Confieso que tenía ganas de escribir este artículo; también sé que, a la vez, puede generar polémica y espero estar a la altura de los debates que pueda generar.
El concepto de liderazgo femenino se está extendiendo a una velocidad que, según mi punto de vista, no tendría que ser, puesto que se trata de un tipo de liderazgo que no existe. De igual manera que no existe un liderazgo masculino ni un liderazgo LGTBIQ+.
Básicamente, el liderazgo no tiene género. En todo caso, son las personas que lo ejercen quien sí lo tienen. Y, además, incluso entre personas del mismo género se dan estilos de liderazgo muy diversos. Por este motivo, no se tendrían que asociar conceptos tan amplios para definir la forma de hacer o ser de una persona o colectivo. Por poner un ejemplo, si existiera un liderazgo masculino tendrían que ser pues similares los estilos de liderazgo de Barak Obama y de Donald Trump. Y, en el caso del liderazgo femenino, tendrían que ser muy parecidos los estilos de Margaret Thatcher y Jacinda Ardern.
Y es que, últimamente, hemos mezclado bastante el significado que queremos dar a la idea del liderazgo femenino. Por un lado, está la desigualdad de oportunidades entre hombres y mujeres a la hora de acceder a posiciones de alta dirección, tanto empresarial como política. Este es un hecho incontestable y se tiene que trabajar mucho (y me temo que por mucho tiempo), para cambiarlo.
Y, por otro lado, está el llamado pensamiento grupal del cual el ejemplo más usado en las escuelas de negocios es el desastre de la invasión de la Bahía de Cochinos. De este proceso destaco, en el tema que nos ocupa, la unanimidad, la autocensura y la presión sobre quien opina diferente. Si el pensamiento grupal se da en estos entornos en los que hay más presencia de hombres que de mujeres, ya nos surge la primera conclusión falsa: si hay más mujeres, se evitará el pensamiento grupal simplemente porque son mujeres. Error. El proceso de pensamiento grupal no entiende de géneros.
Finalmente, se tiene la creencia que las mujeres y los hombres, en general, y sólo por el hecho de ser mujeres u hombres, tienen unas competencias o habilidades propias de su género que no pueden aprenderse ni desarrollarse por los otros. Y pues, me pregunto por qué hacemos formación sobre habilidades y cómo trabajarlas sin excluir a participantes por su género.
De hecho, esta creencia, para mí, está basada en la misma estadística que indica que si tú tienes dos perros y yo no tengo, cada uno tenemos un perro, por poner alguna referencia.
Al final, el liderazgo es algo mucho más sencillo:
1. Indicar el camino a seguir (visión, decisión)
2. Andarlo (dar ejemplo)
3. Conseguir personas que sigan tus pasos (influir, inspirar, persuadir).
Y es precisamente en los puntos dos y tres donde hay las diferencias en los estilos de liderazgo. En el punto dos nos encontramos con personas que ejercen un liderazgo no ejemplar; son aquellas que se expresan en términos de "haz lo que te digo y no lo que yo haya". Aquí entramos en temas casi ético-morales que tienen cabida en el punto tres, que comento a continuación.
Y ¿cómo conseguimos que haya personas que nos sigan en este camino? Pues aquí hay muchas posibilidades:
- Porque inspiramos sus aspiraciones y deseos
- Porque somos personas atractivas y populares
- Porque tenemos la posibilidad de ejercer represión y premios
- Porque tenemos capacidad de persuasión e influencia
- Porque procuramos el bien común y no los intereses propios
- Porque sabemos cómo sumar voluntades y no dividirlas
- Porque conocemos a las personas y sabemos motivar a cada una su necesidad
- Y un largo etcétera.
Este listado de competencias, prácticas o estilos, pueden aplicarse a cualquier persona independientemente de su género. De hecho, seguro que conoces a muchas personas que coinciden con estas maneras de hacer y no siempre están asociadas al género que le correspondería según la imagen preconcebida que nos puede venir a la mente.
Analizando esta lista podemos ver claramente que se trata de valores, preferencias o prioridades, y no de género. El liderazgo puede ser transaccional o transformador, puede ser ético o amoral, aplicar modelo inclusivos o excluyentes, con prácticas coercitivas o liberadoras, etc. y el debate tendría que ser desde estas perspectivas.
Nos haríamos un favor, como sociedad, si a cada tema le diéramos la importancia y el empujón que necesita, evitando mezclarlo todo. Básicamente, porque cuando un problema es muy grande, el pensamiento que tenemos que aplicar es el de ir por partes. Y porque el tema de la igualdad de género tiene que ser tratado como se merece y no enmascarado con cortinas de humo ni tapado con campañas de empoderamiento de cualquier género.