A raíz de los bajos precios de los coches que exporta China, se destapa, otra vez, el asunto de la guerra comercial entre países y de las tentaciones proteccionistas que a menudo lo acompañan.
La Organización Mundial del Comercio (ITO, International Trade Organization) hace años que fijó unas reglas a cumplir por los países miembros. Las últimas han permitido esto que conocemos como mundialización, la globalización. La ITO no es un organismo que pueda sancionar a los miembros -si lo hace, sus sanciones no hacen daño-, pero sí facilitarles el comercio (reglas, procedimientos, pagos, etc.). Simplemente, agrupa unos países del mundo, la mayoría, que se han puesto de acuerdo para vender y comprar productos entre ellos.
Controlar si los países cumplen las normas es difícil. Especialmente en los países sometidos a una dictadura. Por ejemplo, está prohibido por la ITO subvencionar la producción de bienes que se tienen que exportar. Se considera competencia desleal. Y es así que la Unión Europea intuye -tiene pruebas- que la fabricación de coches eléctricos en China está subvencionada y, por lo tanto, quiere poner barreras a la importación de vehículos fabricados allí. Los aranceles pueden llegar hasta el 45%.
"Entre los estados miembros de la UE se ha adoptado una decisión inteligente que tendría que fijar precedente: han dejado que sea la Comisión Europea, presidida por la señora von der Leyen, quien tome la decisión"
Inmediatamente se han levantado voces protestantes o amenazantes. De China, al instante. Pero también de determinados constructores de coches europeos que tienen fábricas en el país asiático. Hay de todo cuando se toca el bolsillo. No parece lógico, sin embargo, que Cupra -filial de VW, con fábrica en China- proteste mientras VW promueve dentro de la Unión Europea una moratoria para la emisión de gases con la excusa de que no llega a vender en Europa el número de coches eléctricos que tenía previsto. Todo el mundo sabe que la promoción del coche eléctrico por parte de VW ha sido tibia. Con esto quiero decir que los actores que protestan son múltiples y movidos por motivaciones diversas.
Viendo los planes de aplicar aranceles a sus coches eléctricos, China empezó a amenazar de poner aranceles a la importación de carne de cerdo -producto sensible para la economía española-. Y comenzaron las movilizaciones catalanas y españolas para influir sobre Bruselas con el objetivo de que no aplicara aranceles. De nada ha servido. España tiene un sector porcino importante. Pero tan importante como la fabricación de automóviles.
Al ver que no había unanimidad entre los estados miembros de la Unión Europea, se ha adoptado una decisión inteligente que tendría que fijar precedente: han dejado que sea la Comisión Europea, presidida por la señora von der Leyen, quien tome la decisión. Y la decisión ha sido aplicar aranceles a los coches eléctricos chinos. La reacción de China parece, de momento, ridícula: aplicar aranceles al coñac europeo, ergo, francés.
"Pensar que China aplicaría penalizaciones importantes a la importación del cerdo es de ignorantes; China no puede producir suficiente carne de cerdo y es un alimento básico de su población"
De todo este vodevil se tendrían que extraer lecciones. Yo saco tres. La primera es la unidad. Mensaje importante a China: en este tema, Europa está unida y quien decide es Bruselas. Inútil amenazar, por parte de China, a los estados miembros individualmente. Segunda: es positivo simplificar las decisiones sacándolas de los intereses particulares (los estados miembros) y elevarlas a organismos de gobierno más simples pero más potentes (Comisión Europea). Tercera: un organismo que gestiona el futuro de 450 millones de intereses individuales no puede ceder a los intereses sectoriales: en Europa, el coche eléctrico es estratégico para su población. La miopía del sector porcino es evidente. Pensar que China aplicaría penalizaciones importantes a la importación del cerdo es de ignorantes. China no puede producir suficiente carne de cerdo y es un alimento básico de su población. Por el contrario, penalizar el consumo de coñac es una ridiculez. Lo consumen las clases medias altas chinas y no dejarán de hacerlo. Además, constituye un sector pequeñísimo de la economía europea.
Los europeos nos tendríamos que acostumbrar a un hecho que juega a nuestro favor. Somos la primera potencia económica y comercial del mundo, y cuando actuamos de forma unida y enseñamos los dientes, el mundo se encoge.