Situémonos en Caffa en el año 1346. Caffa era el nombre de una ciudad bajo dominio genovés situada en el lado este de la península de Crimea. Funcionaba como un puerto importante que conectaba el interior de Eurasia con el Mar Negro y el comercio de la Mediterránea. Las tensas relaciones entre la Horda de Oro -uno de los qanats en que se dividió el gran imperio mongol- y los colonos italianos desembocan en un asedio a la ciudad. El asedio es duro. Dos años antes, los mongoles ya habían perpetrado uno, pero no tuvieron éxito: los genoveses consiguieron repelerlo, matando 15.000 invasores. En esta segunda ocasión, las perspectivas parecen más prometedoras para la Horda, pero la peste bubónica estalla y empieza a diezmar las tropas atacantes. Y en un intento de erosionar la resistencia, el líder mongol Jani Beg decide lanzar, con catapulta dentro de las murallas de la ciudad, los cadáveres de sus soldados caídos por la epidemia. Objetivo: traspasar la peste a los ocupantes. Según los entendidos, se trataría de una de las primeras tácticas de guerra biológica puesta nunca en práctica.
Y, efectivamente, la peste acaba afectando los colonos. Cuatro barcos zarpan rumbo a Génova tratando de escapar. El resto del caso ya es conocido: unos meses después, la dolencia llegaba a Messina. En 1.348, la epidemia se había extendido ya por París, Belgrado y El Cairo, y en 1.349 asolaba Londres y llegaba a La Meca.
La historia del asedio de Caffa, y la de los desafortunados marineros que emprendieron un fatal regreso a casa con la bacteria de la muerte a bordo, es el preludio de una gran mortalidad en toda Europa, donde se calcula que murió entre el 30 y el 60% de la población. La conocida como Peste Negra.
Por increíble que pueda parecer, que los soldados de la Horda de Oro resolvieron de una forma tan rústica, acrobática y agresiva el entierro de los muertos en sus filas es una historia muy documentada, como lo está la de los barcos genoveses como portadores del paciente número 1 de la Peste Negra en Europa. Todo ello lo recoge un notario contemporáneo de los hechos, Gabriel de Mussis, originario de Piacenza. Él miró de documentarse tanto como pudo, y recogió sus indagaciones en un escrito que se conserva: "Istoria de Morbo sive Mortalitate quae fuit Anno Dei MCCCXLVIII".
La explicación de Mussis, a oídos de sus contemporáneos, podría parecer plausible: ¿A la postre, que se podría esperar de esta horda enemiga, si no muerte y destrucción? Y a pesar de que tiene algo de verdad (la introducción de la bacteria más devastadora de la historia en Europa fue a través de los mercantes genoveses que venían de la mar Negra) es en la identificación de la causa donde plantea una hipótesis que el tiempo ha demostrado falsa, como veremos más adelante.
Sea más o menos preciso el relato de Mussis, entre el pueblo europeo acabaron teniendo más predicamento otras explicaciones. A las autoridades, mal preparadas, les fue bien de buscar chivos expiatorios más a mano, que les permitieran sacudirse responsabilidades por sus torpes reacciones a la epidemia. Entre las causas que se adujeron y que quedan recogidas por los historiadores, hay, por ejemplo, una supuesta infestación de las fuentes públicas a manos de los judíos -de aquí las primeras masacres en algunas ciudades- o también un castigo divino.
Si me he remontado a Mussis, Caffa y los marineros genoveses es porque efectivamente continuamos teniendo una necesidad de obtener una explicación completa de las cosas que pasan, y queremos establecer unas relaciones entre las causas y los efectos. En la narrativa de la información económica, por ejemplo, los periodistas y analistas gastan ríos de tinta para recoger hechos, ponerlos en relación y plantearse hipótesis que sean plausibles, que ayuden a formar en nuestra cabeza un mapa comprensivo de la realidad dentro del cual podamos movernos y entender nuestras posibilidades.
Sea más o menos preciso el relato de Mussis, entre el pueblo europeo acabaron teniendo más predicamento otras explicaciones
Pero hay maneras y maneras de hacerlo. Podemos seguir el método de Mussis, de informarnos y compartir los datos que se han podido recoger, para hacer una descripción lo más honesta posible de los hechos, aunque al final no nos resuelva todas las dudas, pero que se pueda revisar con nuevos datos. Alternativamente, podemos buscar una respuesta más redonda que, a pesar de que no sea muy bien cierta, proporcione más certidumbre y, por lo tanto, nos deje más tranquilos y no haya necesidad de revisar, como la de las fuentes intoxicadas.
El primer camino es el del buen periodismo: los hechos son sagrados, y las opiniones son libres. El segundo, el del periodismo más abundante: no dejes que la realidad te estropee un buen titular.
Si las explicaciones redondas tienen el atractivo que permiten salir de la incertidumbre, tienen el inconveniente que generan una falsa sensación de seguridad, que la situación está bajo control. Dejan de incentivar la investigación de la verdad sobre lo que ha pasado -¿Por qué removerlo más, si ya sé que ha sido culpa de estos vecinos que han envenenado la fuente?- y bloquean el aprendizaje de que ha pasado, y, por lo tanto, una información útil sobre como prevenir futuras plagas.
Pensamos, por ejemplo, en los ejercicios de prospectiva, los análisis sobre como será el mundo en los años o las décadas a venir, que continúan teniendo un gran predicamento entre las capas dirigentes de la sociedad y que a menudo son el exponente de este segundo tipo de periodismo. Muy pocos son los ejercicios de este tipo que aguantan el paso del tiempo. ¿Por qué? Porque acaban tendiendo a proponer explicaciones redondas, donde la subjetividad -los deseos y los intereses personales o empresariales- impone una percepción sesgada de la realidad.
Curiosamente, no faltan pronosticadores -a pesar de la acumulación de pronósticos fallidos- que cuando se les engancha en una predicción fallida tienen la capacidad de incorporar a sus análisis nuevos datos a su gusto y reformular sus estimaciones, de forma que concluyen que su próximo pronóstico será, ahora sí, acertado. Si las crisis se pudieran prever con la exactitud y seguridad con qué algunos de estos profetas le leen las cartas a la economía, ya nos guardaríamos bastante de no tomar según qué decisiones. Esto: no dejes que la realidad te estropee un buen titular. Los pronósticos siempre me han parecido interesantes, no por la razón que los pronosticadores querrían. No los quiero por lo que dicen del futuro, sino por lo que dicen de ellos mismos, de los pronosticadores: de sus miedos y sus esperanzas. De la perspectiva desde la cual observan el presente y se preparan para el futuro. De la explicación redonda del mundo de la cual parten y que orienta su percepción de la realidad.
Pero hablamos de periodismo, y el buen periodismo no puede reducirse a proporcionar mapas simples de la realidad. No. El buen periodismo exige una cierta metodología de indagación sobre los hechos, yendo a paso, sin establecer relaciones causales a la ligera y verificando sobre la realidad las hipótesis que nuestra mente va formulando a partir de lo que va conociendo. Es un trabajo que nos sitúa en un plan de mayor modestia intelectual que el pronóstico, pero abre caminos sobre los cuales se pueda avanzar sobre tierra firme. Un trabajo de notario.
Hacer esto bien hecho es mucho más difícil y mucho menos valorado que la disciplina declarativa del profeta bocazas: hablamos de la acumulación de evidencias en un sentido o en otro, sin necesidad de mojarse en la unión de los puntos entre causa y efecto. Pero para construir una sociedad robusta, es una necesidad vital, porque ayuda a comprender mucho mejor las tendencias sociales y económicas.
Los pronósticos siempre me han parecido interesantes, no por la razón que los pronosticadores querrían. No los quiero por lo que dicen del futuro, sino por lo que dicen de ellos mismos, de los pronosticadores: de sus miedos y sus esperanzas
Esta es la vía que ha tomado VIA Empresa desde sus inicios. Hechos, realidad y experiencia de primera mano. Ha entendido la naturaleza de los límites del ejercicio del periodismo económico, y ha puesto en valor aquella información concreta y precisa, priorizando el hecho concreto y actual a aquello hipotético y futuro. Desde una perspectiva positiva y constructiva, sí, pero sin forzar los hechos ni dejarse llevar por la prometida fácil.
VIA Empresa, describiendo hechos, está ayudando a identificar tendencias. Y hablar de tendencias es hablar de inclinaciones naturales, de patrones de comportamientos y de registros de constantes en unos hechos particulares que se tienen que poder verificar en una línea de los tiempos. Tendencias que pueden retroalimentarse entre ellas, anularse o transformarse al entrar en contacto. Qué se sobrepongan a las otras y de qué manera lo hagan, no entra en el campo de la necesidad, sino como mucho de la probabilística. Y esto, VIA Empresa lo respeta.
Ni pronósticos ni tendencias nos descubren el futuro. Los pronósticos nos hablan de los miedos y esperanzas de los pronosticadores. Las tendencias nos hablan de las reacciones esperables en los protagonistas de la actualidad; es decir, cuál será probablemente la manera como las empresas y las personas responderán ante unos hechos -esperables o no-.
Las constantes no están tanto en los hechos -el futuro no está escrito- sino en ciertos hábitos de reaccionar ante estos hechos -las personas nos tendemos a repetir. Señalar tendencias puede ayudar a hacerse las preguntas que nos plantea el presente, para poder dar una mejor respuesta en el futuro. Lo contrario de los pronósticos, que nos plantean las respuestas que nos ofrece el futuro, para evitar hacerse las incómodas preguntas que habría que hacerse en el presente. Es decir, ni pronósticos ni tendencias tienen la clave del futuro. Pero la historia tiene siempre los mismos ingredientes, en proporciones diferentes, y con resultados dispares: la naturaleza humana reacciona ante los cambios de forma magnánima o mezquina, valiente o cobarde, ágil o torpe.
¿Ante esto, donde queda el periodismo? Al proporcionarnos elementos de juicio, hechos contrastados, para valorar la plausibilidad de unos y otros -de pronósticos y de tendencias- y dejar a los lectores tomar sus propias conclusiones.
Tan simple como esto, tan complejo y tan decisivo: hechos contrastados.
Hechos. Durante los últimos diez años, en el cruce entre la comunicación y la tecnología, hemos vivido una sobrecarga tanto de pronósticos como de análisis de tendencias. De la gran fascinación sobre las posibilidades que despertaba la era del big data en todos los negocios, hasta la gran inquietud sobre el impacto que pueden tener sus aplicaciones en la industria de la seguridad y el control estatal, el llamado capitalismo de la vigilancia. Hay muchos hechos, muchísimos, que se acumulan a gran velocidad. Y mucha, muchísima, prospectiva. Y discernir los hechos verificables de las promesas incumplidas es imprescindible si queremos decidir sobre el futuro.
Ahora es un momento para ajustarse mucho a los hechos. Rechazar las explicaciones excesivamente simplistas -tanto las que van en sentido ingenuamente positivo o las que presentan un futuro funestamente negativo- que nos pueden desincentivar a jugar nuestro papel en como se configura el uso de la tecnología que finalmente se impondrá.
Las esperanzas y los miedos sobre lo que la tecnología será capaz de hacer no pueden ahorrarnos una lucha que late bajo cualquier de los debates ante cada incorporación de tecnología: qué uso le damos, qué límites le imponemos y, está claro, bajo qué criterio se imponen estos límites. Hace falta mucha información factual, mucha descripción en bruto, sobria, concreta y precisa. Hay que tener elementos para poder entrar en paso firme a decidir, como ciudadanos informados, sobre cuestiones que no podemos resolver con un wishful thinking alquilado a un pronosticador de nuestro gusto, que nos proporcione un efecto narcotizante sobre nuestras inquietudes.
Durante los últimos diez años hemos vivido una sobrecarga tanto de pronósticos cómo de análisis de tendencias
La tensión, de hecho, no es entre libertad y seguridad como si fueran excluyentes. No. La tensión de fondo es sobre la verdad y la mentira. La libertad no es posible sin verdad. La seguridad no se puede basar en la mentira.
Y un último apunte. Caffa ya no existe con este nombre. En el mismo lugar se encuentra ahora la ciudad de Teodosia. Forma parte del territorio que Rusia ha ocupado en la guerra contra Ucrania. Con el tiempo se ha sabido que el bueno de Gabriel de Mussis nunca estuvo. Además, la ciencia nos ha dicho -a finales del XIX se verificó- que aquella epidemia no la llevaron los cadáveres catapultados, sino las pulgas sobre las ratas que saltaron el asedio.
Pero nadie ha negado aquello que Mussis verificó en su modesto intento de periodismo de la época: que las catapultas estuvieron. Periodismo, a pesar de todo.