El sector turismo no es el único que fuerza a la baja los salarios y la escasa profesionalización. Hay otros. La construcción, determinadas modalidades de transporte, reparto, etc. Y es que el camino que ha encontrado la economía catalana para ser competitiva ha consistido en estrangular en salarios, descuidando la productividad. Por decirlo de otro modo, no se ha hecho el esfuerzo suficiente para aumentar la producción de cantidad de bienes y servicios por hora trabajada.
Esta es una manera avanzada de reducir costes a la hora de ser competitivo: cada persona produce más por cada hora que trabaja. Y esto se consigue con dos herramientas fundamentales:
- Inversión en maquinaria y tecnología. Es decir, gastarse dinero en adquirir maquinaria para hacer más productiva la hora trabajada. Pero también invertir en tecnología, en productos software y hardware para mejorar el rendimiento de los trabajadores.
- Inversión en formación. Que los trabajadores tengan una calificación mayor, enseñándoles maneras de trabajar mejor y hacerlo de forma más eficiente. Y también invertir en mejorar los procedimientos y los métodos de trabajo. Y aquí tenemos una asignatura colectiva pendiente que es la racionalización de los horarios. Los horarios catalanes son típicos de sociedad vaga. Se gastan demasiadas horas en el puesto de trabajo sin aprovecharlas. Y es que, como se llama vulgarmente, no es lo mismo trabajar que ir al trabajo.
Pero, está claro, si no se hace todo esto -que sí llevan a cabo, en cambio, los países avanzados que nos rodean- la única manera de sobrevivir y poder vender a precios razonables consiste en pagar poco al trabajador. Se cae en una espiral peligrosísima de faltas mutuas: el trabajador se siente mal pagado y rinde poco, el empresario exige poco porque sabe que paga mal. El resultado es el conocido: un mal servicio en todo aquello que no son productos manufacturados o gestionados por multinacionales que tienen los estándares establecidos internacionalmente. Se da cumplimiento a la famosa frase de los cubanos: "Fidel hace ver que nos paga y nosotros hacemos ver que trabajamos". Cualquier camarero francés o italiano se comporta con mucha más profesionalidad que su equivalente catalán. Y el medaigualismo general que demuestra en casa nuestra cualquier empleado que atiende al público, es único en el mundo.
Es como un suflé: se hincha la actividad económica con valor añadido de escasa densidad, con puestos de trabajo muy bajamente calificados que la gente del país no acepta ocupar
Y al final uno se pregunta: ¿es que quizás no hay otro camino para sobrevivir? Alguien podría plantear el tema siguiente: somos un país pobre y los cuatro que vivimos tenemos que imaginar estratagemas para poder salir adelante, protegiéndonos los unos a los otros. Pero no es así. La cuestión sorpresiva del hecho catalán es que Catalunya no crea puestos de trabajo para cubrir las necesidades del país y ofrecer mejores oportunidades a la gente. No señor. ¡El país se dedica a crear puestos de trabajo innecesarios para los que tienen que venir! ¿Por qué digo "para los que tienen que venir"? Muy fácil, es como un suflé. Se hincha la actividad económica con valor añadido de escasa densidad, con puestos de trabajo muy bajamente calificados que la gente del país no acepta ocupar y, por lo tanto, tiene que marchar o prefiere quedarse en paro.
Vuelvo a mi querido Idescat. Miren cómo ha evolucionado la población en Catalunya:
En el año 2000, la población no extranjera en Catalunya era de 6.080.409 habitantes y la extranjera era de 181.590. 19 años más tarde, la población extranjera había aumentado hasta 1.159.427 (un crecimiento del 538%), mientras que los catalanes lo habíamos hecho hasta llegar a los 6.515.790 (es decir, un 7%).
Una proporción de mano de obra extranjera elevada es lógica en países donde el crecimiento económico es alto y el bienestar de la población va en alza
Una demanda tal de mano de obra extranjera es una locura. Sobre todo su crecimiento -de las consecuencias hablaremos después-. Una proporción de mano de obra extranjera elevada es lógica en países donde el crecimiento económico es alto y el bienestar de la población va en alza. Y, entonces, quedan siempre posiciones vacantes que los nacionales de aquel país no quieren, o no pueden, ocupar. Entre otros cosas, porque están todos ocupados en otros puestos de trabajo mejor pagados. Pero no es nuestro caso. Que es único. Hablaremos de ello la próxima semana.
Ah, y que nadie se altere. Estos artículos no van de xenofobia -palabra que se ha puesto de moda entre el periodismo tópico y cursi, y que se endosa a todos aquellos a los que se pretende estigmatizar-. Aquí se trata de hablar de cifras y de hechos evidentes: la demanda de mano de obra inmigrante por motivos económicos es lógica. Y, por lo tanto, bienvenida y necesaria. Ahora bien, ¿estamos nosotros en disposición de pedirla?