Aida Domènech es una chica que ha hecho un viaje en Sudáfrica con su esposa y ha colgado unas cuántas fotos a Instagram. Los temas de sus fotos siguen los diez mandamientos de Instagram: selfies, fotos de los pies, con acompañante, sin, con los locales, a playas desiertas, en hoteles de lujo, de comidas sofisticadas, de ropa de marca y de bicicletas enmohecidas. Estos diez mandamientos se resumen en dos: la vida es maravillosa y yo soy aquí y tú no.
Aida y su esposa, Alba Paul, han pasado unos días en Sudáfrica dónde han hecho el que hace todo el mundo que se lo puede permitir, que es ir a hoteles de lujo, hacer un safari y hacer fotos, muchas fotos. Hasta aquí un viaje más explicado a Instagram. Los problemas, pero, han venido por una foto que ha colgado haciéndose un baño de espuma al hotel —llenar bañeras en un país que está en sequía es feo y hacerlo en Ciudad del Cabo, a un mes de quedarse sin reservas, más—. Por si esto no fuera basta, también hizo un 'Instagram momento' donde se veía una foto de tres niños de un poblado haciendo los signo de la victoria con las ojeras de solo que ella y su esposa los habían regalado: "Ahora ya tienen nuestras ojeras de recuerdo, yo sus sonrisas y el tiempo con ellos".
Resulta, pero, que Aida Domènech es también una marca en las redes —es la famosa Dulceida— que tiene más de 2,2 millones de seguidores sólo a Instagram. Es aquí donde se acaban las comparaciones con los Instagram del resto de mortales; cada foto suya tiene de 100 a 200.000 me gusta. Su influencia sobre sus seguidores lo ha traído a ser una de las más cotizadas en España y con una marca de productos propia que entre otros comercializa, sí, ojeras de solo.
A las fotografías las ha seguido un twitterstorm —desde usuarios muy enfadados, a insultos, pasando por montajes con viñetas racistas de Tintín en el Congo— que ha convertido el asunto en trending topic y lo ha traído a todos los digitales del país. Dulceida no se ha escondido y ha mirado de parar la crisis dando todo tipo de explicaciones: los hemos regalado las ojeras de solo porque los hacía felices, hemos subido la foto a Instagram como subimos tantas otros, he hecho donaciones a fundaciones como la Fundación SOS y la fundación contra el cáncer de Éric Abidal, para remachar con un desafortunado "Gracias a nosotros podrán comer meses los 60 Massai". No ha servido de nada, las interwebs ya habían sentenciado. A cada piada, a cada justificación, la marca Dulceida se iba desvaneciendo e iba apareciendo Aida Domènech que no entendía nada. Finalmente ha acabado borrando las fotos y algunos de los tuits que había hecho justificándolas.
Aida no ha hecho nada demasiado diferente que el que hagamos muchos turistas cuando vamos a países de gente de piel oscura —los de la gente con una mirada sin malicia y siempre con una sonrisa, porque a su manera son felices—. Cómo muchos, ha hecho fotos de niños descalzos, y como muchos los ha regalado unas ojeras en un acto de altruïsme infinito, aunque los conviniera más un par de zapatos. Y ha subido fotos a Instagram o las ha compartido por Whatsapp, como muchos.
No ha hecho nada que la gente blanca, educada, de países industriales ricos y democráticos no haga de manera compulsiva cuando ve a niños en países del tercer mundo pero que no hace cuando los ve en Austria, Gran Bretaña o en la Cerdaña. La gente que olvida demasiado a menudo que los menores tienen derecho a la privacitat, sean del color que sean, sean del país que sean y ganen el que ganen sus padres. Gente blanca, educada, industrial, rica y democrática, WEIRD en su acrónimo inglés, estrambòtica en la traducción al catalán.