Se ha publicado la nueva estadística europea sobre innovación, el Regional Innovation Scoreboard. España, en conjunto, se sitúa en el puesto 16 de 27 países, perdiendo dos posiciones y superada por Eslovenia, Italia y Malta. Euskadi y Madrid saltan a posiciones de stronginnovators, entrando en el top 100 de regiones europeas. El caso de Madrid era esperable, y es debido, muy posiblemente, al famoso "efecto aspiradora" de talento y de inversiones que configura la capitalidad del Estado y la ubicación de centros de poder institucional y de decisión empresarial.
En cuanto a Esukadi, conozco bien su ecosistema. He tenido el privilegio de trabajar para instituciones como Tecnalia o Innobasque y de mantener numerosas conversaciones con miembros del Gobierno vasco en los últimos dos años. Sé cómo de preocupados estaban por la caída de los indicadores de innovación de Euskadi en la estadística de 2018, y los esfuerzos que han hecho para recuperar posiciones. Son conscientes de que la creación de un ecosistema innovador condiciona su competitividad, sus exportaciones, la calidad de los puestos de trabajo y la capacidad de atraer inversiones extranjeras de alto valor añadido. Es cierto que tienen mayor margen de maniobra por el concierto económico. Pero no es menos cierto que su estrategia es diferente a la catalana, y muy enfocada y persistente en el tiempo: hacer de Euskadi un país industrial. La industria tecnológica como fuente de competitividad y gran estabilizador social. Por eso, hacen pivotar las políticas públicas sobre el apoyo a la pyme vasca. Generan tecnología para la empresa. Crean campeones nacionales: empresas locales con talento directivo, tecnología propia y gran capacidad exportadora en bienes de mediana y elevada tecnología. Es un modelo muy parecido al alemán, a la escala de un pequeño territorio con elevada calidad de vida y espíritu fabril.
Catalunya sigue en la tercera división europea. Hasta 2012, éramos segunda división, pero caímos y no nos hemos recuperado. Aun así, no solo importa donde estamos nosotros, sino la distancia comparativa con los países líderes, y la velocidad a la que se mueven estos. Hoy, todas las regiones de Finlandia, Suecia, Dinamarca, Bélgica, Austria, el Reino Unido y Suiza son más innovadoras que Catalunya. Se dirá que los rankings y las estadísticas no reflejan toda la realidad; que Catalunya es también un país industrial y exportador; que tenemos un gran nivel de investigación; que disponemos de importantes hubs de emprendimiento; y que disfrutamos de un entorno incomparable para ubicar acontecimientos como el Mobile World Congress. Totalmente cierto, pero la comparativa es descarnada: los demás escalan, aumentan y sistematizan la innovación como prioridad estratégica de país. Fuimos líderes en el salto a la economía industrial, pero no hemos saltado a la siguiente curva de progreso: la economía de la alta tecnología.
Hasta 2012, Catalunya estaba en la segunda división europea de innovación; pero caímos y no nos hemos recuperado
El gasto público catalán en I+D+I es, según las estadísticas del Regional Innovation Scoreboard recientemente publicadas, del 86% de la media europea. Pero el gasto empresarial es solo del 65%, y las aplicaciones de patentes, del 82%. Estos son los principales puntos débiles. ¿Es fácil revertir esta situación? La Generalitat de Catalunya hizo un esfuerzo de 860 millones de euros en I+D+I en 2019 (un loable 7% superior al año anterior). Pero de este, solo el 1,24% fue a apoyar proyectos de I+D industriales, y el 2,37% a centros tecnológicos (entidades de apoyo a la investigación empresarial). Todo ello, solo el 3,61% del presupuesto de I+D+I de la Generalitat va destinado realmente a innovación. Los datos son claros: 25.000 millones de euros de presupuesto total de la Generalitat, de los cuales 860 millones van a programas de I+D+I, pero solo 30 millones a estimular los proyectos de innovación en empresas (la "I" final). Es decir, la Generalitat hace solo un esfuerzo real en fomento de la innovación empresarial del 0,12% de su presupuesto total. Así es evidente que nunca tendremos éxito, y está claro que el modelo parte de principios neoliberales, ahora discutidos en todas partes, de que "la mejor política industrial es la que no existe". O, dicho de otro modo, si las empresas no innovan no podemos hacer nada. Mala suerte.
Si fuéramos unos consultores, en cualquier organización moderna, pediríamos que al menos un 1% del presupuesto se destinara a proyectos de innovación disruptiva. Proyectos encaminados a garantizar el futuro económico de la organización, a medio y largo plazo. Destinamos un 1% del presupuesto de la Generalitat a cambiar los cimientos económicos del país. Solo un 1% (unos 250 millones), destinados a impulsar núcleos empresariales de investigación y alta tecnología industrial con fuerte impacto económico. Si mantuviéramos esta política un cuántos años, ¡veríamos cómo cambiaría la situación!