Sé que estamos en pleno mes de agosto y que para una gran mayoría de personas este es un paréntesis en toda regla. Muchas compañías y departamentos de empresas cierran, se activan los correos automáticos que nos informan que de tal día a tal otro uno u otro estará de vacaciones, las redes sociales se llenan de helados, fiestas, comidas en la playa y excursiones a rincones que teníamos pendientes de conocer, y por momentos parece que todo el mundo es feliz y que los problemas se han desvanecido o forman parte de algo de una época pasada.
Pero en medio de toda esta extraña calma, empapados de calor y de un turismo que no para de crecer, la realidad sigue siendo la misma o incluso peor. En todo el territorio, en nuestra casa, en Catalunya, casi todos se expresan en castellano y los que lo hacemos en catalán somos esa rara minoría que tristemente ya autonombro "especie en peligro de extinción". Y es en estos momentos cuando me vuelve a la cabeza aquello de la oficialidad del catalán en las instituciones europeas. ¿Qué ha quedado de aquel pacto Junts y PSOE que debía revertir de una vez por todas la debilidad del uso social de la lengua propia de Catalunya? ¿Cuándo veremos reconocido el catalán en nuestros estamentos y organismos de primer orden? ¿Cuánto tiempo más tendremos que ver el catalán menospreciado en el ámbito normativo, legal, jurídico y económico?
"En Catalunya, casi todos se expresan en castellano y los que lo hacemos en catalán somos esa rara minoría que tristemente ya autonombro "especie en peligro de extinción"
La oficialidad del catalán no es ninguna tontería, y mucho menos una pataleta de los partidos independentistas, sino al contrario. Se trata de una reivindicación que viene de lejos. Desde que España pasó a formar parte de la Unión Europea, en 1986, se han hecho muchos esfuerzos para que el catalán fuera oficial en las más altas instituciones europeas. Y, sin duda, en determinadas ocasiones, estos esfuerzos han llegado a buen puerto porque el catalán sí tiene un reconocimiento de uso limitado en ciertas entidades comunitarias de segunda línea, como puede ser el Comité de las Regiones. Pero en ningún caso esto significa que nuestros eurodiputados puedan expresarse en catalán en los plenos del Parlamento Europeo, ni tampoco que se pueda hacer uso de esta lengua en las comparecencias de la Comisión Europea.
Por el contrario, el catalán es ahora por ahora la decimotercera lengua más hablada de Europa. Ya son cuatro los países europeos en los que se habla: Francia, Andorra, Italia y España. El catalán tiene tantos hablantes nativos como el inglés dentro de la Unión Europea y es la más grande de las lenguas consideradas "regional o minoritaria". Hace años, décadas de hecho, que las instituciones catalanas reivindican que una lengua que hablan 10,8 millones de ciudadanos europeos y que, por tanto, ya es “técnicamente” oficial en Europa, sea también oficial en las instituciones europeas. Se trata, sin duda, de un caso único en la Unión: es la única lengua media que no goza de oficialidad en todo su estado, en España, y que tampoco es oficial en la Unión Europea. De hecho, y de ahí el flagrante agravio de la situación, hay hasta doce lenguas con un número inferior de hablantes que sí son oficiales en Europa, como podría ser el caso del danés y el finés, por citar dos al azar, con 5,2 y 5,1 millones de hablantes respectivamente.
Me atrevo a decir, y sin miedo a equivocarme, que muchos celebraron demasiado pronto aquella carta firmada por el ministro de Asuntos Exteriores español, José Manuel Albares, notificando a la Unión Europea su voluntad de reformar el reglamento lingüístico y añadir el catalán, el euskera y el gallego como lenguas oficiales. De eso ya hace más de un año, el 17 de agosto de 2023. Y hoy parece que todo esté congelado. Más allá de la reunión del Consejo de Asuntos Generales del pasado 24 de marzo, en la que el gobierno de España incorporó en su reivindicación la obligatoriedad de todos los estados de respetar tanto la identidad nacional de cada estado miembro como el plurilingüismo, hoy no sabemos nada nuevo. El catalán en Europa parece haber entrado, por decir que no ha salido nunca, en estado de hibernación.
Y aquí, en nuestra casa, en Catalunya, y lo quiero subrayar, la sociedad sigue creciendo sin tener en cuenta el catalán. Los recién llegados no ven la necesidad de aprender nuestra lengua cuando todo hoy se puede hacer en castellano. Y de hecho, nosotros somos los primeros que cambiamos de idioma si se nos dirige en castellano. Ocho de cada diez catalanohablantes se pasan al castellano cuando alguien les habla en esta lengua, según se desprende del último InformeCAT. ¿Cómo pretendemos, pues, que la situación del catalán no vaya cada vez más a la deriva?
"El uso habitual del catalán entre las generaciones más jóvenes ha pasado del 43,1% en 2007 al 25,1% en 2022"
La mala salud de la lengua catalana la corroboran los datos. El uso habitual del catalán entre las generaciones más jóvenes ha descendido quince puntos porcentuales en los últimos quince años. En concreto, se ha pasado del 43,1% en 2007 al 25,1% en 2022, once puntos por debajo de la media general. Un escenario nada alentador.
Soy la primera que anhelo con firmeza la oficialidad del catalán en Europa. No renuncio ni renunciaré nunca. Encontrarlo en el etiquetado de los productos hechos en nuestra casa, en sus instrucciones, en los prospectos de los medicamentos o en determinados avisos y anuncios oficiales. Emociona solo de imaginar.
Pero, por encima de todo, y hoy más que nunca, debería mirarnos el ombligo y comenzar a ser ejemplo lingüístico. Para los de aquí y para los de fuera, para los que vienen y para los que vendrán, para todos y en todas partes. Como se suele decir, pasar de la teoría a los hechos.
Vivir en catalán, aquí, en nuestra casa, en Catalunya.