Imaginemos que nos levantamos un día en un mundo sin semiconductores. El despertador no suena. Nuestros electrodomésticos no funcionan: no tenemos nevera, ni microondas, ni lavavajillas. El televisor no recibe nada. Abrimos el ordenador para ver qué está pasando, y está bloqueado. No hay internet. El sistema operativo está colgado. Todos nuestros archivos se han borrado: archivos de trabajo, fotografías, mails, informes médicos y datos financieros. Toda memoria digital se ha desvanecido. Los teléfonos móviles están en blanco. Las centrales de telefonía fija también están bloqueadas. Ninguna aplicación está en funcionamiento. Whatsapp, Gmail, Instagram y Facebook no se abren. Las redes sociales están paralizadas. Ni soñar con hacer funcionar Netflix, Amazon o Google. Miramos a la calle y los semáforos no funcionan. Los coches no pueden arrancar. La banca ha perdido toda memoria de nuestros ahorros y de nuestras inversiones. Todos los dispositivos médicos, desde marcapasos hasta aparatos de radiografías, desde audífonos hasta sistemas de radioterapia se han bloqueado. Los hospitales se colapsan, impotentes. En las fábricas, todas las líneas de producción están inutilizadas: los autómatas, sistemas de planificación y robots industriales dejan de funcionar. Las industrias química, farmacéutica y alimentaria no pueden producir nada. Nadie puede recibir ni emitir pedidos. Las cadenas de suministro se han congelado. Las torres de control y los sistemas electrónicos de los aviones no funcionan. La economía, la sociedad y las comunicaciones en su totalidad se han congelado.
Dependemos absolutamente de los semiconductores. Nuestra vida está en chips (parafraseando el famoso programa de Joaquim Puyal, de los inicios de TV3). Desde la aparición de estos dispositivos, pequeñas pastillas que acumulan la inteligencia de todo lo que nos rodea, más y más productos y sistemas han ido incorporando semiconductores, hasta hacerlos absolutamente imprescindibles para el funcionamiento de la economía, la sociedad y de nuestra vida personal. Los chips son los bloques constituyentes básicos del mundo digital. Siempre llevamos unos cuantos encima: en el móvil o en el portátil. Actualmente, son recursos absolutamente estratégicos. Sin chips, nuestra realidad colapsaría y volveríamos, repentinamente, a 1950.
Antiguos campos industriales de arroz, hoy son vergeles de producción de procesadores de silicio
Y, a pesar de todo, en una especie de somnolencia que nos atenaza, ni nos damos cuenta de que existen; ni mucho menos nos hemos preocupado de producirlos. Cuando Catalunya ya era una potencia industrial, Corea del Sur era más pobre que Ghana y Taiwán era solo una gran plantación de té. Si hubieran seguido las doctrinas ortodoxas del mercado y hubieran reforzado su ventaja comparativa (aquello en lo que eran fuertes de manera natural), hoy serían grandes productores de arroz y plantas opiáceas. Ni Corea del Sur, ni Taiwán (ni antes Japón, ni ahora China) tenían ninguna ventaja comparativa para fabricar semiconductores. Pero con constancia, visión estratégica y políticas efectivas han conseguido controlar el 80% de la producción mundial de chips. Antiguos campos inundados de arroz, hoy son vergeles de producción de procesadores de silicio.
La pandemia ha roto las cadenas globales de suministro de chips. Asia tiene las cartas ganadoras. Incluso Estados Unidos, donde se desarrolló la ciencia básica que permite hacer posibles los semiconductores, han quedado atrás en la carrera tecnológica de la fabricación. Hoy, la fabricación de semiconductores es un cuello de botella geoestratégico. Europa, totalmente atrasada en la industria de los chips, puede entrar en una glaciación tecnológica. Afortunadamente, conserva alguna joya de la corona: uno de los procesos más críticos, el de grabación por fotolitografía, está en manos de la empresa holandesa ASML, que fabrica hoy la que quizás es la máquina más importante del mundo, un sistema de rayos ultra-violetas para grabar los circuitos en silicio que vale 150 millones de dólares, contiene 100.000 piezas complejas, y requiere 40 contenedores, tres aviones y 20 camiones para ser transportada. Su tecnología puede todavía seguir la ley de Moore: doblar la capacidad de los chips cada dos años. En EE.UU. se esfuerzan para evitar que máquinas de este tipo lleguen a China y los técnicos chinos puedan hacer ingeniería inversa. Las novelas de espías se escribirán en la frontera del silicio de dos nanometros.
Poner en funcionamiento una nueva planta de semiconductores es como fabricar un portaaviones o como construir una central nuclear: cuesta más de 20.000 millones de euros y requiere entre tres y cinco años
En cualquier caso, el mundo sufre hoy una aterradora escasez de chips y a los países occidentales los tiemblan las piernas. El sector del automóvil perderá más de 100.000 millones de dólares en ventas este año por la falta de chips. Seat ha planteado un ERTE para 11.000 trabajadores hasta 2022. Continuamente, en Catalunya, me llegan noticias de proyectos que se retrasan por la falta de chips. Y recuperar la producción no es inmediato: poner en funcionamiento una nueva planta de semiconductores es como fabricar un portaaviones o como construir una central nuclear. Cuesta más de 20.000 millones de euros y requiere entre tres y cinco años.
Imaginemos que una de estas grandes instalaciones se ubicara en Catalunya. Se generarían decenas de miles de puestos de trabajo de muy alta tecnología, con elevados salarios. Se desarrollaría una industria auxiliar próxima de extraordinario valor, en los segmentos de maquinaria de precisión y test. Se generarían conexiones con universidades y centros de investigación, que pondrían al país en la vanguardia de la investigación y la transferencia en este ámbito. Se generaría conocimiento de frontera, que se podría aplicar de manera inmediata en el territorio. Algunos equipos de investigadores y directivos, entrenados en la planta de chips, decidirían crear sus propias startups. Se atraería inversión de capital riesgo. Circularían por Catalunya miles de científicos y directivos internacionales en viajes de negocios e investigación. Se generarían miles de noches de hotel. Florecerían servicios anejos, con un alud de puestos de trabajo, desde restaurantes hasta empresas de consultoría especializada. Una instalación así garantiza décadas de prosperidad.
Una gran factoría de chips se ubicará donde haya una mejor oferta combinada y un mejor ecosistema innovador
Pero una planta moderna de semiconductores puede ubicarse en cualquier lugar de un país avanzado. Los semiconductores no tienen que estar cerca de los mercados finales, ni dependen de minas de materia prima para fabricarse. Una gran factoría podría localizarse en Múnich, en Helsinki, en París o en Barcelona. ¿Dónde se ubicará? Donde haya una mejor oferta combinada y un mejor ecosistema innovador. Una oferta de entorno tecnológico, de calidad institucional, de provisión de talento, de infraestructuras, y también (no seamos ingenuos), de fuerte inversión pública en forma de ayudas directas al I+D, créditos blandos y fiscalidad favorable. Hoy, empresas como TSMC (Taiwan Semiconductors) o Intel están rastreando Europa buscando el mejor lugar para ubicar las factorías del futuro. Países y ciudades competirán enconadamente por estas fábricas. La nueva geografía económica e industrial se construirá a su alrededor.
Nuestra vida depende de los chips. ¿Querríamos en Catalunya una planta de chips?