Este verano se presentó al público el Modelo 3 de Tesla, el utilitario con que Elon Musk quiere inundar el mundo con vehículos eléctricos y también la ciudad de Barcelona, como hace pensar la próxima inauguración de su tienda. Con una autonomía que puede ir de los 350 a los 500 km según que se opte por la batería estándar o por una de ampliada y con las sofistacions técnicas y de diseño que hacen las delicias de los amantes de los coches, todo augura que puede representar el punto de inflexión, tan necesario, entre la era del motor de combustión interna y lo era del motor eléctrico. Su promotor canta, lógicamente, las maravillas, pero también lo hacen periodistas especializados que lo han probado. El enviado de Business Insider y el de Bloomberg coinciden incluso en la manera de expresar la experiencia: "Acabo de conducir el Modelo 3 de Tesla y lo cambia todo" escribe la uno; "Conducir el Modelo 3 de Tesla lo cambia todo" afirma el otro.
La expansión del vehículo eléctrico es un deseo muy compartido, pero necesita una oferta atractiva, tanto en las prestaciones del vehículo como en su precio, además de un cierto empujón público. Hasta hoy, el rol de los gobiernos se ha enfocado a dar incentivos para la adquisición, más o menos significativos según el país; han alcanzado desde bonificaciones fiscales hasta facilidades para aparcar o para circular por carriles más rápidos. Un paquete "agresivo" de estímulos tiene efectos constatables: en Noruega, que se ha citado a menudo como modelo, el 40% de los vehículos que se venden ya son eléctricos –de hecho, uno de cada cinco vehículos eléctricos que circulan por Europa lo hace por carreteras noruegas.
Obviamente, este impulso tiene mucho que ver con dos retos enormes: uno de carácter global –el cambio climático– y otro de carácter local, pero presente a prácticamente todas las urbes medianas y gordas del planeta –la contaminación atmosférica. En los dos casos, el transporte basado en combustibles derivados del petróleo tiene una gran responsabilidad. Por eso, la progresiva sustitución del parque móvil por vehículos eléctricos representa una esperanza en este sentido. Algunos confían que el mercado llevará naturalmente, otros creemos que la implicación pública es imprescindible porque la transición no se eternice.
"El éxito definitivo del vehículo eléctrico como gran solución va indefectiblement ligado a la transición energética hacia las fuentes renovables"
De todos modos, la conclusión que los vehículos eléctricos nos resolverán, de repente, los dos problemas mencionados es apresurada. Hay que preguntarse cómo se produce la electricidad consumida: si lo hace a partir de combustibles fósiles, el problema se ha derivado, pero no se ha eliminado. En el aspecto del cambio climático, las emisiones serían superiores si la fuente es el carbón, pero inferiores si es el gas natural; en cualquier caso, se continuarían liberando gases con efecto de invernadero hacia la atmósfera. En cuanto a la contaminación, obviamente desaparecería de las ciudades pero se concentraría en el entorno de las centrales generadoras de energía, aunque, en estas, sería más fácil y eficaz establecer sistemas de filtraje que retuvieran estas sustancias nocivas.
No pretendo aigualir la confianza en el vehículo eléctrico –al contrario, desde un punto de vista social y ambiental, las ganancias son innegables. Ahora bien, conviene que esta cuestión, como todas las relacionadas con la sostenibilidad, se aborde con una visión amplia y no fragmentaria: los frentes de ataque son siempre más de uno y, si no se tienen en cuenta todos, podemos quedar frustrados porque los resultados no sean los esperados.
El éxito definitivo del vehículo eléctrico como gran solución va indefectiblement ligado a la transición energética hacia las fuentes renovables. Son dos caras de la misma moneda y, por eso, es imprescindible que haya una visión estratégica que las una. El liderazgo público es, pues, esencial.