Betty, Peggy y Joan

13 de Septiembre de 2024
Ariadna Romans

He pasado todo el verano viendo Mad Men, una serie sobre una agencia de publicidad ambientada en los años sesenta. Me he enganchado como una obsesa a una serie que, el primer día que la vi, me provocó un asco impresionante por el exceso de sexismo en las palabras que los hombres de la agencia destinaban a las mujeres, todas ellas secretarias. No sabía si lo podría aguantar, pero lo he hecho. Al fin y al cabo, la serie no representa nada más que lo que seguramente ocurrió en Madison Avenue con todos sus hombres de negocios, ejecutivos, redactores y creativos.

Y la verdad es que me ha maravillado ver de qué manera tan impresionante evolucionan las protagonistas de esta serie, cuidadosamente, sin el dramatismo, la exageración ni la superficialidad con la que lo hacen las películas de Hollywood de hace unos años. Son mujeres a las que empezamos a conocer en su juventud y que muestran de qué manera evolucionan hacia la plenitud de sí mismas. Aunque la serie gira en torno a seis personajes, tres hombres (Don Draper, Roger Sterling y Peter Campbell) y tres mujeres (Betty Draper-Francis, Joan Holloway-Harris y Peggy Olson), son estas últimas las que me han fascinado fervorosamente.

"Las protagonistas de Mad Men evolucionan cuidadosamente, sin el dramatismo, exageración ni superficialidad con la que lo hacen las películas de Hollywood de hace unos años"

Para aquellas lectoras que nunca hayan visto la serie, más allá de recomendarles que se entreguen devotamente a ella para darse cuenta, una vez más, del fraude que el sueño americano nos ha hecho creer a todas, pongo un poco de contexto. Betty es una mujer que lo ha hecho todo “perfecto”: es atractiva, de buena familia, educada, con una incipiente carrera de modelo, que se casa con un hombre de éxito (Don Draper) y tiene tres hijos fantásticos por los cuales lo abandona todo y se convierte en ama de casa. Sin embargo, a lo largo de la serie, se descubre en una profunda tristeza dentro de su matrimonio, en gran parte causada por los secretos e infidelidades de su marido, que la llevan al divorcio y a casarse con Henry Francis, un cargo político intermedio con quien continuará criando a los tres hijos que ha tenido con Don Draper. A partir de una trama enrevesada, vemos cómo una mujer angelical acaba encerrada en una cocina y, posteriormente, en una cocina más grande y luminosa, donde sigue fumando como una locomotora de época.



Por otro lado, tenemos a Peggy, que es la antítesis de Betty (supongo que por eso tienen nombres similares). Peggy es hija de inmigrantes noruegos y entra en la compañía como secretaria de Don Draper. Allí, más allá de tener el placer de experimentar el sexismo de primera mano por parte de todos sus compañeros, se revela como una mente digna de admiración dentro de la empresa, lo que hace que Draper se fije en ella y la ayude a convertirse en redactora (copywriter). A partir de aquí, la ambiciosa Peggy comienza una carrera que le traerá muchos obstáculos y sacrificios, pero con su determinación llegará a ser una mujer muy admirada profesionalmente, aunque vivirá grandes desengaños y una buena dosis de llantos sola en casa los fines de semana. Un ejemplo claro de todas esas mujeres que han tenido que sacrificarlo todo para romper techos de cristal y hacerse un lugar en el ámbito profesional.
Y finalmente, tenemos a quien es, para mí, la estrella de la serie: Joan Holloway-Harris. Joan es la secretaria más atractiva de la oficina al principio de la serie, una mujer pelirroja espectacular que utiliza su feminidad para conseguir todo lo que quiere y necesita. Una mujer que ha sido educada para ser admirada y que tiene muchos amantes, pero que sabe hacerse valer. A lo largo de la serie, Joan es la protagonista que más desarrolla su carácter y que más despierta respecto a las muestras de sexismo de sus compañeros de trabajo, las vulneraciones de su vida personal y las injusticias que debe soportar por ser admirada y deseada por tantos hombres.

"Joan es la definición de una mujer que usa todas las herramientas que tiene y, al final, si bien no del todo, la vida le recompensa. Al menos, profesionalmente"

El personaje complaciente y leal de la primera temporada no tiene nada que ver con la empresaria ejecutiva del final, ni con la mujer que le dice a su amante que, si no puede amarla mientras trabaja, será mejor que se vaya. Joan, lejos de los dos extremos que representan Betty y Peggy, es un territorio gris (o, mejor dicho, rojo) que juega con atributos de ambas para hacerse un lugar en el mundo. Simpática y complaciente, pero determinada y contundente. Vulnerable, pero infranqueable. Joan es la definición de una mujer que utiliza todas las herramientas que tiene y, al final, aunque no del todo, la vida la recompensa. Al menos, profesionalmente.

Al principio, quería titular este artículo "Evitar ser Betty, admirar a Joan, pero ser siempre Peggy". Pero me di cuenta rápidamente de que poner en competición a nuestras protagonistas era una tendencia estúpida que hacemos las mujeres como resultado de una dinámica que debemos romper urgentemente. Ninguna de ellas es mejor que las otras y, si fuera así, tampoco sabría quién gana en cada aspecto de su vida.

Al final de la serie (alerta espóiler), Betty vuelve a la universidad para estudiar psicología hasta que contrae un cáncer de pulmón de tanto fumar, Joan funda su propia productora, y Peggy sigue trabajando como creativa en una empresa reabsorbida por una multinacional. Las tres, a su manera y no sin dificultades, encuentran la salvación, desgraciadas y afortunadas a su modo. Las tres hacen las paces con sus batallas y errores, y aceptan los logros que han obtenido desde su rol. Aunque la serie tiene muchas otras tramas, creo que son tres ejemplos verdaderos de ser una mujer: ni una heroína, ni una superviviente, ni la empleada del mes; una mujer que, con las circunstancias que le han tocado, ha hecho lo que ha podido. Y ha salido adelante, más o menos y con mayor o menor éxito.

La serie, más allá de ser una reproducción de un momento concreto en el nacimiento de la publicidad, demuestra que el feminismo no llega a todas por igual, y que las mujeres, en un contexto adverso y despiadado, cometemos errores y hacemos lo que podemos. Y este es el verdadero aprendizaje de Mad Men: no existe tal cosa como “alcanzar el éxito”, ni tampoco la “vida perfecta”, y quienes piensen que pueden acercarse demasiado, probablemente acabarán quemándose los dedos o perdiendo algo importante en el camino.