El pasado 18 de febrero el robot Perseverance se posó en la superficie de Marte y desde entonces está allí, solo para siempre, trabajando para satisfacer nuestra curiosidad sobre el porqué de todo. Una semana después, el 25 de febrero, el CCCB inauguró la exposición “Marte, el espejo rojo” donde podréis comprobar que este planeta despierta nuestra curiosidad y fascinación desde hace más de 2.500 años. La visita de esta exposición ayuda a entender como ciencia y arte se conectan una y otra vez, y como las vanguardias a menudo se alimentan de la investigación de frontera. Los límites de nuestro conocimiento marcan los límites de nuestra imaginación, investigamos aquello que desconocemos, y aquello que desconocemos también alimenta nuestra imaginación y nuestros miedos.
Cada sociedad proyecta su pensamiento en todo aquello que hace, y lee el mundo con el color del cristal de su época. Los libros de prehistoria dicen que los hombres cazaban mamuts mientras las mujeres cuidaban a los críos y recolectaban fresas y arándanos, afirmación difícil de sostener analizando el registro fósil y que si lo pensáis bien ya veréis que se sustenta sobre todo en la proyección hacia el pasado del machismo actual. La mirada del presente tiñe todo lo que miramos, tanto si es hacia el pasado como hacia el futuro.
Cada sociedad proyecta su pensamiento en todo aquello que hace, y lee el mundo con el color del cristal de su época
Alrededor del año 500 antes de Cristo las cosas se explicaban por la acción de los Dioses, y en aquel contexto Marte era el Dios de la guerra. Un planeta rojo, como la sangre de los vencidos en batalla. Si damos un salto de dos mil años y vamos a finales del siglo XIX nos encontramos con el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli que en 1877 observó con su telescopio que la superficie del planeta Marte estaba atravesada por unas formaciones rectilíneas que llamó “canales”.
Veinte años después, entre 1895 y 1908, el prestigioso astrónomo norteamericano Percival Lowell fue más allá y afirmó que estos canales sólo se podían explicar por la acción de una civilización superior con unos grandes conocimientos de ingeniería. Todos aquellos canales demostraban una vida inteligente, y de aquí el mito de los marcianos y toda la literatura fantástica sobre los extraterrestres. Lógico. Si hay canales, hay vida inteligente. Y si hay unos canales espectaculares, hay una inteligencia espectacular. Por cierto, uno de los que se enfrentó a Lowell y demostró que se equivocaba fue el director del Observatorio Fabra, Josep Comas.
Resulta que cuando se mejoró la calidad de los telescopios ya se vio que aquello no eran canales, y que no había ningún rastro ni de ingeniería ni de inteligencia. Pero el principal problema de Lowell no fue la calidad de su telescopio, sino el sesgo intelectual con el que miraba el cielo. Entre 1859 y 1869 los humanos estábamos construyendo el Canal de Suez, una impresionante obra de ingeniería de 162 km. que conectaba el Mar Mediterráneo con el Mar Rojo. Nosotros hacemos canales y cuando miramos a Marte vemos canales, igual que nuestros antepasados guerreros miraban a Marte y veían el rojo de la sangre.
Si en la transición del siglo XIX al siglo XX nos daban miedo los extraterrestres, en la transición del siglo XX al siglo XXI lo que nos asusta son los robots. Máquinas que nos substituirán en el trabajo, que acabarán tomando decisiones por nosotros, que acabarán tomando el control de todo nuestro mundo y nos acabarán destruyendo. Una vez más, los avances de la ciencia inspiran nuestra ciencia ficción y explican cuáles son nuestros miedos.
Si en la transición del siglo XIX al siglo XX nos daban miedo los extraterrestres, en la transición del siglo XX al siglo XXI lo que nos asusta son los robots.
Los relojes blandos de Salvador Dalí son un ejemplo de como la ciencia de vanguardia de una determinada época inspiró una manera de hacer arte. Igual que Ground Control de David Bowie coincide con la época en que se publicó por primera vez una fotografía del globo terráqueo visto desde el espacio. Siempre hay quien lee a la ciencia y proyecta con arte aquello que le conmueve y le inquieta. Si queréis entender lo que nos pasa, nuestros deseos y nuestros miedos, observad tanto la ciencia como el arte. Si queréis leer hacia dónde va el mundo poneos gafas y graduad uno de los cristales con ciencia y el otro con arte. Y disfrutad.