Estos días hemos conocido todo de comentarios de preocupación por el impacto negativo de la
intensa y continuada caída del precio del petróleo sobre la economía mundial.
Los cambios, sobre todo si son repentinos e inesperados, siempre generan inquietud en los responsables económicos, sobre todo si se trata de capitales financieros, que actúan con una creciente volatilidad siempre en busca del último céntimo de rentabilidad.
Cuando todavía no se han apagado los ecos de la cumbre de París y de los compromisos adquiridos por todos los países para limitar sus emisiones de CO2,
tenemos que preguntarnos qué puede ser el impacto que este abaratamiento de la principal energía fósil puede tener sobre el medio ambiente.
De entrada, la respuesta parece obvia. Cuanto más barato sea la energía fósil, menos estímuloshabrá a la eficiencia energética y más dificultades tendrán las energías renovables para ser competitivas. Aun así, a partir de este diagnóstico general, podemos introducir muchos matices. El primero es que
todo y la reducción del precio en origen, los costes de transporte y de transformación más las elevadas cargas impositivas –al menos en Europa- que acostumbran a tener los derivados del petróleo harán que la reducción de precios en origen se traslade con muy menor intensidad al consumidor. Por lo tanto, los incentivos a la eficiencia energética de industrias, hogares y otras actividades productivas-excepto el transporte- no disminuirán mucho.
En segundo lugar, el petróleo y sus derivados son casi hegemónicos en los sector del transporte, pero tienen un peso muy menor en la generación de electricidad, que mueve prácticamente todo el resto de la economía. Según los países, la electricidad se genera a través de energías renovables, de energía nuclear –sin generación de CO2 pero con otros riesgos ambientales- y de energías fósiles. Entre estas últimas, el carbón es la más relevante en países como la China, pero también en Alemania.
El gas tenía que ser la gran alternativa dentro de las energías fósiles pero se ha quedado a muchos lugares a medio camino. Y nos restan las centrales de fuel, hasta ahora en franca regresión.
Es difícil a corto plazo sustituir las fuentes primarias de producción de energía eléctrica, especialmente cuando la percepción es que la bajada del precio del petróleo no se consolidará en el largo plazo que requiere la planificación, la construcción y la amortización de nuevas centrales de fuel. En este sentido,
la ventaja de las energías renovables es que al no requerir combustible, tienen unos costes de funcionamiento muy bajos que siempre son más económicos que la utilización de combustibles primarios.
Dos elementos adicionales pueden frenar el impacto ambiental que provoca la caída de los precios del petróleo. El primero es que
tiende a dejar fuera de mercado las extracciones más costosas, que son las que generan más riesgos ambientales, empezando por el fracking y siguiendo por las prospecciones marinas a gran profundidad o bajo los hielos árticos. La segunda es que la desaceleración económica general, y especialmente de países como la China, que va asociada a la caída de la demanda y de los precios del petróleo, actuará como freno en el incremento de emisiones de CO2 y la generación otros problemas ambientales. Cómo hemos dicho antes, la industrialización china se ha basado sobre todo en las centrales de carbón, el combustible fósil que genera más CO2.
En resumen,
el impacto de la caída del precio del petróleo sobre el medio ambiente no será a corto y mediano plazo especialmente grave. Otra cosa es que esta caída se consolidara a largo plazo, pero esto parece altamente improbable. En todo caso, el sector donde se pueden incrementar los problemas ambientales es lo del transporte. Y aquí tenemos que esperar que los compromisos de los países, y de las empresas, para limitar el consumo energético y electrificar vehículos y barcos –todavía no aeronaves- sean basta sólidos porque la progresión no se pare a pesar de la menor presión del precio del petróleo y de sus derivados.