Podría ser una idea para una nueva olimpiada, o simplemente una excusa que aprovecharíamos para desarrollar un proyecto a escala de país.
El cambio que supuso Barcelona 92 hoy solo se podría hacer a escala catalana, porque cualquier otra hipótesis se quedaría corta. Ahora significaría plantear la metrópoli de siete millones, la integración radical entre capital y país, la interrelación urbana multipolar de ciudades a una hora de la capital en alta velocidad, la Catalunya ferroviaria, toda de ancho internacional, el mosaico de regiones, el potencial interior, con toda la complejidad patrimonial, cultural, de paisajes y de historia. Sería la olimpiada de la Catalunya-ciudad.
Más que venderlo a un comité olímpico, quizás se trataría de convencernos a nosotros mismos de dar un salto en la voluntad concreta de ser. Si Barcelona 92 levantó fricciones por lo que significaba de catalanidad reforzada, ahora todavía más. No haría falta un estadio de inauguración, sino una docena, con todos los deportes repartidos, porque el medio es básicamente la televisión (como sucede con el Tour de Francia, esencialmente distribuido). La cita constituiría un nuevo paradigma de trato no masificado y personalizado por ciudades (small is beautiful, para big ya tenemos a Madrid). Significaría estimular otros contextos similares en el mundo: metrópolis emergentes, conjuntos de pequeños estados (como los bálticos), grandes regiones (Andalucía) y no únicamente las grandes capitales de los grandes estados, un modelo que quizás ya no da más de sí.
Ahora el proyecto tendría que ser ambiental, proproductivo y de conocimiento distribuido, y socialmente avanzado; poco de infraestructuras y mucho de contenido interurbano
En síntesis, al menos sería una excusa para un proyecto de país y para no quedarnos en la metrópoli de tres millones, que se plantea como el paso siguiente a la ciudad global, ni tampoco a la escala insuficiente de cinco millones. Ambos saltos son muy cortos y hacen una Catalunya dual. Los trabajos a acometer van desde la regionalización del país hasta la mejora puntual de las infraestructuras, pero, sobre todo, haría falta poner de relevo el potencial multipolar de las capitales, con la creación de centros intermodales entre alta velocidad, ferrocarril convencional y autobús. Estos quedarían completados por nuevas áreas centrales en actividad y residencia, sobre todo en las polaridades emergentes, o en la reestructuración de las ya consolidadas, que, aun así, cambiarían de escala. No hubo mejor plan de ciudad que la olimpiada del 92 y, 40 años después, quizás nos hace falta una excusa de mejora general de país, visible y a corto plazo, con capacidad de movilización. Ahora, el proyecto tendría que ser ambiental, proproductivo y de conocimiento distribuido, y socialmente avanzado (vivienda, formación...). Poco de infraestructuras y mucho de contenido interurbano, de recuperación del medio natural, de complementariedad Barcelona-país, de descentralización de la capital, y para superar de una vez el fetichismo de la capital.
Barcelona 92: un ejemplo de proyecto
La olimpiada del 92 significó presión al Estado para cumplir su parte (las Rondas, por ejemplo). También ahora las exigencias estarían y no nos quedaríamos cortos. Hizo falta una olimpiada para integrar la periferia de los barrios de Barcelona con el Eixample y para proyectar la ciudad al mundo, pero las necesidades iniciales eran muy prosaicas y se lograron, hasta morir de éxito.
No es por casualidad que se fabriquen vacunas para la covid en la Selva, sino que es un ejemplo del conjunto de motores que forman Catalunya
La integración del Pirineo al conjunto del país no se resuelve con una olimpiada local de invierno. Para hacer llegar el tren a Sort, la Seu d'Urgell, Solsona, Berga u Olot, hace falta una mirada de país. Los recursos los generamos y los podemos hacer valer, no en una reivindicación numérica, sino al servicio de un proyecto de país adentro y de país afuera, mirando al mundo. La integración y complementariedad de la multipolaridad urbana es un proyecto económico y social, basado en muchas capacidades distribuidas y en una base productiva y de conocimiento, todas ellas muy extendidas. No es por casualidad que se fabriquen vacunas para la covid en la Selva, sino que es un ejemplo del conjunto de motores que forman Catalunya.
Hoy es obvio que no caeríamos en la seducción banal de una fiesta olímpica, porque solo sería la excusa para movilizar recursos y sociedad con el fin de dar un salto de país. Aun así, la política necesita concreciones y objetivos con fecha fija, pero más allá de un mandato electoral, para poder hacer su función directora. Tópicos que solo son servidumbres para un objetivo mayor, como entonces, y ahora sería el de transformar el país a lo grande, el de estar en el mundo.
No necesitamos una olimpiada para hacer un proyecto de país. O quizás sí, vista la poca visión que en Catalunya practicamos sobre nuestro futuro. En 2032 toca en Brisbane y nos tendríamos que esperar, como mínimo, al 2036, con decisión el 2029. ¿Por qué nos censuramos tanto a la hora de formular un proyecto de país? ¿Realmente necesitamos hitos olímpicos para perseguir uno potente? Quizás no habría que hacer una olimpiada para transformar Catalunya, sino para culminar un proyecto, iniciado desde ahora mismo, con una olimpiada al final, como una invitación al mundo. Y el objetivo principal no sería obtener la candidatura, que podría fallar, sino el propio proyecto.