El comercio global hace algunas semanas que vive pendiente de un solo hombre: Donald Trump. El regreso a la Casa Blanca del magnate estadounidense ha generado inquietudes e incertidumbres sobre las reglas de juego del comercio internacional. Y lo ha hecho por su posicionamiento abiertamente proteccionista durante la campaña electoral, con la amenaza de establecer aranceles a cualquier producto fabricado fuera de sus fronteras y la voluntad de “volver a hacer grande América”. La guerra comercial es una posibilidad real, a pesar de que las primeras decisiones de Trump ya desde el Despacho Oval (aún) no han tratado la cuestión arancelaria.
En este contexto, Trump ha estado especialmente beligerante con China, el país que los Estados Unidos identifican como una amenaza a su hegemonía económica y, sobre todo, tecnológica. De hecho, este discurso no es precisamente el más polémico de Trump, dado que evitar que China cuestione el liderazgo económico mundial estadounidense es, seguramente, uno de los pocos consensos que quedan en Estados Unidos entre republicanos y demócratas. De hecho, esta visión de China como una amenaza no es nueva, sino que ya vivió sus primeros capítulos con la administración de George W. Bush y Barack Obama a principios de este siglo. Sí que es cierto que el primer mandato de Trump se obstinó en reducir el déficit comercial con China que derivó en una guerra comercial con incremento arancelario por ambas partes entre 2018 y 2020 que, aun así, no redujo significativamente este déficit comercial.
Con Biden en la Casa Blanca, Estados Unidos ha seguido el camino de desacoplamiento con China, donde se sumó -moderadamente- Europa a raíz de la pandemia. Los últimos años, por tanto, se ha ido aplicando una política restrictiva con China llamada “small yard, high fence” (jardín pequeño, vallas altas), que ha consistido en restringir el acceso a un número reducido de tecnologías con potencial militar o de seguridad importante mientras se mantenía un intercambio económico normal en otras áreas. El objetivo es garantizar el liderazgo norteamericano en tecnologías clave para evitar que el gobierno chino aproveche sus capacidades tecnológicas para promover un modelo de gobierno autoritario, modernizar su ejército y beneficiar sus intereses en el concierto internacional. Un ejemplo de esta política son los aranceles del 100% a los vehículos eléctricos chinos, los controles a la exportación de ciertos tipos de chips a una lista de más de 200 empresas chinas o los controles a la inversión.
Las consecuencias de todo esto ya las estamos comprobando con las diferentes webs y aplicaciones que no se pueden utilizar en China y viceversa. Se está produciendo un desarrollo en paralelo que nos conduce a una clara bifurcación tecnológica y de sistemas entre Estados Unidos y China, donde el último ejemplo es el de ChatGPT y DeepSeek en inteligencia artificial.
A escala comercial, este desacoplamiento tiene más matices. La participación de China en las importaciones de Estados Unidos bajó del 22% en 2018 a menos del 14% en 2023; y ha sido igualada o superada por otros estados asiáticos, la UE, México o Canadá. Sin embargo, la exposición comercial indirecta de Estados Unidos a China puede aumentar, ya que los productos chinos representan una parte más grande de las importaciones de socios comerciales norteamericanos como Vietnam, Corea del Sur o México. También la inversión extranjera directa (IED) en China se hundió en 2023 a menos de una décima parte del nivel de la IED en Estados Unidos.
"La participación de China en las importaciones de Estados Unidos bajó del 22% en 2018 a menos del 14% en 2023"
A pesar de todo, la situación actual tiene una diferencia fundamental respecto al anterior mandato de Donald Trump: disponer de experiencia previa. Para el presidente chino, Xi Jinping, ya no es una novedad la retórica agresiva de Trump por un lado mientras que por el otro mantiene una actitud claramente transaccional. En este sentido, el mandatario chino ve más factible llegar a acuerdos con Trump de lo que lo habría sido con Kamala Harris. De hecho, un acuerdo entre los dos presidentes tampoco sería una novedad si recordamos la “Fase 1” de la anterior administración Trump por la cual se redujeron los aranceles a las exportaciones chinas a cambio de 600.000 millones de dólares en importaciones y acceso preferencial de ciertas empresas estadounidenses al mercado chino.
Al mismo tiempo, el aislacionismo de Trump también puede suponer una bendición a las aspiraciones chinas de posicionarse como líder del sur global y, incluso, provocar que aliados tradicionales de los norteamericanos se acerquen a sus posiciones.
Todo esto nos sitúa en una enorme incertidumbre. Trump se ha rodeado tanto de personas manifiestamente anti-China, como Peter Navarro o Marco Rubio; como de empresarios con muchos intereses en aquel país y buenas relaciones con el gobierno chino como Elon Musk. Mientras no descubramos qué visión se acaba imponiendo, lo cierto es que la posibilidad de pasar de los discursos encendidos hacia los acuerdos más pragmáticos es real. Lo es para dos presidentes que podrían venderlo internamente como una victoria y un hito destacado.
De hecho, Trump recientemente ya ha rebajado las expectativas de unos aranceles a las importaciones chinas del 60%, lo que decía en campaña, al 10%. Una cifra incluso inferior al 25% que plantea para México o Canadá.
Y a todo esto, ¿dónde queda Europa? Parece evidente que en caso de acuerdo nuestro continente sufriría desventaja a la hora de hacer negocios en China y tendría más dificultades para vender a Estados Unidos ciertos productos donde la competencia china ofrece igual o mejor tecnología.
Ahora bien, en caso de que Estados Unidos y China inicien una nueva guerra comercial podríamos encontrarnos Europa inundada de productos chinos compitiendo y amenazando la industria europea mientras seguiría siendo difícil exportar a Estados Unidos.
La partida que se está disputando tiene un gran valor dado que, al fin y al cabo, Estados Unidos son la primera destinación de las exportaciones europeas mientras que China es el origen de gran parte de las importaciones de fuera del continente.
Aun así, Europa debe mirar hacia el futuro con la expectativa de encontrar luz al final del túnel. La Unión Europea que encara el segundo mandato de Trump también lo afronta con la experiencia acumulada entre 2016 y 2020. Es una Europa con una política comercial más asertiva, reforzada por la nueva Comisión Europea de Ursula von der Leyen que tiene entre ceja y ceja conseguir que Europa pueda competir de tú a tú con Estados Unidos y China. En esta línea, presentaba esta semana su ‘Brújula para la competitividad’, alzando las banderas del impulso a la innovación y la reducción de la burocracia para situar Europa en un triunvirato del liderazgo mundial. Del acierto de esta brújula a marcar el camino correcto depende que nuestro continente no pierda el norte de la competitividad global.