En defensa de la Cultura

Hace unas semanas, el diario The Guardian escribió en mayúsculas la palabra "Cultura" en su artículo de opinión editorial. No debería ser una excepción, pero rara vez aparece esta palabra en este tipo de secciones de opinión, si no es relacionada con algún otro tema y de manera tangencial. Si no han cambiado las reglas del periodismo, al menos, un diario incluye en su editorial la posición que la casa tiene sobre un tema y, en general, tiene el objetivo de provocar debate. Este es el caso, el título del editorial es "Luchar por el arte en tiempos de austeridad". ¿Por qué ahora? O más exactamente, ¿por qué hasta ahora no?

El verano es la época de los festivales, los meses de las grandes producciones. Las multitudes se reúnen en espectáculos diversos, generalmente, pagando grandes cantidades, y no parece que la crisis constante que nos rodea haya afectado esto. Según informó recientemente el propietario de Ticketmaster, el número de personas que asistieron a conciertos en 2023 aumentó un 20% y las ventas de entradas un 13%. A la luz de estos datos, los resultados del sector de festivales, conciertos y eventos musicales de pago aumentaron un 46%.

El sector de la cultura va bien, pero la Cultura no tanto. El artículo de The Guardian recoge, por ejemplo, que muchos de los festivales de cultura popular que solían ser organizados con dinero público e iniciativa social casi han desaparecido, con pocas excepciones, porque la fuente de financiación pública se ha secado del todo. No nos resulta extraño, ¿verdad?

"El sector de la cultura va bien, pero la Cultura no tanto"

Las infraestructuras de la cultura son costosas: los creadores deben vivir con dignidad si han de continuar creando y los ciudadanos debemos tener acceso a la oferta cultural, si no queremos que la demanda se ahogue. En el contexto actual, más que nunca, es necesario reivindicar la capacidad de la cultura para generar valor social, pero más allá de las palabras, no está claro qué camino se puede seguir para superar los criterios puramente economicistas.

Entre las soluciones, merece mención la "economía orientada al impacto" que se ha ido extendiendo bastante en los últimos años. Dicho en palabras sencillas, esta visión empresarial sitúa en el centro la creación de impacto social y ambiental positivo por cualquier actividad económica junto con los beneficios económicos; ambos a la vez. De ahí podría surgir una arquitectura alternativa para construir puentes entre la colaboración pública, privada y social. Y nos es imprescindible.

El cambio de perspectiva puede parecer pequeño, pero no lo es: las empresas deben tener resultados económicos positivos para sobrevivir, pero su objetivo no es solo sobrevivir o enriquecerse, sino crear un impacto social a través de su actividad. En una escala humana, podríamos decir, por ejemplo, que los seres humanos necesitamos oxígeno para sobrevivir, pero nuestro objetivo no es respirar, sino vivir.

La cultura se debe pagar, pero ¿cómo garantizar el derecho a la cultura para aquellos que no pueden pagar? Si no se garantizan programas públicos y sociales, la Cultura se convierte en un bien de mercado, sometido a las leyes del mercado, desposeída de su función social y humana. La cultura no es solo un conjunto de espectáculos caros, sino un bien social que debe ofrecer a todos una manera de desarrollarse y expresar sus sueños.

"Si no se garantizan programas públicos y sociales, la Cultura se convierte en un bien de mercado, sometido a las leyes del mercado"

En la época de la austeridad, The Guardian ha hecho un llamado a luchar por la Cultura en su editorial. Si la cultura te parece cara, lector, intenta medir el precio que pagaremos todos tarde o temprano por la ignorancia.

Como dijo el escritor Ray Bradbury, no es necesario quemar libros para hacer desaparecer la Cultura: basta con venderlos caros.

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