Responsable de estudios y nuevos proyectos en el Consorcio de Comercio, Artesanía y Moda de Catalunya

La prohibición como oportunidad

28 de Marzo de 2025
Joan Morera Morales | VIA Empresa

Ante un entorno global amenazador, la Unión Europea se esfuerza por evitar que la hiperregulación que caracteriza al viejo continente haga perder aún más competitividad a nuestras empresas. Y es comprensible. Mejor dicho, lo sería, si no fuera, porque las regulaciones que nos deben conducir a una economía neutra en carbono son la única forma de garantizar que a las futuras generaciones aún les quede un planeta donde vivir.

 

Aprobar normativas medioambientales con una mano, mientras que con la otra decretamos prórrogas y excepciones a su aplicación, es una política bipolar que difícilmente nos llevará a algún lugar. Ni seremos competitivos, ni sostenibles. Por eso es tan esperanzador ver que de algunas restricciones nacen nuevos modelos de negocio que alinean ambos objetivos a partir de la innovación.

Recovo es un marketplace catalán de tejidos sobrantes que permite a las empresas de la industria textil reducir el rechazo y, al mismo tiempo, obtener ingresos extraordinarios. La startup Bio2Coat produce envoltorios comestibles que se pueden cocinar junto con los alimentos que protegen. Too Good to Go evita el desperdicio alimentario con una aplicación que conecta restaurantes, supermercados o panaderías con consumidores que están interesados en comprar, a precios reducidos, alimentos que han sobrado, pero que aún son aptos para el consumo.

 

"No se trata de evitar que las leyes perjudiquen el día a día de las empresas; más bien se trata de procurar que los nuevos marcos normativos sean también generadores de nuevos negocios y nuevas empresas, competitivas y sostenibles a la vez"

El problema que realmente tenemos que resolver en Europa no es si regulamos o no. La cuestión es cómo regulamos. Porque es cierto que la tramitación de cualquier normativa requiere informes de impacto económico y social que deben justificar la necesidad y los efectos que tendrá sobre la economía; pero, a la hora de la verdad, estos informes son documentos redactados desde un despacho y sin una visión precisa del impacto que cada norma tendrá en el mundo real.

Debemos revisar cómo evaluamos el impacto de cada legislación. Sí. Pero, al contrario de lo que defienden los reguladores del mundo empresarial, no se trata de evitar que las leyes perjudiquen el día a día de las empresas; más bien se trata de procurar que los nuevos marcos normativos sean también generadores de nuevos negocios y nuevas empresas, competitivas y sostenibles a la vez. ¿O alguien duda que la futura implantación del pasaporte digital de producto -una obligación que facilitará la trazabilidad de cada pieza de ropa- generará nuevas e innovadoras oportunidades de negocio?

Cuando una innovación tecnológica sacude el tablero donde se juega la partida entre la oferta y la demanda de servicios, hay empresas que sufren -a veces hasta la desaparición- y hay otras que nacen. Este proceso de selección lo tenemos asumido. El impacto de la regulación no es tan diferente del impacto de la tecnología. No debería serlo, si más no, siempre que regulamos pensando en generar nuevas oportunidades. Para hacerlo, quizás lo que nos haría falta es que los informes de impacto económico y social los hicieran emprendedores y emprendedoras en lugar de burócratas. Y ya puestos, hacer lo posible desde las administraciones públicas para apoyar a las empresas en los costos asociados a su proceso de adaptación.