Se han escrito innumerables libros y artículos sobre liderazgo, para aprender a dirigir equipos y acompañar a las personas a convertirse en la mejor versión de sí mismas. Se dice que un líder es tan fuerte como lo es el equipo que lidera y que uno de sus principales cometidos es ayudar a las personas que lo integran a desarrollar sus capacidades técnicas, interpersonales y, incluso, la autoconfianza.
Estoy parcialmente de acuerdo, puesto que echo de menos una variable —desde mi punto de vista, imprescindible— en la ecuación. Esta variable es la persona. ¿Cuál es la responsabilidad de cada persona en un equipo? A menudo me encuentro individuos que, a pesar de ser brillantes y talentosos, adoptan una actitud pasiva. Permanecen a la espera que sea el empresa y, por lo tanto, sus líderes, quienes les proporcionen las condiciones, los planes y las oportunidades para desarrollarse. A mi parecer, esta responsabilidad tendría que ser de cada cual.
Es cierto que hay personas que tienen —de manera más o menos innata— ciertas capacidades, pero también es verdad que, sin la práctica, estas capacidades pueden acabar desapareciendo. He aquí la pregunta eterna: ¿nacemos con algunos talentos o los desarrollamos? ¿Y cuál es mi papel y responsabilidad —como miembro del equipo— para desarrollar este talento?.
Hay un libro muy interesante de Daniel Coyle, The talent code, en el que el autor explora la manera que tienen las personas de desarrollar el talento y las habilidades, y cómo influye la práctica en el proceso de aprendizaje. Coyle identifica tres elementos clave para desarrollar el talento: la práctica, la motivación y una técnica adecuada.
En cuanto a la práctica, Coyle destaca que no se trata simplemente de repetir una tarea una y otra vez; la clave es practicar de manera deliberada, enfocarse en las áreas que necesitan mejora y recibir retroalimentación constante. La práctica efectiva también tiene que ser reptadora y variada para involucrar el cerebro y estimular el aprendizaje.
¿Cómo sabe el cerebro qué nos importa? Pues bien, de esto se ocupa la mielina, una sustancia grasa que se encuentra en el cerebro y que recubre las fibras nerviosas, formando una especie de capa protectora. Esta sustancia tiene un papel fundamental en la transmisión de los impulsos nerviosos y, por consiguiente, en el funcionamiento correcto del sistema nervioso.
Cuando se lleva a cabo una actividad con frecuencia y se aprende a hacerla bien, el cerebro genera nuevas conexiones neuronales y refuerza las existentes. Este concepto se conoce como neuroplasticidad y es la base del aprendizaje y el desarrollo de las habilidades.
La mielina tiene un papel importante en este proceso de aprendizaje. A medida que se refuerzan las conexiones neuronales, la mielina va recubriendo estas conexiones y aumenta el grueso, cosa que mejora la velocidad de transmisión de los impulsos nerviosos.
Es decir, cuanto más se practica una habilidad, más mielina se deposita en las fibras nerviosas correspondientes, lo cual permite que la señal viaje más rápidamente y eficientemente.
Entonces, ¿qué relación tienen la mielina y el talento? Según algunos expertos, la cantidad de mielina en ciertas áreas del cerebro puede ser un indicador del talento o la habilidad en una área determinada. Por ejemplo, se ha encontrado que los músicos profesionales tienen más mielina en las áreas del cerebro que procesan el sonido y el ritmo que las personas sin experiencia musical.
Así pues, si una persona quiere desarrollarse y mejorar sus habilidades para convertirse en un experto, tiene que practicar e ir incrementando el grado de dificultad y el reto de estas prácticas. Un ejemplo representativo lo encontramos en las rutinas de musculación en lo que se conoce por carga óptima. Es el peso que un deportista puede llegar a levantar; un peso bastante desafiante para estimular el crecimiento y la fuerza muscular, pero que no cause ninguna lesión. Como apunta Coyle ,"el talento es un proceso en el cual un patrón de habilidades se incrementa lentamente, combinando pequeñas unidades de mejora día tras día" .
Este sería el primer compromiso que una persona tiene que asumir para formar parte de un equipo. El segundo elemento es la motivación. No entraremos en el debate de si la motivación es intrínseca y viene impulsada por un deseo interno o si depende de factores externos. Hablamos de motivación en el sentido de tener un propósito definido y una pasión, de hacer valer aquello que sabemos hacer y nuestras contribuciones. Tener claro el objetivo final e identificar pequeños hitos a lo largo del camino son factores determinantes para mantener la motivación y la perseverancia.
El líder, si quiere ser capaz de inspirar y conseguir resultados óptimos, tiene que predicar con el ejemplo y sacar el máximo provecho de los integrantes del equipo
Finalmente, el tercer elemento se basa en la importancia de adquirir la técnica adecuada. Esto implica observar el comportamiento de los expertos en el campo y buscar retroalimentación constante para mejorar continuamente. Por lo tanto, no solo requiere una actitud activa, sino también una curiosidad incesante, resiliencia para no rendirse y un fuerte espíritu de superación.
Aquí el líder sí que tiene un papel esencial, dado que puede contribuir de manera significativa a ayudar a los miembros del equipo. El líder, si quiere ser capaz de inspirar y conseguir resultados óptimos, tiene que predicar con el ejemplo y sacar el máximo provecho de los integrantes del equipo, proporcionándoles un feedback constante, constructivo y genuino.
En resumen, ser miembro de un equipo es una gran responsabilidad y exige compromiso, dedicación y esfuerzo. Cada miembro tiene que asumir su parte de responsabilidad y trabajar en colaboración para conseguir los objetivos del equipo. La clave se encuentra en la proactividad y la buena autogestión del ego individual en pro del ego colectivo.