Hoy hago una reflexión con la cual me siento directamente interpelada. Y es con este ejercicio de toma de conciencia que hago el primer paso para combatir este sentimiento que muy a menudo me hace un mal servicio. Me refiero a la llamada popularmente como síndrome de la impostora. ¿Por qué tantas mujeres ponemos en entredicho nuestro talento? ¿Por qué menospreciamos nuestras capacidades en lugar de sacar pecho y ponerlas en valor? ¿Por qué nos autosaboteamos pensando que no podemos conseguir aquello que creemos que no merecemos?
Si bien es cierto que los hombres también pueden sufrir el síndrome del impostor, se acostumbra a manifestar de forma mucho más generalizada en las mujeres. La falta de referentes femeninos es en gran medida uno de los factores que provoca que muchas mujeres, con un currículum y una trayectoria brillante, consideremos que nuestros éxitos son consecuencia de factores como la suerte o el azar y no por nuestras habilidades.
Un rasgo común en todas estas mujeres es el perfeccionismo. Trabajamos y nos preparamos intensamente y con un alto grado de implicación, pero desgraciadamente nunca nos sentimos suficientemente preparadas y evitamos el protagonismo por el temor o la inseguridad, frente a un posible juicio de terceros. Y de este modo, muchas veces nos autodescartamos y dejamos de ocupar esferas que nos podrían corresponder. Todo este escenario tiene mucho que ver con lo que se espera de las mujeres en la sociedad actual. Vivimos y hemos vivido muchas generaciones bajo el sistema patriarcal, siglos de supremacía masculina que ha invisibilizado y ocultado el papel de las mujeres en la historia. Hagámonos, si no, dos sencillas preguntas: ¿Se exige el mismo grado de perfección en el rendimiento en hombres y mujeres? ¿Se promueve una mayor competitividad entre mujeres que entre hombres?
"Muchas veces nos autodescartamos y dejamos de ocupar esferas que nos podrían corresponder"
El autoboicot y el síndrome de la impostora, en realidad, no son taras individuales o algún tipo de patología, sino el resultado predecible de la manera como se nos ha educado. Desde muy pequeñas se nos requiere el perfeccionismo, que seamos unas superwoman, unas "todoterreno": la mujer perfecta, la madre perfecta, la hija perfecta, la profesional perfecta… Y esto nos presiona y hace que asumamos un grado de autoexigencia superior. Muchas mujeres, demasiadas mujeres diría yo, hemos comprado esta idea que tenemos que llegar a todo. Pero esto es imposible. Y por el camino nos dejamos la salud mental, la salud física o las dos a la vez.
Muchas mujeres de éxito de hoy y de ámbitos muy diversos han admitido públicamente que sufrían y sufren el síndrome de la impostora. Puedo citar el caso, por ejemplo, de la cantante Jennifer López, de las actrices Meryl Streep, Emma Watson o Natalie Portman, o incluso de la Michelle Obama, la Angela Merkel o la Sheryl Sandberg, directora de operaciones de Facebook. En el síndrome de la impostora hay una gran parte de baja autoestima y de autocrítica permanente: dado que no nos valoramos, estamos continuamente intentando superar las expectativas que pensamos que el resto de personas tienen de nosotros y, por lo tanto, nos exigimos un nivel de perfeccionismo extremadamente alto.
"Debemos amar nuestros defectos y virtudes con tolerancia y empatía, pero también con una capacidad de mejora sana y mesurada"
Ni el estatus ni la profesión ni la formación son elementos determinantes o desencadenantes de este comportamiento. La podemos sufrir todas, sea cual sea nuestro origen, raza, edad o religión. ¿Pero, cómo combatir este sesgo de género en la autopercepción? A pesar de que no es sencillo, es importante trabajar y enfocarnos a identificar y reducir estas creencias que nos limitan y nos generan malestar. Pequeños cambios en nuestra vida cotidiana que nos permitan avanzar. Empezamos para romper esta dependencia respecto de las opiniones de los otros, ganemos objetividad a la hora de valorarnos a nosotros mismas, aprendamos a reconocer y apreciar las mismas competencias y conocimientos, pero también las limitaciones, y aceptemos y agradecemos los elogios y cumplimientos de terceros. En definitiva, queramos nuestros defectos y virtudes con tolerancia y empatía, pero también con una capacidad de mejora sana y medida. Todas nosotras, sin excepción, tenemos calidades que nos hacen únicas y excepcionales. Y este es el mensaje que tenemos que interiorizar y transmitir por todas partes sin complejos.
Afortunadamente, hoy contamos con grandes y varios proyectos liderados por talento femenino. Y esta es una tendencia que, lejos de pararse, irrumpirá en fuerza los próximos años. Fomentamos, pues, el empoderamiento desde la niñez, en casa, en las escuelas, en el trabajo. Asegurémonos de valorar y premiar el trabajo de nuestro equipo, proporcionemos un feedback activo, garanticemos una comunicación interna eficaz, fomentemos la motivación laboral y proporcionemos planes de formación adaptados a las necesidades y aptitudes de cada uno de nuestros colaboradores. Porque también es la misma sociedad, las administraciones y las instituciones quienes tienen la llave de este cambio.