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Escribir sobre escribir para escribir

20 de Enero de 2024
Ariadna Romans

Cuando era pequeña mi madre me compró un conejito de peluche, de éstos de colores y suaves para bebés. Mi madre preguntó a mi padre qué nombre podría ponerle, mi padre sonrió divertido que podríamos ponerle Aristóteles, un nombre ridículo y pretencioso por un peluche, pero que, por alguna razón, le hizo mucha gracia. No creo en el determinismo, pero estaría escrito en algún lugar que estudiaría filosofía y que, años más tarde, éste sería uno de los filósofos que más admiro. Este conejito me acompañó en mis primeros aprendizajes, en mis primeras preguntas y también en las primeras vocales y consonantes que escribí sobre un papel.

Escribir para mí tiene un punto de terapia. También tiene algo que ver con dejar un testigo, y otra cosa sobre compartir con las personas que te leen a Dios sabe por qué. Escribir me ayuda a explicarme el mundo y darle un sentido, un sentido que quizás no siempre es percibido de manera clara, pero que me ayuda a pensar de forma más esclarecida sobre las cosas que me pasan, creo o me encuentro por el camino. Muchos autores, escritores y pensadores han reflexionado sobre la cosa ésta de escribir, una de las que más me gusta es Katherine Mansfield, pero al final, escribir es lo que tú quieras o necesites que sea. Durante mi infancia escribí mucho. Evidentemente, ahora rico al ver los resultados de las cosas que escribía, en una especie de pretensión infantil de lo que cree que lo está descubriendo todo por primera vez y un lavadero inocente de las cosas que me pasaban a lo largo del día. La calidad literaria, por no hablar de la gramatical, tampoco eran motivo de orgullo ni de gloria, y poco se podría decir de cómo empezaría a escribir cuando ya tuviera muchas más nociones de escritura. Ahora cuando escribo, incluso cuando el resultado es sólo por mí misma, lo hago en forma de artículo. Incluso cuando intento escribir otra cosa, me aparecen textos de más o menos de una página, que compactan en forma de artículo la idea que me propongo transmitir. Por eso, supongo, algunos se quejan de mi excesiva personificación de las cosas y otros de la gran capacidad de síntesis. Después de escribir y vender artículos durante unos años, la cabeza suele hacer las cosas de una determinada manera.

"Escribir me ayuda a explicarme el mundo y darle un sentido, un sentido que quizás no siempre es percibido de manera clara, pero que me ayuda a pensar de forma más esclarecida sobre las cosas que me pasan"

Pero hay peligros en esta forma de hacer las cosas. Lo primero es tomar la tendencia de convertirlo todo en un artículo, en algo que tenga un interés personal, pero también colectivo y, por tanto, renunciar a una parte de la privacidad de los mismos pensamientos, a esta palabra horrorosa que hemos llamado "intimidad". Ese peligro, si bien a algunas personas les molesta, a mí me reconforta. Hemos hecho privadas muchas cosas que deberían haber sido mucho más públicas, y escribir sobre estas cosas no deja de ser una manera de revelar y volver a la conversación asuntos que hemos invisibilizado con la idea de que "no debía hablarse de estas cosas" y que "la ropa sucia se lava en casa". La segunda, y quizás más molesta, es el hecho de que el artículo, las palabras, pasan a ser un producto económico, pasan a ser un producto cuantificable y que puede venderse. Y todos sabemos que cuando algo se vende, bueno, se ha vendido.

A pesar de estos peligros, escribir para mí tiene un valor fundamental, y me atrevería a decir que no podría comprender la vida si no fuera escribiéndola. Por eso, si bien considero importante reconocer sus peligros, escribir se ha convertido en mucho más que juntar palabras y rellenar páginas, y el valor que encuentro al contribuir a la idea de intimidad pública vale mucho más que el precio de venderlos a un diario que me ha dado la cámara para hacerlo de la forma más libre posible y dejarme escribir sobre escribir para escribir.