- Buenos días, ¿quieres ir a hacer un brunch?
+ No, quiero desayunar.
El estoicismo es una corriente de pensamiento que surgió como una necesidad similar a la que tenemos en nuestras sociedades actuales. La guerra en todas partes se está trasladando a la guerra interior, a una sensación de inestabilidad, a una sensación de recogimiento que ahora se mezcla también con la llegada del invierno. Durante esta época del año, la sensación de calidez se vuelve imperativa. Viviendo en Ámsterdam, siempre pongo la televisión en catalán por nostalgia mientras preparo la cena. El otro día escuchaba un conocido programa de humor donde organizaban una competición entre dos clientes de un bar que me encanta, llevándolos a un brunch, uno de esos restaurantes que ofrecen comidas atemporales basadas en una idea anglosajona de la alimentación donde puedes mezclar todo lo que quieras en un plato que supuestamente es equilibrado. En nuestra tierra se desayuna, se almuerza, se come, se merienda, se cena, y si eres golosa haces recena. La vida se organiza en función de cuándo comemos, y no se puede comer lo que quieras a la hora del día que quieras. Y a pesar de esta rectitud moral y de alma, aún hay países, como el que ahora me acoge, que piensan que somos gente pasional, que solo baila y vive la vida alegremente gracias a su acceso privilegiado al sol. Somos gente seria, y aún más cuando se trata de cómo nos alimentamos.
"Viviendo en Ámsterdam, siempre pongo la televisión en catalán por nostalgia mientras hago la cena"
Cada día vemos más titulares en los medios de comunicación sobre cómo la dieta mediterránea está desapareciendo porque los precios de los alimentos frescos se están disparando. El alto precio de los productos y la imperialización cultural que despiertan tendencias como el brunch están haciendo que nos parezca aceptable y saludable comer un revoltijo de alimentos transgénicos e importados de países que colonizamos hace muchos años como comida única. No digo que tengamos que comer cada día cap i pota o un estofado, eso claramente no es una alternativa más deseable, pero lo que no puede ser es que la capital de la gastronomía mediterránea, que tan apreciada se considera en todo el mundo, solo se encuentre en restaurantes de alta gama, y que si quiero comer un menú de mediodía, cada vez se vea más sustituido por esta opción mal diseñada y mal pensada.
Vuelvo a Barcelona cada mes, como una amante controladora de una ciudad que no quiere soltar del todo. Cada vez hay más sitios donde hacen brunchs, donde cocinan cosas que no son propias de la cultura de Barcelona, pero que, más peligrosamente, no son propias de ninguna cultura más allá de la estetización de la sociedad líquida globalizada. Si abren miles de restaurantes de cocina extranjera me parece estupendo, porque es muy catalán eso de ir a un restaurante de otra gastronomía y compararlo con cualquier cosa cercana a nosotros. He llegado a ver personas en restaurantes de ramen decir "esto debe ser como el caldo de su abuela". Aquí no tenemos conflicto: cuanta más gastronomía, mejor. Ahora bien, mezclarlo todo en un plato porque hace gracia es una aberración a las cocinas del mundo que no deberíamos promover. Permitirlo, sí. Tener un par de sitios en la ciudad que hagan estas barbaridades, por supuesto. Que yo sepa, tener mal gusto aún no es ilegal en ningún país del mundo, ni tiene por qué serlo. Pero yo quiero desayunar: quiero un café con leche, un zumo de naranja y un bocadillo de jamón, queso o tortilla por menos de 5 euros. Quiero poder bajar a tomar un café rápido o coger una ensaimada porque me he quedado con hambre del primer desayuno durante la pausa de las once. Si quedo con las amigas, no quiero que la única opción sea una tostada verde con huevos mal hechos. Que vuelvan los hornos, las granjas y los desayunos de tenedor o de migas. En tiempos de temporal exterior, necesitamos las cosas que nos transporten al calor del hogar. En épocas estoicas, debemos desayunar como es debido.