Para Peter Drucker, a menudo considerado el padre de la gestión moderna, el management no era solo un conjunto de técnicas, sino un arte liberal, que se nutre de las ciencias humanas y sociales para convertirse en práctica concreta. Drucker fue uno de los primeros en hablar de liderazgo humanista, destacando cómo el éxito de cualquier organización depende de la capacidad de valorar el capital humano, identificando y potenciando los talentos individuales. Escribió: "La gestión trata sobre los seres humanos. Su tarea es permitir que las personas trabajen juntas de manera efectiva, aprovechando sus fortalezas y haciendo irrelevantes sus debilidades".
Esta visión, que combina objetivos estratégicos con una profunda comprensión del individuo, es hoy más relevante que nunca. Vivimos, de hecho, en un mundo donde los datos y las métricas parecen dominar cada aspecto de la vida empresarial, pero como también intenté aclarar en mi libro El líder en un mundo nuevo, esta "dictadura de los números" no puede ni debe eclipsar la importancia del factor humano, porque lo que realmente hace próspera a una organización son las personas.
Esto no significa rechazar la tecnología; al contrario, el verdadero progreso nace del equilibrio entre la innovación técnica y la experiencia humana. Si bien las innovaciones tecnológicas avanzan a una velocidad sin precedentes —o al menos esa es la percepción general, y sabemos que la percepción lo es todo—, el liderazgo humanista no es un concepto defensivo ni una moda pasajera, sino una respuesta concreta, ya que la primera tarea del líder es crear un entorno donde cada individuo pueda dar lo mejor de sí mismo. Junto al científico de datos, por tanto, necesitamos al ‘científico de personas’ o, mejor aún, alguien capaz de reunir ambas cualidades.
La inteligencia artificial (IA) representa, sin duda, una de las fronteras más fascinantes y complejas de la transformación en curso. Por un lado, ofrece oportunidades extraordinarias: diagnósticos médicos más rápidos y precisos, procesos industriales optimizados y experiencias personalizadas para los consumidores. Por otro lado, evoca temores profundos, como el mito de Frankenstein: una amenaza, un monstruo capaz de quitarnos control y autonomía. De hecho, la historia nos enseña que toda innovación conlleva parte de ansiedad y resistencia al cambio.
El desafío de nuestra era es no sucumbir al pánico, sino adoptar un enfoque reflexivo y consciente. Una visión humanista hacia la tecnología puede evitar esta tentación defensiva, puesto que resalta como el verdadero valor de la IA surge cuando la utilizamos para potenciar lo que ya sabemos y conocemos. Es el concepto de ‘inteligencia humana aumentada’, un modelo de colaboración entre humanos y máquinas que busca extender nuestras capacidades en lugar de sustituirlas. En suma, no se trata de elegir entre el progreso tecnológico y los valores humanos, sino de integrarlos en una visión armoniosa.
Por supuesto, la sinergia entre humanos y máquinas no está exenta de desafíos. Como ocurrió con los caballos durante la Revolución Industrial, muchos empleos rutinarios y de bajo valor añadido pronto serán automatizados. Sin embargo, esta amenaza aparente podría convertirse en una oportunidad para destacar las cualidades más auténticamente humanas: la empatía, la creatividad y la capacidad de relacionarse.
Un líder humanista no es una máquina infalible con todas las respuestas, sino una persona consciente de sí misma, de su naturaleza humana y que la tecnología
Para gestionar esta transición debemos desarrollar un ecosistema tecnológico centrado en las personas, que respete y fortalezca nuestra humanidad en lugar de sustituirla. Esto implica una gobernanza responsable que garantice que las innovaciones estén al servicio de los individuos, contribuyendo al bienestar colectivo. Para lograrlo, ya no necesitamos simples gerentes o jefes, sino líderes humanistas con una visión holística, capaces de guiar las transformaciones inspirando a los demás.
Un líder humanista no es una máquina infalible con todas las respuestas, sino una persona consciente de sí misma, de su naturaleza humana y de que la tecnología es solo una herramienta, cuyo verdadero valor reside en la intencionalidad con la que se utiliza. Su liderazgo se centra en valores como la humildad, la transparencia y la empatía, y tiene como objetivo principal crear un ambiente de trabajo basado en la seguridad psicológica, donde el talento puede florecer sin temor al fracaso ni a la sustitución.
Lejos de ser un enfoque ingenuo o idealista, el liderazgo humanista es una estrategia que reconoce que el éxito a largo plazo se basa en construir relaciones auténticas, inspirar confianza y fomentar una cultura organizacional colaborativa. Todos sabemos, o deberíamos saber, que un entorno de trabajo donde las personas se sienten valoradas y reconocidas mejora su desempeño, promueve la creatividad, la confianza y el empoderamiento, los elementos esenciales para enfrentar las complejidades del mundo contemporáneo. Afortunadamente, hoy podemos medir el bienestar en las organizaciones e implementar intervenciones específicas y personalizadas para realizar ajustes necesarios y lograr resultados concretos.
El liderazgo humanista no se limita a dirigir, sino que escucha, inspira, guía y transforma, apostando por la diversidad y la inclusión. Esta perspectiva centrada en las personas también guía el programa académico Liderazgo de Personas y Gestión de Equipos de Esade, cuyo objetivo es formar líderes capaces de gestionar con competencia y sensibilidad los desafíos de un mundo tan interconectado y desafiante. En este contexto, aunque las competencias técnicas siguen siendo muy importantes, la capacidad de crear conexiones auténticas y fomentar una cultura de colaboración y confianza marca la verdadera diferencia.
La verdadera pregunta no es si la tecnología nos hará menos humanos, sino cómo podemos convertirnos en mejores seres humanos capaces de modelar un mundo mejor
Como escribieron Jim Kouzes y Barry Posner en su clásico The Leadership Challenge, ser líderes no significa ser héroes solitarios, sino saber involucrar a las personas, sacar lo mejor de cada una y promover un cambio positivo en el entorno en el que se actúa. De cara al futuro, la verdadera pregunta no es si la tecnología nos hará menos humanos, sino cómo podemos convertirnos en mejores seres humanos capaces de modelar un mundo mejor, gracias también a la tecnología.
El liderazgo es un proceso transformacional que desafía el "siempre se ha hecho así" y construye nuevos modelos para ir más allá de la simple gestión de las personas, pretendiendo inspirarlas para alcanzar nuevos niveles de realización personal y profesional. Así, el liderazgo humanista representa una oportunidad para reafirmar la importancia del elemento humano en un mundo aparentemente dominado por los números. El verdadero arte del líder no reside en el control, sino en la capacidad de crear un entorno donde cada individuo pueda expresar plenamente su potencial: una guía humilde basada en el respeto y la confianza en la humanidad misma.