"El coeficiente intelectual ya no es el indicador más fiable y preciso para pronosticar el éxito en el desempeño de una persona en el trabajo". De hecho, algunos estudios demuestran que el 36% del desarrollo organizativo depende de la inteligencia emocional.
Peter Salovey y John Mayer son dos psicólogos que realizaron investigaciones pioneras sobre la inteligencia emocional. En su trabajo la definieron cómo la capacidad para percibir, entender, utilizar y regular las emociones de manera efectiva.
Posteriormente, Daniel Goleman, autor de Inteligencia emocional (1995), popularizó el concepto; argumentaba que la inteligencia emocional es tan importante como la intelectual en cuanto al éxito y el bienestar de las personas. Sus contribuciones han influido ampliamente en el campo de la psicología y han generado un interés significativo en el desarrollo de las habilidades emocionales en varios ámbitos, como por ejemplo el educativo y el laboral, y también en la gestión del liderazgo.
Esto significa que las emociones que sentimos y la manera en que las gestionamos influyen en nuestro rendimiento, la satisfacción laboral y las relaciones que establecemos en el trabajo. Los trabajadores que son capaces de reconocer y comprender sus propias emociones así como las de los demás tienden a ser más efectivos. Además, aquellos que saben regularlas, gestionar los impulsos y adaptarse a situaciones estresantes disfrutan de mayor satisfacción laboral y de una relación de mayor calidad con los compañeros.
El papel crucial que tiene la inteligencia emocional en todos los ámbitos de nuestras vidas es una realidad. Sin embargo, hasta ahora se ha hablado de este concepto sin vincularlo a los valores o a la ética. Una persona emocionalmente inteligente puede usarlo sin embargo para manipular y sacar provecho personal de otras personas u organizaciones, para liderar una secta o para convertirse en un dictador.
"Las emociones son señales que nos indican aquello que nos importa. Estemos atentos, porque nos guían para actuar según nuestros valores"
Si vinculamos la inteligencia emocional con los valores de la persona es cuando podemos hablar de agilidad emocional, un concepto propuesto por Susan David, la reconocida psicóloga norteamericana de la Universidad de Harvard. Susan afirma que "las emociones son señales que nos indican aquello que nos importa. Estemos atentos, porque nos guían para actuar según nuestros valores". Ella lo define como "la habilidad para convivir con nuestros pensamientos, emociones y recuerdos de manera saludable y coherente con nuestros valores".
La aplicación práctica de este concepto lo encontramos en el caso de Maria, una gran profesional con quien he trabajado recientemente en un proyecto de desarrollo organizativo. El proyecto empezó con unos talleres sobre gestión emocional y automotivación. Uno de los objetivos consistía en ayudar a los empleados a identificar sus valores y objetivos personales, para después transformarlos en una fuente de impulso y de satisfacción en su trabajo diario.
Unos meses más tarde, nos reencontramos para hacer el seguimiento. Maria, que es la responsable de gestión de personas y talento de su empresa, me puso un ejemplo muy claro de cómo estaba llevando a la práctica las habilidades en agilidad emocional que habíamos estado trabajando en el taller.
Me habló de Eduard, uno de los responsables de proyecto de la empresa; Eduard estaba coordinando en aquel momento un proyecto de la compañía que era estratégico y desafiante. En una de las reuniones del proyecto empezó a manifestar señales de estrés y de frustración, y Maria decidió aplicar los cuatro principios de agilidad emocional.
El primer principio es la aceptación de las emociones que sentimos. Así pues, creó un espacio seguro para hablar con Eduard en el cual él se pudiera expresar libremente mientras Maria lo trataba de manera amable y con compasión. Después de que Eduard se sintiera escuchado y entendido, pudo reconocer sus emociones y comprender mejor lo que pensaba.
"Con el etiquetado emocional somos más consciente del que sentimos, y, además, cogemos cierta distancia de nuestras emociones"
El segundo principio es el etiquetado emocional, es decir, poner nombre a las emociones. De este modo somos más conscientes de lo que sentimos, pero principalmente nos permite coger cierta distancia de nuestras emociones. Por un lado, las reconocemos y aceptamos; por la otra, las identificamos sin convertirnos en estas emociones. Esto nos facilita tomar una decisión más consciente de lo que queremos hacer con esta emoción. Eduard se dio cuenta que el estrés simbolizaba la necesidad imperiosa de que todo saliera perfecto. La frustración, además, venía de la necesidad de pedir ayuda en unos temas concretos del proyecto, para los cuales creía que le faltaba la experiencia y los conocimientos necesarios.
El tercer principio es identificar los valores subyacentes a las emociones que sentimos. Maria le preguntó qué le estaban diciendo estas emociones y Eduard se dio cuenta que para él era mucho importante el trabajo en equipo y la honestidad. Entendió que la frustración era una señal para sincerarse y pedir ayuda; tenía que cambiar algunas decisiones para promocionar el trabajo en equipo y la colaboración en el proyecto.
La frustración puede ser una señal para sincerarse y pedir ayuda
Eduard entendió la necesidad de ampliar la perspectiva y cuestionarse sus patrones de pensamiento automático ante sus emociones. Con este cuarto principio, Maria y Eduard se miraron satisfechos.
Finalmente, Eduard decidió emprender nuevas acciones con relación al proyecto. Reunió a todo el equipo para distribuir de manera diferente algunas responsabilidades y pidió ayuda técnica en algunos temas concretos.
Actualmente el proyecto está saliendo adelante; tiene nuevas dificultades, está claro, pero cuenta con un equipo mucho más cohesionado. Eduard ha tenido la oportunidad de crecer profesionalmente actuando de manera coherente con sus valores. Gracias a esto, ha visto reducidos sus niveles de estrés y de frustración. Maria ha conseguido mejorar la satisfacción laboral y el sentimiento de pertenencia de todo el equipo.
Estos principios fundamentales nos permiten establecer una relación más saludable con nuestras emociones y utilizarlas de manera efectiva en nuestra vida diaria. Si practicamos la agilidad emocional, podremos acontecer más resilientes, tomar decisiones más acertadas, tener relaciones más satisfactorias y conseguir más logros personales y profesionales.
A medida que avanzan, Maria continúa brindando apoyo emocional y guiando a Eduard y el resto de profesionales de la empresa para que tomen decisiones basadas en sus valores, en lo que realmente les importa y respetando los intereses de la empresa .
Este ejemplo demuestra que vincular la inteligencia emocional con los valores de una persona y fomentar la agilidad emocional en un entorno laboral puede promover una cultura de apoyo, crecimiento y bienestar emocional tanto para los trabajadores como para la empresa en su conjunto.