En el difícil arte de gestionar hay veces que llevas la iniciativa y otras en que vas a remolque, y las maneras de hacer y las expectativas de una y otra situación son muy diferentes. Cuando llevas la iniciativa tienes una idea y quizás un plan, mientras que cuando vas a remolque vas reaccionando a lo que va sucediendo, y no es lo mismo. Todos conocemos épocas y casos, tanto de empresas como de gobiernos, con liderazgos caracterizados por una visión, una idea de dónde estamos y hacia dónde debemos ir que da pie a planes y ambiciones, como también conocemos otros casos y épocas en que no los hemos tenido. A los primeros los calificamos de líderes y visionarios, y a los otros de gestores. Los dos perfiles pueden funcionar, pero son diferentes.
Cuando tenemos problemas graves que nos estallan acostumbramos a recorrer a los gestores que nos hablan de soluciones y propuestas a corto plazo, y hacemos menos confianza en los visionarios porque sus soluciones acostumbran a proyectarse demasiado allá en el tiempo. Ahora que tenemos un problema energético queremos soluciones para la factura de la luz que nos llegará al final de este mes, aunque sean cogidas con pinzas y somos mucho menos sensibles a las soluciones que nos hablan del precio de la luz que se podría conseguir de aquí a cinco o diez años, aunque sean sólidas.
Así que cada vez que recibimos una bofetada nos amorramos un poco más, y ya llevamos unas cuantas. La crisis financiera del 2008, la crisis soberanista, la crisis sanitaria por el COVID del 2019, la crisis energética del 2022 y la guerra de Ucrania… estos tortazos nos amorran y nos colocan de manera insistente en la urgencia y la emergencia, y por tanto en el cortoplacismo. Cada vez damos más responsabilidad en más sitios a personas de las cuales no esperamos visión ni planes a largo plazo, sino una cierta capacidad de resolver de manera eficiente la emergencia diaria.
Ya quedan pocas organizaciones con un plan estratégico, ahora todas tienen planes de acción. Y si esto continúa, lo pagaremos caro
Este momento coincide con el giro que han hecho hace tiempo muchas multinacionales, enfocadas descaradamente a priorizar el resultado del trimestre muy por encima de la expectativa de posibles resultados a años vista, y la cosa se agrava aún más por el vertiginoso ritmo de innovación tecnológica que hace difícil imaginar en ciertos asuntos qué soluciones técnicas serán posibles de aquí a unos años.
El resultado es que empieza a ser un bien escaso tener perspectiva, y demasiada gente con responsabilidad no sólo está amorrada al corto plazo sino que además considera poco realista tener planes a medio y largo plazo. Ya quedan pocas organizaciones con un plan estratégico, ahora todas tienen planes de acción. Y si esto continua, lo pagaremos caro. Es indispensable tener opinión y visión del medio y largo plazo, y el hecho de estar viviendo periodos de crisis no es excusa para abandonar la ambición. Gestionar una crisis sin visión de hacia dónde queremos ir nos hará aún más pobres. Hay que llevar la iniciativa y dejar de ir a remolque de los problemas, tanto si te dedicas a la política como a la empresa.