La alcaldía de Barcelona ha acontecido el principal objeto del deseo de todas las grandes fuerzas políticas. Los que querían conquistar el cielo, para mantener el único bastión relevante de poder que han podido lograr y conservar su líder carismática. Los soberanistas, para disponer de la clave de vuelta municipal que tiene que permitir pasos irreversibles hacia la independencia. Y encara el unionisme para comenzar la reconquista de las instituciones catalanas, donde ahora es claramente marginal.
Pero además de tan legítimos objetivos políticos, estoy seguro que a los barceloneses también los interesa saber qué propone cada candidatura para gestionar una ciudad tan compleja como Barcelona, que se encuentra en un cruce de caminos sin tener demasiado claro hacia donde quiere ir.
He aquí algunas hipótesis y algunas propuestas sobre las preocupaciones de los barceloneses y la manera de abordarlas.
A los ciudadanos los preocupa por encima de todo su calidad de vida. La carencia de trabajo y la precariedad y las bajas retribuciones son el principal factor de desigualdad y pobreza. Las políticas de atención a las personas son necesarias para paliar los efectos de la pobreza, pero esta sólo se solucionará creando puestos de trabajo de calidad.
Por un lado, hay que impulsar la generación y la atracción de actividades emergentes que pueden generar puestos de trabajo de calidad, como las vinculadas a las smart cities, las tecnologías Mobile, la creatividad y la cultura o la economía verde. Hay que velar para mejorar las condiciones de trabajo a los sectores más intensivos de mano de obra, como la hostelería y la restauración. Hay que impulsar un gran acuerdo ciudadano porque cada sector establezca un salario mínimo que sea de obligado cumplimiento, también para las empresas subcontratadas. En este sentido, la reciente propuesta del Gobierno español de elevar el salario mínimo hasta 900 euros va por el buen camino pero en Cataluña y en Barcelona se queda especialmente corta por el diferencial de coste de la vida. Un salario mínimo digne no tendría que bajar de los 1.200 euros.
La calidad de vida pasa también porque la ciudad funcione en todos los servicios básicos, empezando por el civismo y la seguridad ciudadana y siguiendo por la limpieza y el mantenimiento del espacio público. Y también para limitar el impacto negativo de la contaminación atmosférica sobre la salud. Más que muchas prohibiciones adicionales, hay que potenciar decididamente los vehículos híbridos y eléctricos, empezando por el parque público de transporte y servicios e incentivando los ciudadanos a adquirirlos. A la vez, hay que disponer de alternativas porque los desplazamientos entre el entorno metropolitano y la ciudad central no invadan las calles del centro y no colapsen los accesos rodados. Los aparcamientos de disuasión –P&R-, muy conectados a la red de transporte público y con tarifas atractivas, son la solución más operativa a corto y mediano plazo.
"Hace falta que el hecho de no estar en el centro de la ciudad no esté penalizado con peores servicios y comunicaciones"
La calidad de vida de los ciudadanos también pasa por el acceso a la vivienda. Las medidas acordadas recientemente para obligar que los promotores privados ofrezcan parte de las nuevas promociones en vivienda social va en la buena dirección, pero el número de viviendas sociales así previstos es claramente insuficiente en una ciudad con reducidos espacios de crecimiento. El término municipal de Barcelona es palabra pequeña y todo el mundo quiere vivir o desarrollar actividades económicas en el centro de la ciudad. Hay que contemplar la vivienda desde una perspectiva más amplia, al menos dentro de la Barcelona del metro. Hace falta que el hecho de no estar en el centro de la ciudad no esté penalizado con peores servicios y comunicaciones y por eso –cómo por el transporte, los grandes equipamientos o las políticas sociales- hay que recuperar la dimensión metropolitana de la gestión urbana.
Los usos turísticos y los servicios queestán vinculados compiten también duramente por el centro de la ciudad. Hay que hacer posible la convivencia armónica de los varios usos del espacio urbano dentro de nuestra tradición mediterránea, aliena a la segregación y especialización de las diferentes zonas de la ciudad. Hay que perseguir los alojamientos ilegales, erradicar la oferta de actividades que fomentan actitudes incíviques y no confundir la acogida y la tolerancia con el campi quién pueda. Y tenemos que ampliar y diversificar los puntos de atracción turística, pensando sobre todo en el visitante de viene por segunda o tercera vez, que es muy frecuente en Barcelona.
Un buen diagnóstico sobre los problemas de la ciudad es un paso imprescindible, aunque no suficiente, para diseñar unas políticas municipales adecuadas. Y todavía más, el mejor diagnóstico y el mejor programa quedan en muy poca cosa si los que lo defienden no tienen la capacidad de gestión, de concertación y de liderazgo para implementar las soluciones adecuadas. Diagnóstico, programa y credibilidad y capacidad de gestión son los elementos que seguro que valorarán en primer lugar los barceloneses –y, en general, todos los ciudadanos- a la hora de escoger sus nuevos representantes municipales.