Cuando hablo con mis amigos, todos llegamos a la misma conclusión: nos faltan recursos. Tenemos ideas, iniciativas y ganas de hacer cosas, pero nos faltan recursos para implementarlas. Seguramente hay alguien en el mundo hablando con sus amigos sobre el hecho de que les sobran los recursos y no saben qué hacer con ellos, y otro grupo de amigos que habla sobre el hecho de que no saben qué más hacer en su día a día para ganar cuatro algarrobas.
Yo pertenezco a la generación de la pequeña burguesía sobrecualificada. Personas que, por la posición social de nuestros padres, hemos podido acceder a buenas universidades y una formación muy elevada sin la necesidad de ser ricos o tener dinero para tirar por el tejado. Una generación que ha sido educada en todos los conflictos sociales y nuevas metodologías educativas, pero que ha tenido unos recursos limitados y una vida llena de contradicciones: entre la mentalidad baby boomer de nuestros padres y la promesa de un futuro que siempre es mejor y una altísima conciencia de los problemas del mundo. El resultado, como era de esperar, ha sido un alto nivel de problemas de salud mental y un aumento abismal de actividades de ocio y tiempo libre para asegurar distracciones de las presiones cotidianas.
"Es importante comprender hasta qué punto los problemas no son personales sino estructurales, pero esta conciencia, si no es activada por acciones, no nos resuelve nada"
Me enfada especialmente cuando se dice que los jóvenes ya no tienen conciencia de nada, que nos quejamos por todo y trabajamos poco. Y aún me enfada más cuando lo dicen personas que hacen pausas de desayuno de hora y media, que tuvieron un contrato fijo desde que salieron de la universidad o que siempre han trabajado en la empresa familiar. O aún peor, rentistas que han heredado grandes fortunas o personas que, por cualquier otra fortuna de la vida, no han tenido una circunstancia económica demasiado complicada. Antes la vida era más sencilla y las aspiraciones más pequeñas. Desde que nos tragamos sin masticar aquella falacia de que si lo quieres, lo puedes hacer o que todo es posible si lo sueñas, hemos entrado en una espiral de autodestrucción que no sólo nos ahoga, sino que no ha conducido a nadie a ningún lugar saludable.
Es muy fácil recomendarnos que no nos preocupemos tanto y que procuremos buscar la felicidad en las pequeñas cosas. Sí, aprender a valorar lo que tenemos puede ayudar a calmarnos en un momento de tristeza, pero no nos pagará el alquiler. Es importante comprender hasta qué punto los problemas no son personales sino estructurales, pero esta conciencia, si no es activada por acciones, no nos resuelve nada. Y a pesar del supuesto progreso personal que he hecho en los últimos años por leer, formarme, educarme y convertirme en una persona mucho más consciente, hace días que empiezo a dudar si esta conciencia es realmente un lugar deseable, o tan sólo un sol gigante que, como en el mito de Ícaro, acabará quemando las alas de aquellos jóvenes que se acercan con demasiada fe. ¿Es bueno conocer con detalle todo lo que no funciona, o es más recomendable aceptar una realidad imperfecta y procurar activarnos en unos temas en concreto para hacerla mejor? No queda claro de qué manera nuestra conciencia y sobreanálisis de la realidad nos hará más felices o más libres; lo que sí se hace patente es que nada bueno podemos sacar de acercarnos demasiado al Sol.