Miles de manos a la cabeza, puños en el pecho y brazos alzados claman por la noticia que ensucia el café de la mañana: muchos jóvenes quieren ser funcionarios. Esta opción, a menudo reducida a un simple hashtag, también incluye ser jueza, maestro, inspectora de hacienda o médico, y no solo hacer DNI en una taquilla.
No nos tendría que sorprender que los jóvenes se sientan atraídos por este camino profesional, especialmente en un contexto laboral marcado por la inseguridad y la precariedad. Noticias como la vuelta a la oficina después del teletrabajo en Amazon, con la excusa de despedir aparte de la plantilla, refuerzan la idea de tener un lugar de trabajo seguro con normas claras desde el inicio.
Desde la crisis del 2008, hemos sido testigos de un panorama laboral complejo. Los salarios se han mantenido bajos y las condiciones de trabajo han empeorado, generando una inquietud que nos acompaña desde hace años. En este escenario, la figura del funcionario se presenta como una alternativa atractiva: a pesar de que no es el sueño de juventud de nadie, es una garantía de estabilidad y seguridad, unos derechos laborales respetados y la posibilidad real de conciliar la vida laboral con la personal.
¿Y quién clama al cielo? Al parecer, algunos tuit-stars.
Se ha instaurado la creencia que las mentes más brillantes, creativas y con capacidad de liderazgo tienen que dirigirse hacia la empresa privada o el emprendimiento, como si la administración pública no requiriera talento.
Aunque a algunos los cueste de admitir, la administración pública necesita talento motivado, ágil y emprendedor. Tener buenos profesionales competentes hace que nuestros expedientes avancen más rápidamente adentro de la organización, puesto que ante los problemas buscan soluciones.
"Se ha instaurado la creencia que las mentes más brillantes, creativas y con capacidad de liderazgo tienen que dirigirse hacia la empresa privada o el emprendimiento"
Todo esto no cambia el hecho que la administración pública necesita urgentemente un cambio de modelo interno, para desburocratizarla, dotarla de transparencia y facilitar su transformación. Tendríamos que tener la mejor administración para tener un mejor país (un día me hablaron de "violencia administrativa").
He conocido funcionarios y técnicos de carrera preparados, que luchan día a día para avanzar los expedientes, que hacen lo que pueden con los recursos que se les facilitan, y que no han cogido nunca una baja. Dejo esto aquí por si a alguien se le ocurre sacar el tópico de que llegan a las 10 y se van a almorzar, o que cogen bajas de manera indiscriminada. Y seguro que muchos habéis conocido pencas en las empresas privadas.
Sin embargo, tenemos que tener en cuenta las motivaciones de los jóvenes de hoy. La aspiración a ser funcionario no surge del deseo de trabajar en una institución pública y transformarla, sino del sueño húmedo de conciliar, y tener un salario que te permita vivir. En un mundo laboral cada vez más inseguro y confuso, el deseo de encontrar un trabajo que ofrezca seguridad es comprensible y, incluso, admirable.
Además, es importante reflexionar sobre las consecuencias de este fenómeno: Si los jóvenes buscan el funcionariado como refugio, esto puede revelar una preocupación más profunda sobre el estado del sector privado y su capacidad para atraer talento joven y motivado. La confianza de las nuevas generaciones en el mercado laboral es frágil, y su historial no ayuda a ganar credibilidad.
"Si los jóvenes buscan el funcionariado como refugio, esto puede revelar una preocupación más profunda sobre el estado del sector privado"
Por otro lado, el sector público también tiene que adaptarse a las necesidades del siglo XXI. Necesitamos funcionarios especializados en temas que ahora mismo son difíciles de comprender (como la IA), formados en cuestiones como la brecha digital, el feminismo y la sostenibilidad, que no solo puedan gestionar el día a día, sino que también puedan innovar y aportar soluciones creativas a los retos de la administración. Si queremos que las personas con talento se incorporen a las filas de la función pública, tenemos que asegurarnos que estas profesiones sean atractivas, con oportunidades de crecimiento y desarrollo profesional.
En definitiva, la voluntad de los jóvenes de convertirse en funcionarios es un reflejo de una sociedad que busca estabilidad, respeto y dignidad laboral. Tenemos que tener en cuenta que el atractivo del funcionariado no solo radica en la seguridad, sino también en la posibilidad de contribuir al bien común, y tener un plan de carrera.
Si queremos un futuro mejor, tanto en el ámbito público como privado, es imperativo que escuchemos las necesidades y deseos de esta nueva generación y adaptemos las normativas del mercado laboral a sus expectativas laborales.