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El alimento, una mercancía singular

18 de Junio de 2018
Francesc Reguant fotografia

Hace pocos días ha surgido una polémica en el País Valenciano sobre la importación de chufa. Por un lado se denuncian los supuestos abusos laborales a las trabajadoras africanas de la empresa Tigernuts Traders, la mayor comercialitzadora de chufas del mundo, y, por otro lado, se manifiesta disconformidad por el que significa de competencia desleal en cuanto que estas condiciones laborales, con bajos salarios, posibilitan situar en el mercado productos a un precio que califican de dumping social.

Por lo tanto si, tal como se propone, exigimos que mejoren las condiciones laborales (incluidas las salariales) de las trabajadoras africanas, ellas vivirán mejor y la competencia se realizará en términos equivalentes. De todos modos, me cuesta de ver los afanes de justicia social acompañados de intereses comerciales. Considero que los problemas sociales, algunos de ellos muy sobrecogedores, hay que abordarlos necesariamente, pero en otros ámbitos. En cualquier caso el comercio internacional de alimentos se un tema complejo con múltiples vectores contradictorios y no todos evidentes.

"Estamos muy lejos de una governança mundial del comercio internacional"

Si de dumping social se trata, esta es la misma queja que hacen, por ejemplo, los franceses de algunas de nuestras producciones agrícolas, pues es cierto que nuestros salarios sueño más bajos. De hecho la clásica defensa de una economía relativamente débil frente a los competidores es la devaluación de la moneda, lo cual no deja de ser una forma de dumping. Por lo tanto, a pesar de los esfuerzos de la Organización Mundial de Comercio (OMC) para liberalizar los mercados estableciendo acuerdos de relaciones hipotéticamente más equitativas, estamos muy lejos de una governança mundial del comercio internacional, la cual exigiría una relativa equivalencia en el desarrollo de los diferentes países, algo que actualmente no es ni imaginable.

La agricultura siempre es el actor en discordia en los tratados de comercio internacional. Las negociaciones al si de la Organización Mundial de Comercio y otros tratados multilaterales a menudo se encallan en el apartado agrícola. Por ejemplo, la inacabada Ronda de Doha fracasó en su intento de conclusión en julio de 2008 por las cláusulas de salvaguarda sobre productos agrícolas, entonces vino la crisis económica y desde entonces la OMC se ha dedicado a poner cara de circunstancias, mientras se intentaban e incluso concluían otros tratados multilaterales pero no de ámbito global al si de la OMC.

Aun así, las dificultades de la Ronda de Doha puso en evidencia la singularidad agrícola. Las tensiones clásicas en este capítulo al si de los procesos de liberalización comercial eran –simplificando- entre países desarrollados ( diremos Norte) y países en desarrollo ( diremos Sur). Los según reclamaban el apertura de fronteras norteñas a los productos agrícolas del Sur, los únicos productos –en muchos cassos- que podían ofrecer de intercambio.

A la vez denunciaban –con toda justicia- el abuso flagrante de las ayudas a la exportación de los países desarrollados, vía por la cual estos podían dar salida a sus excedentes a precio de destruir las precarias economías del tercer mundo. Pero en el caso de Doha quién bloqueó los acuerdos, a causa de las salvaguardas agrícolas, fue la India. En este caso pesó más el miedo a desmantelar la seguridad de abastecimiento alimentario a la propia población india que las hipotéticas ganancias de su comercio agrícola. Todo sea dicho, que en un momento en el cual la India empezaba a tener otros muchos activos para intercambiar.

"La seguridad de abastecimiento alimentario no es negociable al si de ningún tratado de comercio internacional"

Pero, sin duda, se evidenciaba un hecho clave: la seguridad de abastecimiento alimentario no es negociable al si de ningún tratado de comercio internacional. A las últimas agudas crisis de precios de los alimentos básicos (2007, 2010 y 2012) algunos países productores establecieron limitaciones en sus exportaciones, ya sea prohibiéndolas o a través de tasas a la exportación. Puede parecer una paradoja, justo cuando podían ganar más, atendido el nivel de precios, ponían dificultados a la exportación. En realidad intentaban evitar que el nivel de precios (que los países más desarrollados podían pagar) provocaran carestía alimentaría al propio país productor y exportador. Por todo ello, desde diferentes opiniones se ha defendido que al si de la OMC los acuerdos de comercio agrícola tengan un marco normativo y de negociación propio y diferenciado.

Llegados aquí tendríamos que hablar de soberanía alimentaria y de autosuficiencia alimentaria, pero lo dejaremos para un próximo artículo. En tanto habría que volver a la chufa valenciana para incorporar el factor de la calidad. Hablamos en este caso de barreras técnicas. Se lógico que al margen de la liberalización comercial un país se proteja de aquellos productos que por razones de salud o medio ambiente no cumplen los mínimos exigidos. Por ejemplo, si la legislación europea señala unos máximos determinados de residuos químicos a los alimentos, si el país productor no puede proveer en estas condiciones es lógico y saludable que esta mercancía no pueda comercializarse aquí. Aún así, no hay que decir, que estas barreras técnicas sueño susceptibles de sesgos como barrera comercial.

"Al comprar los alimentos estamos diseñando nuestro entorno natural, nuestro paisaje"

Ahora bien, si la chufa africana, como ejemplo, cumple estos mínimos no se puede impedir la suya presencia a los mercados. La defensa de la chufa valenciana tiene que establecerse -además de tomar las mejores opciones posibles de competitividad (tecnología, escalera, gestión)-, a partir de la valoración de la calidad específica de esta, por sus características organolèptiques, por su origen de proximidad en cuanto que factor medioambiental y como defensa de la estructura social de la agricultura local. De lo contrario, esta calidad diferenciada tiene que informarse, explicarse y tiene que quedar claramente identificada. Dejando finalmente al consumidor la libertad de su elección. Libertad que, aun así, no está excluida de responsabilidad, más bien al contrario. Al comprar los alimentos estamos diseñando nuestro entorno natural, nuestro paisaje, la conservación en mayor o menor medida de nuestro patrimonio social y cultural. La defensa de nuestro entorno pasa, en primer lugar, para defender aquellos que lo diseñan y lo mantienen.