La gerontocracia en el poder

31 de Julio de 2024
Rat Gasol

Por primera vez en la historia, la carrera a la presidencia de los Estados Unidos ha alcanzado un techo en cuanto a la edad de sus oponentes. Tenemos, por un lado, al candidato del Partido Demócrata, Joe Biden, que en caso de no haber sido por su renuncia de última hora, se habría presentado en la ceremonia de toma de posesión nada menos que con 82 años, y, por otro lado, al expresidente y líder del Partido Republicano Donald Trump, de 78 años, con tan solo cuatro años de diferencia respecto a Biden.

Y si todo sucede, tal como presagian muchas encuestas, este próximo 5 de noviembre el mundo, porque hoy en día los Estados Unidos continúa siendo la primera potencia económica mundial, podría ser presidido por una persona, a ojos de una inmensa mayoría, en edad de jubilarse.

Pero la longevidad de los líderes políticos no es algo exclusivo del continente americano. De hecho, y sin ir demasiado lejos, en el Estado español encontramos el caso de Manuela Carmena, alcaldesa de la Comunidad de Madrid a los 71 años; o Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria a los 79 años; o Abel Caballero, alcalde de Vigo a los 76. Y aún más cerca, en nuestra casa, encontramos dos casos recientes, los de Xavier Trias y Ernest Maragall, con 77 y 81 años respectivamente, ambos candidatos a la alcaldía de Barcelona.

Podríamos deducir que la permanencia de algunos políticos en sus cargos después de los 70 no es más que el síntoma de la enorme complejidad de la sociedad y de los mismos partidos para encontrar reemplazos a sus viejas glorias. Las gerontocracias son cada vez más habituales. Y es que el envejecimiento generalizado de las militancias genera una dificultad creciente para encontrar sucesores en cargos consolidados.

"El envejecimiento generalizado de las militancias genera una dificultad creciente para encontrar sucesores en cargos consolidados"

Y es aquí cuando surgen las preguntas y el debate. ¿No son estos candidatos demasiado mayores para seguir trabajando, y muy especialmente, cuando de su trabajo puede depender incluso el futuro de toda una nación?

En una primera aproximación, muy genérica, por decirlo de alguna manera, podríamos considerar que la juventud tiene algunas virtudes para los cargos de responsabilidad política, como serían las ideas frescas o las capacidades de adaptación y cambio, frente a la senectud que aporta la templanza y la experiencia acumulada. Pero quisiera no caer en la trampa de los estereotipos.

En este sentido, más allá de los evidentes signos de deterioro cognitivo de las últimas semanas, es profundamente edadista hablar solamente de la edad de Joe Biden y no de sus éxitos a lo largo de su mandato. Poner el acento en las arrugas y no en su experiencia. Nos encontramos, pues, con uno de los grandes males de este siglo XXI, la discriminación por edad.

El edadismo es un concepto que la Real Academia Española (RAE) reconoció no hace tanto y que constata la marginación que sufren nuestros mayores en el momento actual. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el edadismo es hoy la tercera discriminación más extendida en nuestro país, justo detrás del racismo y el sexismo. Un verdadero drama si tenemos en cuenta los últimos estudios internacionales de prospectiva y las proyecciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU): en el año 2050, España será el país más envejecido del mundo, y un 40% de su población tendrá más de sesenta años.

"Mientras la mitad de los presidentes del Ibex-35 se sitúan por encima de los 65 años, muchas compañías despiden a sus empleados de 50 o 60 años"

Y se da la paradoja de que, mientras la mitad de los presidentes del Ibex-35 se sitúan por encima de los 65 años, muchas compañías despiden a sus empleados de 50 o 60 años para rejuvenecer las plantillas y adaptarlas a los nuevos perfiles tecnológicos.

Es innegable que la abismal diferencia de edad de los representantes electos dificulta que nuestros jóvenes se sientan representados y confíen en sus instituciones políticas.

En Catalunya, la desafección política crece año tras año, sobre todo entre las nuevas generaciones. Y los datos así lo demuestran. Según el último barómetro del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO), en el rango de entre 18 y 24 años, a casi la mitad de los encuestados, exactamente un 47,6%, les interesa poco la política y a un 10,4%, nada. Podríamos decir que a partir de la crisis financiera global y del proceso, la percepción juvenil de la política gira hacia el descontento con el sistema. Sin duda, unos datos negativos pero no inéditos en Cataluya. De hecho, la desconfianza con la política es estructural en los países del sur de Europa.

Por más que es cierto que el contenido de las propuestas políticas es un factor clave a la hora de movilizar a nuestros jóvenes, no es el único. En un mundo cada vez más mediático, la comunicación política está adquiriendo un protagonismo ascendente. Y el cambio de tendencia en los hábitos de consumo informativo de las nuevas generaciones, que se aleja de los medios generalistas y tradicionales y los encuadra casi en exclusiva en las redes sociales, nos interpela a un cambio de perspectiva.

"En un mundo cada vez más mediático, la comunicación política está adquiriendo un protagonismo ascendente"

¿Pueden, por tanto, estos líderes políticos de la vieja guardia conectar con las necesidades del presente y del futuro?

Es inequívoco que la edad puede aportar cosas muy positivas a la actividad de un gobierno. Una mayor experiencia lleva a una mayor capacidad de decisión y comprensión para escuchar a los demás. Es necesario, sin embargo, no instalarse en posiciones inmovilistas y perder capacidad de innovación. Y en esta línea, es fundamental rodearse de un equipo intergeneracional o formado por personas con trayectorias diferentes.

Por inverosímil que parezca, en un mundo como el actual, en el que todo es frágil y acelerado, en el que las cosas cambian en cuestión de segundos, en el que lo que hace media hora era cierto, ahora es cuestionable, la gerontocracia política parece firmemente establecida en todas partes. Y, honestamente, no sé si esta es una buena noticia.