“Infierno fiscal”, “atraco a mano armada”, “el dinero donde mejor está, es en mi bolsillo”… son algunas de las frases lapidarias y simplistas que surgen en toda conversación acerca de los impuestos. En ocasiones, incluso, estas tertulias acaban en una especie de competición absurda por saber quién ha sido capaz de pagar menos impuestos. Más allá de los círculos íntimos, la conversación mediática también se llena de este “ruido” ensordecedor, sin espacio para una discusión sensata. De hecho, resulta llamativo ver el debate que suscitan las declaraciones de personajes y deportistas famosos, o incluso de concursantes que acaban de ganar un suculento premio, reafirmándose en el pago de sus impuestos por el impacto fundamental que tienen en la sociedad. Y es que, para una parte importante de la población, la persona que paga sus impuestos pudiendo escaquearse es un panoli, una especie de anomalía social.
Si queremos tener una discusión razonada y adulta sobre este tema, es fundamental conocer realmente más y mejor los impuestos, cómo funcionan, cuánto pagamos realmente, pero, sobre todo, debemos saber en qué se convierten, como nos benefician a todas las personas, ya seamos ricos o pobres, e imaginar cómo sería nuestra sociedad sin todos estos servicios.
Son numerosos los argumentos que ayudan a explicar esta animadversión hacia el pago de impuestos. Los sobre costes en la inversión pública o los casos de corrupción que han salido a la luz en los últimos años y que afectan a los responsables últimos de gestionar el dinero recaudado con nuestros impuestos, los políticos, son algunos de peso. La moral tributaria, es decir, la voluntad (o la falta de reticencias) para pagar impuestos y el uso eficiente de los mismos, son dos caras de una misma moneda. Con todo, y sin quitarle importancia a este tema, Espanya ocupa el puesto 35 entre los 180 países en el ranking de percepción de la corrupción elaborado anualmente por la ONG Transparencia Internacional. Mucho que hacer todavía, sin duda, pero en esta clasificación estamos en la parte buena de la lista.
Espanya ocupa el puesto 35 entre los 180 países en el ranking de percepción de la corrupción elaborado anualmente por la ONG Transparencia Internacional
Apuntar al sector público como fuente de todos (o casi todos) nuestros males es otro de los argumentos más señalados y tiene que ver, sobre todo, con la orientación ideológica y política que defiende reducirlo a la mínima expresión. Y para ello, nada mejor que (re)cortar su línea de financiación, que son los impuestos. Muerto el perro, muerta la rabia. Esta narrativa, que se reforzó sobre todo a partir de los años 80, impulsado por Reagan en Estados Unidos y Thatcher en Gran Bretaña, aún resuena 40 años después y no son pocas las voces que intentan resucitarla. Y todo ello a pesar de la numerosa evidencia empírica que muestra que la tan ansiada eficiencia económica no está reñida con la redistribución. De hecho, la “ortodoxia” ya está cambiando y el foco del análisis económico ahora se centra en evaluar cómo la falta o la insuficiente acción pública frente a problemas que requieren de soluciones colectivas —como el cambio climático, la desigualdad o la pobreza— suponen una remora a largo plazo y no hacen más que dar alas un creciente populismo que pone al límite nuestras democracias.
Cuando hablamos de los impuestos, con frecuencia olvidamos todo lo que financiamos con ellos y el impacto que tienen en todas y cada una de las personas y en la sociedad en la que convivimos. Cuando nos pronunciamos sobre los impuestos que pagamos, solo pensamos en lo que contribuimos. Pocas son las ocasiones en las que somos conscientes de lo que conseguimos con ellos, tanto a nivel individual, pero, sobre todo, como colectivo. Los impuestos sirven para construir, de manera conjunta, una sociedad más sólida y cohesionada, para generar recursos de quienes más tienen e invertirlos en quienes más los necesitan o para afrontar juntos grandes acciones colectivas.
Con los impuestos conseguimos dotarnos de bienes y servicios esenciales para fomentar el crecimiento económico. Sanidad, educación, infraestructuras, seguridad, justicia... difícilmente existirían si no fuese por el esfuerzo colectivo de todas y cada una de nosotras. Es el conjunto de la ciudadanía, pero también las familias y empresas de manera más directa, quienes se benefician de la innovación científica impulsada desde el sector público, de acceder a un especialista médico para tratar nuestra dolencia o de las carreteras y puertos para vender los productos que producimos a miles de kilómetros lejos de nuestras fábricas. Y lo que resulta crucial entender es que la gran mayoría no se podría permitir estos servicios de manera individual si no fuese por este esfuerzo conjunto.
Cuando nos pronunciamos sobre los impuestos que pagamos, solo pensamos en lo que contribuimos
Los impuestos juegan un papel clave también para protegernos cuando las cosas se ponen feas. Ya lo vimos durante la pandemia de la COVID. Entonces fueron nuestros impuestos los que pagaron el sobreesfuerzo que pedimos a nuestros servicios públicos de salud para cuidarnos frente a la emergencia sanitaria; también financiaron gran parte de la investigación para obtener las vacunas o los que pagaron los sueldos de los cerca de 3,5 millones de personas que se acogieron a los ERTE.
Además, más allá de su finalidad recaudatoria para proteger y hacer realidad unos derechos, son también una de las principales herramientas con las que contamos para evitar conductas socialmente perjudiciales e irresponsables, como la contaminación. De hecho, son un ingrediente clave en el contrato social de nuestras democracias.
Con el objetivo de conocer realmente el valor de los impuestos que cada persona paga se puede consultar esta herramienta diseñada por Oxfam Intermón junto al el Instituto de Economía de Barcelona de la UB. Desde las plazas de educación secundaria hasta los partos o incluso las hectáreas forestales que ayudas a repoblar. No deja de sorprender que disfrutamos de bienes y servicios públicos en mucha mayor medida de lo que aportamos con los impuestos que pagamos.
Como ya señaló el juez Oliver Wendell Holmes un siglo atrás "los impuestos es el precio a pagar por la civilización”.