Un buen líder es un generador de confianza, pero tanto en sentido activo como pasivo. Debe ser objeto de confianza por parte de sus seguidores, pero él mismo debe confiar en las personas que forman parte de su equipo y del conjunto de la organización que gobierna. Sin este acto de confianza, no puede liderar ninguna comunidad, no puede delegar ninguna función, en definitiva, le es imposible progresar en la misión.
Al líder se le supone la capacidad para intuir la persona de quien se puede fiar y, al hacerlo, reduce significativamente la complejidad de su tarea. También se ahorra mucho sufrimiento porque tiene la certeza de que su colaborador desarrollará correctamente la tarea que le ha asignado. Esto le permite dedicarse a comandar el barco, a vislumbrar nuevos horizontes y a imaginar escenarios futuros para la organización.
Sin este acto de confianza, no puede liderar ninguna comunidad, no puede delegar ninguna función, en definitiva, le es imposible progresar en la misión
La confianza hace ganar tiempo. Todo es más fluido y ágil cuando se tiene confianza. No es necesario pasar controles para poder realizarse. Tal vez por eso es una de las cualidades más elogiadas en el mundo de las organizaciones. El tiempo es un bien muy valioso en ellas. Hacer mucho en poco tiempo y hacerlo bien es la máxima que se respira en muchas organizaciones. Si la confianza hace ganar tiempo, porque no es necesario invertir en sistemas de control y de fiscalización, es, necesariamente, un valor en alza.
La confianza genera credibilidad y en tiempos de crisis de credibilidad como los que estamos viviendo es esencial mantenerla y hacerla crecer, ya que de la credibilidad social depende el sostenimiento económico básico para garantizar el desarrollo y el crecimiento de la organización.
Si la confianza hace ganar tiempo, porque no es necesario invertir en sistemas de control y de fiscalización, es, necesariamente, un valor en alza
La raíz de la confianza es la coherencia. La coherencia solo es posible cuando el líder es capaz de ponderar la distancia que existe entre la visión de la organización y los procesos operativos que efectivamente se dan en ella. Toda organización, como suma de posibilidades que es, responde a la intención de aquellos que la gobiernan en la medida en que sus activos así lo permiten y en eso radica su último valor, la posibilidad de ser reconocida, en su manera de ser, su ethos corporativo.
El valor de la coherencia exige transparencia entre la imagen exterior de la organización, es decir, la que se proyecta hacia fuera y la realidad interna de la misma organización. Se considera una incoherencia mostrar un sistema de valores que no son operativos dentro de la organización.
Es bueno recordar que cuando el valor proyectado en la imagen pública se vulnera reiteradamente, la organización pierde toda credibilidad y el potencial consumidor ya no presta atención a sus mensajes publicitarios futuros. En este sentido, es mucho más sensato preservar la neutralidad axiológica que apostar nominalmente por un conjunto de valores y, posteriormente, no hacerlos efectivos.