Exención de responsabilidad: no sigo ninguna fe, creencia o dogma. En este negocio soy de la escuela de Russell-Sagan. Decía el primero: "Una cosa, o bien es cierta o no lo es. Si es cierta deberías creer y si no lo es, no. Si no puedes saber si es cierta o no, deberías suspender tu juicio. Me parece intelectualmente poco honesto creer en una cosa porque lo crees útil y no porque lo crees cierto". Lo completo con Sagan: "Las afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias".
Una de las tradiciones de Semana Santa es el debate entre los que saben de qué va —qué se celebra y qué significa para buena parte de la humanidad— y los que no tienen ni idea. Este último grupo a su vez se divide entre los que atribuyen su ignorancia al hecho de que no fueron educados en la fe cristiana y los que además de no saber ni gota, se enorgullecen. El razonamiento es algo como: "este conocimiento no es útil hoy, y dado que tengo tiempo y recursos limitados prefiero dedicarlos a cosas que me sirvan".
Este argumento me recuerda mucho a Sherlock Holmes tal como lo describía el Dr. Watson en Estudio en escarlata, cuando lo conoció: "Su ignorancia era tan notable como su conocimiento. De la literatura, la filosofía y la política contemporáneas parecía no saber casi nada".
A favor del argumento utilitarista del conocimiento juega la sociedad de la información —desinformación, sobreinformación, deformación, metainformación, llamadlo como queráis— en que vivimos inmersos
Watson se maravillaba de que Holmes no supiera, entre otras cosas, que la Tierra gira alrededor del Sol y que ignorara la composición del sistema solar. Holmes lo razonaba así: "Creo que el cerebro de un hombre es originalmente como una pequeña buhardilla vacía que tienes que proveer con los muebles que eliges. Un tonto coge toda la madera de todo tipo que encuentra, de forma que los conocimientos que le pueden ser útiles son cubiertos o, en el mejor de los casos, se mezclan con otras muchas cosas, de forma que le cuesta tenerlos a mano. Ahora, el trabajador habilidoso es muy cuidadoso en cuanto a lo que lleva a la buhardilla de su cerebro". Holmes, que podía distinguir entre las cenizas de 140 variedades de tabaco de pipa, cigarro y pitillo, solo se interesaba por aquello que le podía reportar beneficios como detective. A tal efecto, que la Tierra gire alrededor del Sol o al revés es del todo irrelevante.
Hoy, a favor de este argumento utilitarista del conocimiento juega la sociedad de la información —desinformación, sobreinformación, deformación, metainformación, llamadlo como queráis— en que vivimos inmersos.
Hace dos mil años era una paloma que llevaba la buena nueva al mundo; eso sí, a unos cuantos elegidos que administraban cuándo, cómo y con quién la compartían. Alguien que entienda nos tendría que explicar muy bien por qué el Dios cristiano eligió Israel para crear el Silicon Valley de la época y por qué los primeros nodos en conectarse fueron en Corinto, Éfesos y Tesalónica. Hoy el pájaro que lleva la buena nueva ya no es el del Espíritu Santo sino que es el de Twitter, lo hace de manera anárquica, descentralizada y en todas direcciones, y el Silicon Valley actual ya no está en la Mediterránea sino que está en Silicon Valley. Las cosas han cambiado un poco.
Lo que no ha cambiado nada son las ganas de "hacer del mundo un lugar mejor"; el mantra de cualquier emprendedor, de los de pela con cincuenta hasta Jeff Bezos y Steve Jobs (una parodia descarnada de esta visión la podéis encontrar en el final de la primera temporada de Silicon Valley —HBO— donde todos los emprendedores que presentan sus proyectos en el TechCrunch Disrupt empiezan explicando por qué quieren "hacer del mundo un lugar mejor").
Hoy el pájaro que lleva la buena nueva ya no es el del Espíritu Santo sino que es el de Twitter, lo hace de manera anárquica, descentralizada y en todas direcciones
Visto así, el Dios cristiano, al poner orden en el mundo, fue el primer gran emprendedor. No os riáis, hay multitud de literatura cristo-entrepreneur (he descubierto este mundo no hace demasiado y es una mina) que afirman que Dios hizo como los emprendedores: "creó algo de la nada", "estableció el orden a partir del caos" y lo hizo con voluntad de "crear bienestar para la humanidad". Decidme si esto no es la definición canónica de emprendedor. Si queréis profundizar en el tema siempre podéis recurrir al libro Jesus, Entrepreneur: Using Ancient Wisdom to Launch and Live Your Dreams de Laurie Beth Jones, autora del superventas Jesus, CEO: Using Ancient Wisdom for Visionary Leadership.
Pero el hecho es que no le falta razón a la señora Jones. Una de las grandes historias de emprendeduría es la de Jesús de Nazaret. Al margen de los registros de los libros que sus followers denominan sagrados —por lo tanto, parciales por definición— de su figura no sabemos demasiadas cosas con certeza; el registro historiográfico que hay es el de su vida pública, el último año y medio de su vida. Aún así, hay pruebas suficientes de que fue un gran emprendedor.
Como muchos de los emprendedores actuales de Silicon Valley disfrutó de un colchón familiar que le permitió dedicarse a filosofar y a pensar sobre cómo "hacer del mundo un lugar mejor". Steve Jobs se permitió no asistir a clase porque no le hacía falta trabajar, la mayoría de graduados de Stanford lo son porque sus padres —abogados, ingenieros o médicos de Silicon Valley— les han podido pagar los estudios y les han dejado un garaje desde donde cambiar el mundo.
Jesús, como hacen sus discípulos digitales actuales, tampoco siguió el negocio familiar a pesar de que trabajó en él hasta que tuvo un prototipo para su startup
Pues bien, en la Palestina del año uno tener un padre carpintero —carpintero era mucho más de lo que es hoy, hacían otros muchos trabajos— era tener un colchón económico y un garaje en forma de taller de carpintería donde empezar a cambiar el mundo. Jesús, como hacen sus discípulos digitales actuales, tampoco siguió el negocio familiar a pesar de que trabajó en él hasta que tuvo un prototipo para su startup. Entonces fue cuando con su capacidad de convicción —los elevator pitch se llamaban en aquel tiempo sermones de la montaña— fue capaz de entusiasmar a family, friends and fools para que dejaran buenos trabajos —algunos, como San Mateo, eran funcionarios— y lo siguieran en su nuevo proyecto, un proyecto que resultó ser muy disruptivo.
La disrupción que predicaba comportaba un cambio radical de paradigma: descentralización del poder, redes de igual a igual, abolición de la segmentación y hackeo al sistema. Esto inquietó a reguladores y grandes tecnológicas que hicieron de lobby para mantener el statu quo. Judas decidió vender las acciones por 30 monedas de plata, que dados el momento y proyección de la empresa emergente de Jesús era una gran valoración, pero que con los siglos se ha demostrado uno de los errores empresariales más grandes de la historia (solo comparable al de Ron Wayne, el fundador de Apple que vendió las acciones en 1976 por 800 dólares).
El final es sabido. Las grandes, los reguladores y la competencia llevaron a Jesús por el camino del Calvario. En los foros públicos era crucificado y no pararon hasta aplastar la empresa emergente que había creado; la empresa era su vida y se la dejó. Pero la gracia de las redes de igual a igual es que no hay un nodo central, que cuando cae uno, otro pasa a hacer su función. En el momento en que Jesús, su creador, fue crucificado, su mensaje ya había sido distribuido a todos los nodos, que se demostraron muy resilientes. Su mensaje se replicó con una velocidad sin precedente, primero en todos los nodos de la Mediterránea, después en los de todo el Imperio Romano, hasta que le llegó la valoración como unicornio en el año 312 con la conversión de Constantino.
Yo si fuera emprendedor me miraría bien todo esto de la Semana Santa.