En Moscú vivía en el barrio de Khamovniki, cerca de Smolenskaya, donde está ubicado el ministerio de Asuntos exteriores ruso en una de las imponentes siete torres –"las siete hermanas"- que hizo edificar Stalin para demostrar que los rascacielos no eran, únicamente, cosa de los americanos. Tampoco estaba lejos del cementerio de Nomodévichi, donde está enterrado Jruschov. Pero sobre todo, tenía cerca el acogedor mercado de Usachovskiy donde me acercaba los fines de semana a comprar.
El caso es que al llegar a Moscú me enseñaron una pequeña parada de quesos en el mercado del que les hablo. Estaba gestionado por unos jóvenes que, como casi toda la juventud rusa, querían seguir las tendencias europeas -entre ellas las que apelan a los productos de proximidad-. A primeros de yo ir a comprar, los quesos no valían gran cosa -el embargo de productos frescos había empezado hacía no mucho-. Al cabo de dos años, los quesos eran excelentes. Y es que los empresarios rusos estaban encantados con el embargo blando -estúpido en mi opinión- que se les había aplicado por parte de Occidente. No tenían competencia exterior. Recuerdo un encuentro, retransmitido por televisión, entre Putin y algunos empresarios del país. Algunos de ellos hacían broma y, refiriéndose al embargo, le decían al presidente ruso: "¡Y que dure!".
El primer riesgo con las sanciones económicas es el sufrimiento de la población, y el segundo es que, en una situación de autarquía y de censura informativa, pase a contemplar a Occidente como el enemigo
De todo aquello aprendí una lección importante: hay que tener cuidado con las sanciones económicas. Puede ser que se nos vuelvan en contra. Por varias razones. Si los productos embargados no son esenciales, la sanción se convierte en una barrera proteccionista que ayuda que la industria local del país sancionado se desarrolle y que, por lo tanto, el castigo deje de tener efectos sobre la población al cabo de un tiempo. Además, se crea una situación paradójica: el mercado que se intenta sancionar se pierde por casi siempre más, puesto que el país sancionado pasa a no necesitar aquellos productos que importaba porque ya los produce él y cuando las sanciones se levantan los exportadores extranjeros ya no pueden vender: han perdido el mercado, allí ya no los necesitan. Por el contrario, si los productos son esenciales y castigan a la población entonces se pueden producir dos efectos negativos. El primero es el sufrimiento de la población -me explica una amiga rusa que en Moscú, ahora, ya empiezan a escasear productos farmacéuticos que provocan que se agraven e, incluso, la muerte de enfermos-. Y el segundo es el riesgo que, en una situación de autarquía y de censura informativa, la población pase a contemplar a Occidente como el enemigo que, al principio, vino a hacerse rico vendiendo sus productos y, cuando les interesa, se van y los dejan colgados.
Este último caso es el que denuncian muchas empresas europeas con bases productivas en Rusia. Si cierran -cosa que tienen que hacer, porque no recibimos suministros- no solo pierden producción sino que corren el riesgo de sufrir sanciones internas por parte del gobierno ruso y costes adicionales de despido de todo el personal que, de paso, y como ya he dicho, pasa a estar resentido: unos de Putin, pero otros de Occidente. Bien, el caso es que no se ha detectado que los embargos y castigos a Cuba o a Irán hayan ayudado a casi nada.
Todo esto ayuda a explicar el por qué del comportamiento diferenciado entre la Unión Europea (UE) y los Estados unidos. En un artículo anterior (Ucrania, los intereses europeos no son anglosajones) ya les hablaba de que uno de los grandes errores europeos cometidos con Rusia ha consistido en dejar que nuestros intereses fueran gestionados, no defendidos, por los mismos que llevaron a cabo la guerra fría: los anglosajones. Fueron muy útiles en la posguerra mundial. No lo han sido después, cuando han tratado a Rusia como si aún fuera la URSS, pero derrotada, claro. ¿En qué me baso para decir esto? No solo en la simple observación de la implantación de empresas europeas que cualquiera puede contemplar cuando visita Rusia. Miren, si no, la exposición, el riesgo, que tienen los bancos internacionales en Rusia actualmente.
Estamos hablando de bienes adquiridos y de préstamos que los bancos, domiciliados en Rusia, han dado a clientes. A ciudadanos rusos también pero, principalmente, a empresas que se han querido instalar allí. ¿Entienden por qué la UE tiene que defender sus intereses de forma diferenciada a los de los Estados Unidos?
¿Entienden el interés de los presidente Macron, el canciller Scholz y, aunque no sale tanto en las noticias, del primer ministro Draghi? Nuestros intereses, solo en el sector financiero, son 5,5 veces los intereses americanos. Y, claro, estos bancos han financiado operaciones de empresas de sus países de origen...
Por cierto, aprovecho la ocasión para llamar la atención de aquellos que van españoleando y creen que España (o Catalunya) se asemeja a Italia. Acostumbran a ser los mismos que dicen que los productos italianos triunfan en el mundo por puro marketing. No señor. Detrás de los productos italianos hay tecnología, calidad, saber hacer, asunción de riesgos, ambición... y (miren el gráfico) ¡una banca!