En la última semana, las interacciones sociales presenciales se han incrementado intensivamente, casi de forma anticipada, al ritmo en que las medidas obligadas por el SARS-CoV-2 se relajaban gracias a los adelantos de la vacunación. Nuevamente se ha evidenciado que los humanos somos, fundamentalmente, seres sociales y es en este hecho que, en palabras de Fukuyama al referirse al capital social, las personas tendemos a "agruparnos, organizarnos y trabajar juntas con finalidades comunes". Sin duda, la finalidad es obtener, de esta interacción o cooperación, retornos positivos ya sean tangibles o intangibles a corto, medio o largo plazo.
Unas interacciones fundamentadas en la confianza y la reciprocidad, que llegan a todos los ámbitos humanos, ya sean sociales o profesionales, y que acontecen esenciales en la economía fundamentada en el talento, la innovación y la colaboración desde la heterogeneidad. Unos capitales sobre los que se sustentan los activos intangibles de las organizaciones.
Ciertamente, la economía que configura la sociedad 4.0 es la economía de la tecnificación, la robótica, los automatismos y la conectividad, todo un conjunto de herramientas que facilitan incrementos notorios de la productividad. Sin embargo, también es cierto que estos aspectos no aseguran la competitividad a medio y largo plazo, si no van acompañadas del talento y la capacidad creativa y de innovación de los humanos. Solo con la simbiosis de los dos componentes, herramientas tecnológicas avanzadas y talento, es posible asegurar la conversión del progreso técnico y científico en progreso económico y social.
Estamos inmersos en una transición hacia una nueva era de la humanidad: las organizaciones y la sociedad tienen que variar algunos paradigmas que han caracterizado sus decisiones en las últimas décadas o siglos
El valor del talento y el capital social -un intangible ignorado en los modelos económicos tradicionales y en la mayoría de los balances de las organizaciones, muy centrados en los capitales financieros- ha irrumpido con fuerza, en la medida en que las empresas centradas en capitales intangibles han acontecido referentes y modelos a seguir. Empresas en las que la organización a menudo no tiene plenamente los derechos de propiedad de los activos. Unos cambios en cuanto a concepción del valor que siguen siendo asimétricos a nivel de colectivos humanos, sectores económicos y áreas geográficas, pero que cada vez son más ampliamente reconocidos dado que los retos globales, como ha sido, y es, el de la covid-19, evidencian que solo son alcanzables con cooperación e innovación abierta. Interacción humana, con fines lúdicos, profesionales o relacionales que vemos emerger nuevamente y que son capitales en la construcción de futuro.
Estamos inmersos en una transición hacia una nueva era de la humanidad: las organizaciones y la sociedad en general tienen que variar algunos de los paradigmas que han caracterizado sus decisiones en las últimas décadas, o siglos. Entre estos aspectos, hay cinco que acontece capital cambiar. El primero: si una cosa funciona bien empieza a pensar en cambiarla. El segundo: la experiencia no es el elemento capital ni diferencial. El tercero: la aptitud, los conocimientos, solo se desarrollan plenamente si van acompañados de actitud de cómo afrontar los problemas y relacionarse en la diversidad. El cuarto: si un producto no es interactivo o smart, haz que lo sea. Y el quinto: no se puede confundir digitalizar con virtualidad.
Asumir que si una cosa funciona hay que pensar en cambiarla, es decir, en mejorarla, es entender que los adelantos técnicos y científicos permiten mejorar sus funcionalidades y hacer las cosas de otro modo, reduciendo los costes de producción, distribución y uso.
En cuanto a la experiencia, entendiendo su importancia, hay que aceptar que los adelantos enormes científico-técnicos obligan a nuevas formas de enfrentarse a los retos, nuevas profesiones capitales se abren camino. Es en este contexto de novedad y cambio donde lo que realmente importa es el talento, la capacidad analítica y de trabajo en equipo, conjuntamente con la voluntad de desplegar el compromiso y la determinación de compartir conocimiento, un hecho que exige disponer de las actitudes idóneas por entomar los retos, los desafíos y saber relacionarse en la diversidad.
La lección más grande que nos deja la pandemia es que la vida, sin compartir e impulsar las cosas conjuntamente, pierde gran parte de su significado
En esta transición en la que nos encontramos, hacia una nueva era, hay que poner a la ciencia y la tecnología al servicio de las personas, que cubran sus carencias y necesidades. La nanotecnología, la conectividad y la computación en la nube permite dotar a los productos de ciertos niveles de interacción intelectiva con los humanos. Hace falta, pues, centrar esfuerzos para dotar de estas características smart a los productos y servicios para facilitar la lucha contra el cambio climático y una forma de vida más sostenible.
Finalmente, no se puede confundir la requerida digitalización y la transformación digital, que posibilita la interacción y el trabajo conjunto entre diferentes entes con inteligencia artificial y humanos, con la creación de mundos virtuales por simulación, ocio o entretenimiento. Las dos cosas, digitalización y virtualización, son complementarias, pero la clave se encuentra en digitalizar el mundo real y no querer escaparse, hecho que implicaría un aumento del aislamiento, una deshumanización progresiva de la sociedad y la pérdida del capital social al que hacía referencia al inicio.
La pandemia parece que tenga los días contados, si bien el virus sigue activo. La lección más grande que nos deja es que la vida, sin compartir e impulsar las cosas conjuntamente, pierde gran parte de su significado y, a la vez, nos ha enseñado la importancia de la ciencia y la tecnología para vencer a los grandes desafíos globales. Creo que es el momento de preguntarnos, actuando con consecuencia, si estamos dispuestos a asumir con determinación el cambio de paradigmas que se dibujan en el horizonte próximo, en nuestra actuación cotidiana.