Se acercan las elecciones al Parlamento Europeo y habrá que ir a votar. Aunque no nos lo parezca, son, para nosotros, las elecciones más importantes. Trataré de justificarlo en un artículo próximo que se publicará en VIA Empresa el próximo jueves. Está de moda que los medios de comunicación hablen mal de Europa. Bueno, de hecho, son intereses para ocultar la mala gobernanza local. Pero aquí, y ahora, solo les quisiera hacer una reflexión: imagínense España, ergo Catalunya, sin formar parte de la Unión Europea (UE). O, mucho peor aún, que la UE dejara de existir. Personalmente, prefiero no pensarlo. Como ya he dicho, de la importancia de la legislación europea hablaré el jueves.
Hay dos facetas que se acostumbran a obviar al hablar de la UE. Nuestra influencia. España es un estado grande dentro de la Unión -el 11% de la población-. Y cuando se habla de cifras medias, estas vienen influidas, también, por nuestra realidad. Si, pongamos por caso, el paro en la UE es del 6% -y no del 5% o inferior- lo es gracias, en buena parte, al hecho de que nuestro paro es del 11%. Y si mucha gente está descontenta de cómo se le está gobernando, nosotros tenemos buena parte de culpa. No toda Europa es igual. Visiten un pueblo del centro o norte de Europa y luego giren la mirada sobre cualquiera de los nuestros. Con esto quiero decir que el hecho de que la UE vaya mejor o peor, en promedio, también depende de nosotros.
"La gente no vota a los extremos porque sí. Lo hace cuando los demás no escuchan"
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Europa efectuó una necesaria reflexión común. Incluso el régimen franquista la llevó a cabo. El modelo capitalista europeo divergía del aplicado en los Estados Unidos en un aspecto fundamental: el estado del bienestar. Y en esto hubo unanimidad, sin fisuras. Como digo, incluso, independientemente del régimen político. Y el razonamiento de los orígenes de la UE seguía la lógica siguiente: cooperación económica significa más riqueza interdependiente y, por lo tanto, menos riesgo de guerras. Todo combinado llevaba al siguiente paso: y este exceso de riqueza que se produzca debe ayudar, en buena parte, al bienestar social y a limar -nunca sustituir- las diferencias socioeconómicas. Todos deben poder comer, disponer de una vivienda donde vivir, de un sistema de salud y de una educación públicas si es necesario.
Actualmente, los políticos que no hacen su trabajo se dedican a querer distraer al elector del origen de los problemas. Se ha puesto de moda señalar a la extrema derecha como el principal riesgo cuando, de hecho, se trata de la fiebre, no de la enfermedad. Y sobre esto podríamos hablar largamente. La gente no vota a los extremos porque sí. Lo hace cuando los demás no escuchan. Y, como bien dice Piketty, cuando las clases acomodadas votan a la izquierda, algo no va bien. Pero esto es una discusión para otro foro. Lo que resulta imperdonable -y esto sí que es de este foro- es que se anuncie que las prestaciones de los centros de atención primaria en Cataluña se verán reducidas este verano debido a la falta de sustituciones. Y que esta carencia venga provocada por un tema económico y presupuestario.
El principal problema que en estos momentos tiene el país es su clase política. Quiero decir que no necesitan la intervención de la extrema derecha. Lo hacen solitos. Cargarse el estado del bienestar -en su faceta presupuestaria, pero, también, en el aspecto de mala praxis administrativa y funcionarial- significa, señores míos, cargarse Europa. Dinamitar la Unión Europea.
Ir a votar este domingo próximo es importante. Hace falta una Europa que vigile, que monitoree, a los estados y regiones mal gobernados. Al fin y al cabo, las cosas de gobierno que interesan, en nuestro ámbito geográfico, las acaba solucionando Europa. Ahora es el momento de importar, mediante estas elecciones, una cierta gobernanza de calidad. Que vigile, que garantice, como mínimo, que el estado del bienestar no se vea mermado por la estupidez de los políticos locales.