En su reciente informe Digital Economy Outlook, correspondiendo al 2015, la OCDE reconoce que la digitalización avanza muy rápidamente y empapa el conjunto de la economía. En definitiva, que todos estos conceptos que sentimos denominar tan a menudo –banda ancha, datos abiertos, movilidad, Internet de las Cosas, macro datos, nube...– son tan potentes que se produce una convergencia imparable entre las tecnologías de la información y la comunicación y la economía a gran escala.
Una constatación así –no alejada de la percepción cotidiana de muchos de nosotros– refuerza la necesidad y la voluntad que tiene Cataluña de renunciar a ejercer un papel de mero espectador. Esta revolución digital –que es una revolución industrial, económica, cultural, social y, en último término, política– es, también, nuestra revolución.
El Gobierno de Cataluña lo quiso visualizar el octubre pasado al aprobar la estrategia SmartCat, la cual ha ido tirando pasos concretos de entonces acá: el centro de excelencia en macro datos, la constitución del grupo impulsor de los drons, el impulso próximo de un registro de identidad digital, la expansión de la anilla (telemática) industrial... El más nuevo es el lanzamiento del proyecto "Catalonia SmartLab".
Partiendo del interés de una veintena de municipios catalanes a desplegarse como Ciudades Inteligentes, se los ha propuesto de reunirse en este proyecto, conjuntamente con algunas empresas, la Diputación de Barcelona y la Dirección general de Telecomunicaciones y Sociedad de la Información de la Generalitat, que lo coordina. Además de los objetivos obvios de enxarxar-se, intercambiar experiencias y colaborar en proyectos, Catalonia SmartLab pretende configurarse como un espacio de pruebas para experimentar nuevos proyectos de ciudad inteligente.
Este segundo propósito nos sitúa plenamente en el terreno de la innovación. Estamos en condiciones de ser innovadores y/o adoptadores precoces de tecnologías aplicables a las ciudades inteligentes. Estamos en condiciones si lo abordamos con pro actividad, con una cierta osadía y con la aceptación del riesgo del fracaso –entendido cómo que, además de estar dispuestos a equivocarnos, estamos comprometidos a reintentar-lo.
El éxito de un reto de esta naturaleza y magnitud dependerá, sobre todo, de dos elementos. En primer lugar, que seamos capaces de crear un modelo de diálogo cooperativo. El desarrollo de las ciudades inteligentes necesita que hablen y se entiendan los generadores de tecnologías, sus usuarios –que son las emprendidas gestoras de servicios– y sus beneficiarios –que son los ciudadanos, los cuales tiene que representar la administración pública. Del diálogo cooperativo entre estos tres agentes del sistema,pueden salir los proyectos disruptius que representen un salto en la calidad de las ciudades y, a la vez, permitan la consolidación y el ensanchamiento de una industria catalana del sector.
El segundo elemento es que el beneficiario –el ciudadano– tiene que ser el centro de interés de las ciudades inteligentes. Y, por este motivo, la idea de inclusión es preceptiva. Lo es tanto en la medida que todos los grupos sociales tienen que tener acceso en las tecnologías que se implementen cómo en el objetivo que una ciudad inteligente tiene que combatir mejor la desigualdad.
Las ciudades inteligentes tienen que estar al servicio de las personas. Con el Catalonia SmartLab queremos ser un terreno propicio para explorar como se pueden desarrollar propuestas tecnológicas con cuyo objeto.