias a su apuesta por la digitalización, con la creación del Málaga Tech Park o Parque Tecnológico de Andalucía, se ha convertido, permitidme la licencia, en el Silicon Valley del sur de Europa, un ecosistema innovador que se despliega en sus 400.000 metros cuadrados construidos y el casi un millón de metros cuadrados de zonas verdes y espacios de coworking y coliving, con servicios del tipo softlanding para acompañar a los recién llegados o de aftercare para hacer que se consolide su presencia en la ciudad. Una apuesta decidida encaminada a la creación de base tecnológica, atrayendo y reteniendo talento e inversión productiva, que ha posibilitado que en el parque, hoy, trabajen alrededor de 20.000 personas en unas 600 empresas y 150 startups, aportando el 20% del PIB malagueño y facturando 2.100 millones de euros anualmente.
Málaga, como Portugal, son casos próximos que hay que estudiar e imitar
Es una apuesta decidida por la economía de base digital que no solo ha repercutido en la creación o instalación de empresas de alto valor, con trabajo estable y muy remunerado, sino que también ha repercutido en la dinamización de la ciudad en todos los aspectos y sectores de actividad, que se han impregnado de las oportunidades y valores diferenciales que aporta la digitalización. Un proceso que le ha permitido convertirse, según la Comisión Europea, en una de las 10 mejores ciudades del mundo para vivir, o que la lista Forbes 2020 lo eligiera como la decena mejor ciudad del mundo donde invertir y vivir. Sin olvidar que, el año pasado, fue nombrada capital europea del turismo inteligente al potenciar gracias a su potente infraestructura tecnológica y la aplicación de tecnologías emergentes, cosa que permite un turismo que interioriza los requisitos asociados a la innovación, la sostenibilidad, la accesibilidad y la cultura. Con este empujón y realidades, no nos tiene que sorprender que sea una fuerte candidata a ser nombrada capital Europea de la Innovación 2021.
Mirar Málaga y analizar sus enormes adelantos nos tiene que hacer reflexionar sobre lo que ha pasado en Barcelona desde 2014, cuando fue nombrada primera capital europea de la innovación. Barcelona era un referente, puesto que ponía la innovación como un eje de desarrollo uniendo simbióticamente universidades, centros de investigación, empresas y organismos públicos.
¿Dónde estamos ahora?
A pesar de las buenas expectativas que aquel hecho abría, el impacto en cuanto a adelantos en la economía catalana ha sido escaso. De hecho, en 2019, PwC explicaba que Barcelona había retrocedido en el ranking de ciudades europeas en cuanto a atractivo para la inversión y el desarrollo inmobiliario, y el informe Visión 2018 del ecosistema inversor en España (elaborado por Startupxplore), que analiza la evolución de las startups y aceleradoras por ciudades, se ponía en evidencia el retraso de Barcelona en cuanto a I+D+i.
Nos hace falta un esfuerzo continuado mucho más grande en cuanto a inversión presupuestaria en I+D+i
Seguro que las razones que explican el retroceso relativo al compararnos con otras zonas son diversas. Ahora bien, si pensamos en la ciudad de Málaga, lo cierto es que las políticas en nuestro país están más centradas en la generación de conocimiento (un hecho importante e imprescindible), que al convertir estos adelantos científicos en progreso socioeconómico mediante un proceso para transferirlos a las empresas, haciéndolo, simbióticamente, con decididas políticas de fomento a la innovación y colaboración público-privada. Unas políticas, además, que se han visto faltas de presupuesto. Nos hace falta un esfuerzo continuado mucho más grande en cuanto a inversión presupuestaria en I+D+i. De hecho, en Catalunya la inversión del Govern en este campo se redujo y ahora, si bien ha habido incrementos, estamos lejos de los 622 millones de 2010 que recogía el presupuesto del último gobierno de entente.
En nuestro país tenemos una baja dotación presupuestaria en investigación e innovación y, a la vez, falta una estrecha e intensiva cooperación público-privada, no existe un flujo real de transferencia y proximidad entre el mundo de la investigación, mayoritariamente pública, y el tejido productivo. Una falta de cooperación que no es solo por un código de lenguaje divergente, también lo es por la no existencia de incentivos asociados a las carreras profesionales y a su remuneración. A diferencia de Málaga, parece que no hemos entendido que un ecosistema es capaz de atraer talento, inversiones y empresas innovadoras, cuando se asumen en plenitud los paradigmas de la tríada: ciencia o tecnología, innovación y sostenibilidad, conjuntamente con un sistema de investigación y universitario que asuma que su tarea solo acaba cuando sus avances llegan a las empresas y la formación de los graduados y titulados se ajusta a las demandas presentes y futuras de las empresas.
Los desafíos, como ha hecho el ecosistema malagueño, obligan a potenciar que la investigación no sea exclusiva de las universidades y centros de investigación y, a la vez, desplegar políticas para activar la innovación y que esta llegue a todo el tejido productivo, especialmente en las pymes, que son la columna vertebral del sistema. Desafíos para lograr con el fin de mirar el mundo y competir globalmente para obtener buenos resultados y generar puestos de trabajo cualificados, única manera de hacer posible, de forma simbiótica, el progreso colectivo y mirar al futuro con optimismo.