Soy de la generación Napster. De los que nos descargamos más música de la que nunca podríamos escuchar en nuestra vida y que nunca escucharemos porque ha desaparecido en algún disco llevar que ha fallado (de discos duros hay de dos tipos: los que han fallado y los que todavía no lo han hecho).
Soy de la generación que descubrió que las aplicaciones, películas, la música y las noticias no había que pagarlas porque eran (son) de balde a BitTorrent, de la generación que defendió a ultranza las redes entre iguales (p2p) como la mejor manera de compartir y distribuir contenidos digitales —conocimiento— sin el control de un servidor central.
Una generación que 17 años después se ha aburguesado, que la revolución de Napster ya no es la suya y que ahora mira desde el sofá de casa como la revolución la hacen los Spotify, los Netflix y los Apple Music de turno. Nos hemos hecho grandes.
Nos hemos hecho grandes y el precio de las plataformas de streaming de contenidos y su facilidad de uso hacen que descargarse contenidos en las redes de intercambio de archivos (BitTorrent ahora) ya no valga la pena. En 17 años la generación Napster ha pasado de tener más tiempo que dinero a tener más dinero que tiempo, o al menos suficiente dinero como para pagar los 9,99 euros de Netflix o de Spotify.
Pero podríamos los viejos revolucionarios disfrutar del documental Citizenfour a Netflix, donde Snowden explica como el capitalismo nos controla, si antes no hubiéramos hecho la revolución a Napster? Cada busca que hicimos a Napster, cada archivo descargado y cada archivo compartido fue un golpe mortal al sistema que las mayores de Hollywood y las discográficas vieron como una amenaza y que las tecnológicas vieron como una oportunidad. Apple se avanzó y sacó iTunes donde las canciones costaban 0,99.
Pero esto no es nuevo. Hollywood fue creada por "piratas" a principios del siglo XX: directores, productores y creadores huían de la Cuesta Este hacia California para saltarse las patentes que Edison tenía sobre las máquinas projectores. Desde California los cineastas podían piratear la tecnología de Edison lejos de sus sicarios y de las leyes de propiedad intelectual. Fox, una pequeña empresa de cineastas independientes, era uno de este piratas.
Unos años más tarde, el 1928, un joven Walt Disney pondría los fundamentos de su imperio audiovisual con Steamboat Willie, Jr, el primero corto animado con sonido sincronizado y primera aparición de Micky Mouse. El que no sabe tanta gente es que el corto es una copia de Steamboat Bill, Jr, una película independiente protagonizada por Buster Keaton.
podemos aprender algo de estas revoluciones? Y de los sucesivos aburgesaments? Nosotros pasamos de la pantalla del ordenador y del Napster a 56kbps a la pantalla 4K y el Netflix en fibra óptica. Hollywood, Fox y Disney de ser piratas a ser los más firmes defensores de la propiedad intelectual y perseguirla.podríamos sacar algo y aplicarlo por ejemplo a la prensa digital?
La prensa se ha pirateado a sí misma, y no me refiero a la percepción que algunos editores tienen que han tenido que regalar sus contenidos porque los lectores no pagan por contenidos en linea; el lector de noticias en papel tampoco ha pagado nunca el valor real de los contenidos, se los han pagado los anunciantes. En el entorno digital el modelo publicitario basado en el clic ha sido el pirata que nos ha hecho acabar a escribiendo en base de pescaclics. Pero esto tiene los días contados. Lo explicaba Marc Argemí en su artículo 'Leéis hasta el final'.
Estudiando los casos de éxito de Netflix ( 90 millones de subscriptores) y Spotify ( 35 millones) veremos que tienen en común que se dirigen a una audiencia creada antes por la piratería con una oferta de contenidos premium y personalizados en un entorno fácil de utilizar. Parece extraño pero estamos dispuestos a pagar por este servicio.
La prensa digital tiene todos estos requisitos: tiene contenidos exclusivos, sabe nuestros hábitos de lectura —incluso si llegamos al final de un artículo— para servirnos contenidos personalizados, y el que es más importante, tiene una audiencia que ya lee en digital y un pirata —el pescaclics— que lo obliga a innovar. Sólo le falta la usabilitat, que tendría poco a ver con leer un PDF en la pantalla de un iPad. Quién haga el Netflix de la prensa a 9,99 al mes ya tiene un subscriptor aburguesado.