En contra de la racionalidad

Nuestra sociedad se ha fundamentado sobre los pilares de la racionalidad, pero eso no deja de ser una fantasía. Una mentira inventada para encontrar una seguridad que necesitamos, pero que no existe. Una manera de encorsetar nuestras emociones hacia una forma de hacer las cosas que sea justificable, analizable y cuantificable. Pero es justamente cuando salimos de ese recorrido lógico que las cosas se vuelven interesantes, y es precisamente en esa pérdida de control que podemos encontrar un poco de ilusión para vivir.

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En las películas de domingo, en contra de lo que los que no quieren parecer poco elevados, se esconden tres grandes frases. En esos largometrajes completamente arbitrarios y de trama completamente previsible se encuentran (casi siempre) tres grandes verdades que, si escuchamos con atención, son fundamentales para lo que sea que estemos atravesando en ese momento. En la de esta semana pasada, una amiga le dice a la protagonista que "ningún asunto romántico ha comenzado jamás pensándolo racionalmente" mientras la anima a perseguir una aventura que acaba de comenzar. La frase me hizo estar pensando durante un largo rato, hasta que llegué a la conclusión de que no era que esa frase me hubiera encontrado a mí, sino que de entre todas las frases que ofrece la película, esa era la que yo había elegido recordar.

"Una manera de encorsetar nuestras emociones hacia una forma de hacer las cosas que sea justificable, analizable y cuantificable"

Pensar racionalmente está sobrevalorado. No digo que siempre debamos seguir nuestros impulsos y dejarnos llevar por el primer ímpetu emocional que tengamos, pero tampoco es necesario analizar nuestra vida como si fuera un problema lógico-matemático a partir de variables, hipótesis y afirmaciones contrastables a partir de la experiencia empírica. Las cosas que nos resuenan por dentro son las que logran conectar con nuestras emociones, nuestra experiencia, nuestros anhelos y nuestros gustos. Y aunque es evidente que el juicio debe acompañar algunas (sino muchas) decisiones de nuestra vida, no creo que sea la medida que nos haga renunciar a un argumento y apostar por otro. De hecho, la mayoría de grandes decisiones que tomamos raramente se verán exclusivamente modeladas por argumentos racionales sin ir acompañadas de nada más.

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Es cierto que es complicado medir nuestras emociones y nuestras voluntades, entendiendo que son complejas, que varían, que no siempre fluctúan de la manera esperable. De hecho, pienso que nos hacemos adultos cuando entendemos que la vida no siempre es justa ni tampoco segura. Cualquier plan hecho minuciosamente puede caer de la noche a la mañana por razones que no podemos ni esperar ni prever, pero es justamente ahí donde radica la gracia de la vida, o eso dicen. No es necesario matar la racionalidad y vivir como si nada tuviera consecuencias o imprevistos. No es que a partir de ahora solo debemos hacer las cosas por la trama o dedicarnos exclusivamente a lo que nos apetezca sin afrontar responsabilidades inesperadas o pesadas. La vida tiene un poco de todo que debemos ser capaces de soportar y valorar. Por eso, ante una gran decisión vital, un conflicto o un dilema, es importante tener en cuenta todas las variables, no solo la racional. Porque tal como dice la protagonista de La peor persona del mundo (2021), "Perdí tanto tiempo preocupándome por lo que podría salir mal, que lo que acabó saliendo mal nunca fueron las cosas por las que me preocupaba".

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