ZachMcCoy, un camarero de 30 años de Florida, recibió un martes de febrero del 2020 una nota del departamento legal de Google notificándolo de que la policía local les había requerido todos sus datos, y que si lo quería evitar tenía que llevar el caso a los tribunales. El bueno de Zach tenía entonces un teléfono Android, sistema operativo de Google, con las aplicaciones de Google habituales: Youtube, Google Maps, GMail. Google sabía de él más que nadie y estaba a siete días de que también lo supiera la policía.
A pesar de estar seguro de no haber hecho nada malo y de no tener nada que esconder, confiesa que sintió mucho miedo. Con la ayuda financiera de sus padres pudo pagar un abogado que siguió la pista del que le estaba pasando: era sospechoso de robo a casa de una señora grande, a una milla escasa de casa suya. ¡¿Cómo?!
Zach McCoy fue exonerado, pero otros casos documentados no han tenido tanta suerte, y han sido culpados de crímenes de los que después han resultado inocentes
Resulta que una herramienta de la policía de geovalla detecta quién ha estado en la escena de un crimen en las fechas en las que se ha producido. Funciona como una red de arrastre, pómo las de los pescadores, que atrapa todo lo que hay en un perímetro; en este caso el pez son los datos. Los datos se extraen de los GPS de los usuarios, conexiones a WiFi abiertas, a dispositivos Bluetooth y a torres de telefonía móvil. Recuerden la importancia que tuvieron las conexiones de los móviles a las torres de telecomunicaciones de los culpables del famoso crimen de la Guardia Urbana.
¿Qué pasó? Resulta que McCoy, quien desde el principio de internet había mantenido un perfil muy bajo en la red cuidando de su anonimato y de no utilizar su nombre real, iba cada día al trabajo en bicicleta y grababa la actividad con la popular aplicación Runkeeper. El día del robo, como parte de su recorrido habitual, había pasado tres veces por delante casa de la señora. Y ¿cómo lo sabía Google? Pues la aplicación Runkeeper coge la geolocalización del móvil que lleva el sistema operativo Android, que es suyo.
Al final se aclaró todo. Las mismas fuentes de datos que sirvieron para incriminarlo —tres veces en la escena del crimen en un día— sirvieron también para exonerarlo; las mismas tres veces estaban cada día que salía en bici e iba y volvía del trabajo. Zach McCoy tuvo la suerte de que sus padres lo ayudaron a pagar los miles de dólares que hicieron falta para costear el abogado, pero otros casos documentados no han tenido tanta suerte, y han sido culpados de crímenes de los que después han resultado inocentes.
Ah, y todo esto sin usar Pegasus ni nada parecido; todo con tecnología de kilómetro cero totalmente legal.