Esta Navidad un buen amigo de Barcelona me ha obsequiado con una cesta llena de delicias gastronómicas. Esta cesta se ha encargado a un establecimiento de Barcelona de una importante empresa de distribución española e iba dirigida a un domicilio de Barcelona. De todos los productos ninguno ni uno era producido en Cataluña. El hecho podría ser intrascendente a menos que pasamos por alto que Cataluña produce aproximadamente una cuarta parte de los alimentos de España. Es pues muy curioso que el azar haya sesgado tanto el pedido. Posiblemente la empresa que ha elaborado la cesta no tiene un afán contra Cataluña, al fin y a la cabeza somos buenos clientes, pero seguramente ha tomado su decisión para evitar el rechazo que esta cesta tendría al resto de España, dando por hecho que –dato importante!- la recíproca (reacción desde Cataluña) no existiría o no tendría ningún valor significativo.
Recientemente una encuesta detectaba que el 23% de españoles fuera de Cataluña estaba haciendo boicot a los productos catalanes y casi un 50% se estaba planteando hacerlo. El dato tenía un fuerte contenido coyuntural dado que la encuesta se realizaba en el momento más crítico después del 1-O. Pero hay datos estadísticos anteriores que avalan su importancia. El boicot se dirige sobre todo a los productos alimentarios, que son los que el consumidor puede tener más al alcance. En concreto, durante los años más duros de la crisis (2007-2013) el crecimiento de la producción de la industria alimentaria catalana fue nulo (-0,7%), pero durante este periodo la balanza comercial agroalimentaria de Cataluña en relación al mercado exterior mejoró en 2,23 millones de euros. Es decir, se produjo una desviación de comercio de más de dos millones de euros. Alguien podrá decir que simplemente se abrieron nuevos mercados. Ciertamente, pero cuando se consigue abrir nuevos mercados no se renuncia a los que ya se disponen. Por lo tanto tenemos que pensar que la mayor parte de esta desviación de comercio responde al boicot.
"Cataluña produce aproximadamente una cuarta parte de los alimentos de España"
Es bueno observar la capacidad de reacción de la economía catalana ante un problema de esta magnitud. Gracias a este impulso negativo, hoy Cataluña está mucho más muy posicionada en los mercados exteriores y ha reducido significativamente su dependencia del mercado español. Encontrar nuevos mercados ha sido una de las estrategias, otras han sido desdibujar a través de diferentes vías el origen catalán del producto. En cualquier caso desde Cataluña la discreción, a instancia de la empresariat, ha sido la norma con objeto de no activar el problema, actitud que ha ocultado para la población catalana su gravedad.
La catalanofòbia viene de muy lejos pero desde la década de los 90 ha habido interés por parte de algunas opciones políticas al levantar estas manifestaciones de odio. La expresión máxima de este proceso fue la recogida de firmas en todo España contra el Estatuto de Autonomía, las consecuencias de la cual dan fe los datos aportados. Ha sido una estrategia que ha dado buenos rendimientos electorales a sus promotores, a la vez que ha permitido esconder corrupción y algunas políticas desafortunadas. El chivo expiatorio creado en base de mentiras repetidas desde medios de comunicación cómplices ha cohesionado el nacionalismo español y bloqueado la oposición, dado que si sale de este discurso, será acusada de antipatriota. Sobre esto, René Girard nos explica las características de la víctima: ser un colectivo identificable, tratarse de una minoría y disponer de unas características peculiares que generen algún tipo de recelo, en el caso de los catalanes el idioma propio y otros que pueden infundir distanciamiento.
"Gracias a este impulso negativo, hoy Cataluña está mucho más muy posicionada en los mercados exteriores"
El boicot genérico contra un colectivo es una respuesta individual y privada donde cada persona pone una pequeña cuota de odio para desplazar conscientemente su compra sin otro criterio objetivo. De hecho es una manifestación típica de xenofobia, a pesar de que por prudencia usamos el localismo de catalanofòbia. Pero... por qué personas normales y probablemente honradas son actores del boicot? La respuesta es trágica: porque consideran que la víctima se lo merece. Es un acto de "justicia" contra un colectivo que identifican con la desviación y la maldad.
Los procesos de odio colectivo son muy difíciles de corregir, puesto que acaban contaminando a muchas personas que acontecen cómplices de esta barbaridad. La alternativa que la historia señala es la separación, o, mejor dicho, la fuga. En el ámbito teórico podríamos imaginar un Estado más democrático, respetuoso con las ideas diferentes, con las singularidades, con las lenguas propias... Pero para hacer esta transición, este cambio cultural de la sociedad española, haría falta mucha pedagogía y me cuesta de imaginar quién será el profesor y qué serán los alumnos.