La divulgación de noticias falsas, o fake news, no es en ningún caso un fenómeno nuevo ni inherente de la revolución digital, a pesar de que es inapelable que el desarrollo irrefrenable de las nuevas tecnologías ha favorecido su expansión y ha magnificado también su alcance. Desde la política y la salud hasta la ciencia o la historia, no hay ninguna área que hoy en día pueda quedar al margen. Hablamos de un mismo modus operandi: una publicación falsa o engañosa que se presenta con una apariencia de autenticidad, pero que contiene información errónea, manipulada o inventada, parcialmente o total, con el propósito de generar un estado de desconcierto, condicionar la opinión pública o, incluso, promover la toma de decisiones a partir de informaciones equívocas o interpretaciones tergiversadas.
Las noticias falsas no son de ninguna forma una broma o un chiste, tienen siempre un objetivo nocivo, ya sea económico, ya sea ideológico. Según recoge el I Estudio sobre EL impacto de las Fake News en España elaborado por la Universidad Complutense de Madrid, el gran problema hoy en el Estado español es que el 86% de la ciudadanía no discierne con facilidad las noticias inventadas de las reales. Y se produce la paradoja que, en un momento de la historia en el que el acceso a la información es universal, proliferan más que nunca los popularmente conocidos como "bulos" y las noticias falsas.
"El 86% de la ciudadanía no discierne con facilidad las noticias inventadas de las reales"
Hay que subrayar que la desinformación nunca es inocente y nos puede arruinar la vida. De hecho, en Europa, el 76% de la población opina que la proliferación de fake news es un peligro para la democracia y en España lo piensan ocho de cada diez personas.
El informe anual sobre los próximos riesgos a escala mundial hecho público recientemente por el Foro Económico Mundial de Davos sitúa la desinformación como una de las amenazas más importantes en el corto plazo. El estudio señala también que cada vez es más difícil parar una mentira que se propaga en un mundo tan hiperconectado como es el actual, con la irrupción imparable de la inteligencia artificial. Y es que si bien las nuevas tecnologías constituyen un medio extremadamente poderoso para difundir ideas serias, también son una viruta propagadora de cualquier idea, banalidad o falsedad.
Plataformas como Google, Facebook o X (Twitter) han acontecido una incubadora de noticias e informaciones inventadas y dirigidas con el fin de manipular nuestra intención y juicio por, finalmente, lucrarse. Y no es casualidad que el canal de divulgación escogido sea precisamente estas redes sociales. La ausencia de privacidad de los ciudadanos en las redes sociales, la debilidad del marco legal en el ámbito digital, junto con las potentes herramientas de segmentación de estas plataformas, propician diseñar estrategias y campañas de "bulos" y fake news dirigidas a manipular el pensamiento.
Pero, ¿hasta dónde llega su impacto? ¿Qué riesgo suponen y cómo se pueden combatir?
"Las campañas de intoxicación no suelen limitarse a la difusión de noticias falsas, sino que buscan construir un relato malintencionado"
Si dentro del colectivo de periodistas ya se echa de menos la verificación, la ciudadanía tendría que disponer de un plan de alfabetización digital y recibir información de calidad en una era digital que suscita un trending topic no verificado en cualquier instante. En la contienda contra la desinformación es imperioso la coordinación entre las compañías tecnológicas, la sociedad civil, los fact checkers o verificadores y las instituciones académicas. Porque las campañas de intoxicación no suelen limitarse a la difusión de noticias falsas, sino que buscan construir un relato malintencionado. Y es aquí que se hace más necesario que nunca fomentar el pensamiento crítico en los más jóvenes como única arma eficaz para combatir la manipulación del pensamiento.
Los gobiernos de todo el mundo están cada vez más preocupados por las fake news, en especial por el impacto que la desinformación y la propagación de las noticias falsas puede tener en la sociedad: desde la estabilidad de los mercados financieros hasta las decisiones electorales de los ciudadanos o los disturbios que esta tipología de noticias puedan desencadenar. Justo es decir, pero, que la gran mayoría de los países que han implementado algún tipo de norma o legislación contra las noticias falsas han topado con las críticas o los temores de quienes ven en este tipo de medidas un intento de censura.
Precisamente en esta línea, el miércoles de la semana pasada, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, presentó en el Congreso de Diputados su plan contra la desinformación, las fake news y los "bulos". Las medidas anunciadas se pueden resumir en una transparencia más grande en la propiedad de los medios, un mayor control de la publicidad institucional y una medida real y auditada de audiencias. Nada más y nada menos que la aplicación de la transposición del Reglamento europeo de libertad de los medios de comunicación que se aprobó el pasado mes de marzo al pleno de Estrasburgo con el voto favorable de todos los partidos, a excepción de los de la extrema derecha. Los medios de comunicación tendrán que publicar qué financiación reciben de publicidad institucional, y también informar sobre las cuantías de fondos públicos que reciben desde otros estados o entidades públicas de terceros países.
"Corregir antes de que censurar. Siempre."
El nuevo reglamento también pretende poner límite a prácticas como las noticias clickbait, fiscalizando los mecanismos de medida de la audiencia para que actúen bajo los principios de transparencia, neutralidad, inclusividad, proporcionalidad, no discriminación, comparabilidad y verificabilidad. Para la correcta ejecución, control y supervisión del nuevo reglamento, desde el Gobierno central proponen ampliar las competencias de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) para que sea ésta la que ejerza de organismo independiente de control.
Inhibir la desinformación sin caer en la tentación de la censura preventiva es no tan solo imprescindible, sino prácticamente una obligación de los poderes públicos. Combatir la mentira en la esfera científica, social o política únicamente se puede hacer con las mismas herramientas, pero propulsadas por personas, instituciones, organismos o webs que dispongan de un sello de veracidad y de confianza.
Con todo, corregir antes de que censurar. Siempre.