Tengo la sensación que no somos conscientes de la autocensura que practican los medios generalistas del país. El hecho es extremadamente grave. Leo hoy domingo en la prensa extranjera, antes de escribir este artículo, que las negociaciones entre Ucrania y Rusia han hecho un gran adelanto. Aquí, entre nosotros, nadie tuitea. Quizás lo harán mañana. O nunca. No lo sabemos. Una de las maneras de demostrar gratitud que utiliza la prensa agradecida -es decir, la que recibe cuantiosas subvenciones indiscriminadas- consiste en hacer ver que en el extranjero las cosas tampoco van tan bien. Puesto que no pueden criticar a los aberrantes políticos que gobiernan el país y el resto de España, la estrategia consiste en decir que los de fuera son iguales. El método es sutil: consiste en informar únicamente de aquello que hacen los claramente incompetentes -por ejemplo, Boris Johnson- pero no hablar nunca de los que hacen cosas -por ejemplo, Draghi, Macron, Scholz, von der Leyen, y otras-. El conjunto de desinformaciones llevan a pensar que Europa va mal, cosa que no es cierta.
Nadie es consciente de las cosas trascendentales que tienen lugar a pesar de nosotros. Cosas que hacen otros y que nos beneficiarán. Vistos nuestros parlamentarios -que sirven para poco más que para charlar y, lo que es peor, hacerlo mal y de forma poco amena- no podemos esperar la producción de buenas leyes que nos preparen para el futuro. Por suerte en Bruselas sí que lo hacen. Elaboran directivas que, después, nosotros tendremos que transponer a nuestra magreada legislación. La mayoría de cosas buenas que nos pasan es debido a que hay un gobierno europeo que nos vigila y nos indica por donde tenemos que ir. ¿Alguien se piensa que el tema de vacunación del covid-19 hubiera funcionado en nuestra casa sin las acciones de la Comisión Europea? ¿Alguien cree que nuestros mataderos son ejemplares si no fuera por las normas comunitarias? ¿Y por qué se piensan que cuando viajan por Europa pueden usar el móvil como si estuvieran en casa? ¿No han observado que ya no se venden bombillas incandescentes y que los leds están a la orden del día? ¿Quién se piensan que ha regulado todo esto? Pues bien, ahora se está preparando una gorda. Una de las directivas clave para la transición energética.
El 30 de marzo la Comisión presentó el proyecto de reglamento que algunos medios denominan "eco-concepción de los productos duraderos". Lo ha presentado Frans Timmermans, el vicepresidente de la Comisión encargado del Green Deal (conocido también como Pacto Verde). Se trata de acabar con el concepto kleenex (utilizar y tirar) que se ha instaurado entre nosotros los últimos sesenta años. Y esto se ha analizado, y se regulará, para todos los bienes. Los teléfonos que se cambian porque la pantalla se ha agrietado o la batería no funciona, para los trajes que ya no nos gustan, para el lavavajillas que te cuesta más reparar que cambiar, etc. Nuestros medios han hablado un poco de esta iniciativa limitándose a informar que cambiar cada año de ropa acontecerá más difícil. Hay quién todavía no sabe que "la moda es una forma de fealdad tan intolerable que nos obliga a cambiarla cada seis meses" (Oscar Wilde).
Se tiene que consumir menos y mejor. ¿Esto quiere decir gastar menos dinero? No. Se trata de comprar mejor, de comprar productos durables.
El desafío que entoma la Comisión es el de la economía circular. Se tiene que consumir menos y mejor. ¿Esto quiere decir gastar menos dinero? No. Se trata de comprar mejor, de comprar productos durables. Más sólidos. Volver a la concepción, que hoy nos parece pasada de moda, del "esto será para toda la vida". ¿Por qué no? El tema afecta no sólo a la fabricación. Según la Comisión, la concepción de un producto determina el 80% de su impacto ambiental posterior. Y es aquí donde está el secreto del regulador. La ley podrá prohibir la fabricación de bienes que no estén muy diseñados desde la perspectiva ambiental. La reparación, la venta de segunda mano y el reciclaje serán nuevas formas de ocupación que ahora no tenemos. Este será unos de los impactos en la creación de puestos de trabajo.
Cada europeo compra cada año ropa por un peso de 26 kg y tira por peso 11 kg. Los micro-plásticos que tanto nos quitan el sueño no solo provienen de las bolsas de plástico. ¡Un 35% proviene de los poliésteres o los acrílicos de la ropa! No tiene sentido. Si queremos cumplir con los objetivos climáticos, hay que correr. Por eso no estamos hablando de medidas a futuro lejano. La regulación entrará en vigor el 2024, de aquí a dos años. Y se espera que el sector textil esté totalmente regulado antes del 2030. Lo acompañarán otros productos la fabricación de los cuales hay que vigilar de forma urgente: teléfonos, neumáticos, materiales de construcción, paneles solares, cemento, aluminio, etc. Todo esto ayudará, de rebote, a transformar el mundo. Los países extranjeros que no cumplan no podrán exportar a la Unión Europea (UE), que es, como saben, el primer mercado del mundo. Y esto tendría que ser motivo de positivo orgullo: cuando Europa se arremanga, el mundo se tiene que arremangar.
Por eso, cuando me preguntan "¿cómo va todo?" siempre contesto: "Depende. ¿Hablas de mí? ¿Del país? ¿Del futuro del mundo? ¿De Europa? ¿De mi pueblo?". Honestamente, mientras seamos miembros de la UE, no nos podremos quejar. Vamos bastante bien, a pesar de nosotros.