Ingeniero y escritor

Aeropuerto, cuarta pista para un aeropuerto de tercera

04 de Marzo de 2025
Xavier Roig VIA Empresa

Detecto que la polémica sobre la famosa cuarta pista ha entrado en periodo de sosiego. Conociendo al país, queda claro que esta calma no es más que silencio palermitano. Quiero decir, que el gasto que tenía previsto Aena se llevará a cabo en cualquier caso -sí es sí-. Ni que sea para construir jaulas de jilgueros o secadores de jamón ibérico para la T1 -que, visto el volumen- les debe hacer falta.

 

No importa que el aeropuerto esté a la cola en transporte de mercancías, cosa que ya denuncié en el artículo “De terceras pistas, de estómagos agradecidos y de barrigas vacías”. Ni tampoco que los aviones que llegan transporten, mayoritariamente, turistas ataviados con chanclas, mientras las fuerzas interesadas de la ciudad continúan asegurando que vienen a “hacer negocios”. Ni tampoco que la mayoría de las compañías aéreas que operan allí sean de bajo coste y que conecten docenas de ciudades nórdicas que tienen como destino preferente venir a Barcelona a celebrar despedidas de soltero. Todo esto no importa. El caso es construir, porque esa es la misión y el compromiso de Aena.

Mientras tanto, el aeropuerto “Pepe” Tarradellas continúa gestionado como si fuera un cortijo, donde el viajero tiene la viva sensación de que, hace unos años, en sus instalaciones, se organizaban corridas de toros. Con esto quiero decir que la impresión de que estás en Barcelona que, al parecer, y por casualidad, está en Catalunya, es nula.

 

"La salida del aeropuerto viene principalmente marcada por unos servicios de control de seguridad que, por lo que he deducido, han sido contratados por alguien que nos desea el mal"

Digo y mantengo firmemente que este columnista suyo -que tiene que viajar en avión más a menudo de lo que desearía- sufre dos momentos horripilantes cada vez que se desplaza: la salida y la entrada -no se puede decir llegada- por el aeropuerto del Prat. Son momentos, relativamente largos, de desagradable inquietud. Todo es bastante frustrante desde el momento que abandonas el mostrador de facturación -hasta aquí todo normal- y hasta que embarcas. Después, a la entrada, personalmente no encuentro el momento de coger el coche -nunca el taxi, que son del sindicato controlado de don Tito- y huir espoleado de lo que antes era el área agrícola más importante de Catalunya.

La salida viene principalmente marcada por unos servicios de control de seguridad que, por lo que he deducido, han sido contratados por alguien que nos desea el mal. Ya no hablo solo del grotesco pregonero que, en español europeo o latinoamericano, anuncia “de parte del señor alcalde oldecompiutersindemachín”, sino también de la permanente charleta que mantienen los que deberían estar en silencio comprobando si alguien lleva una bomba en el equipaje. Las conversaciones -les recomiendo que un día pongan la oreja para chafardear- siempre van de problemas laborales, de ventajas sociales, de protestas que uno le ha hecho al jefe de turno, etc. Todo de una gran ejemplaridad. Una vez pasado el trago, y si nada ha sonado -“¡elcinturóncaballero!"-, uno puede continuar la expedición y entrar al paraíso de la dehesa peninsular donde todo es ibérico, hasta el mal servicio. Eso sí, antes se deben sortear las tiendas que Aena ha instalado para hacerte caminar innecesariamente. Durante la espera hasta el embarque puedes llegar a contemplar cómo una chica de la limpieza charla con un empleado del aeropuerto que se encuentra, agárrense, sentado en una de las mesas de una de las cafeterías destinadas a los clientes. Bueno, dejémoslo correr. Todo provisto de una gran amenidad hispana. Al embarcar, la mala pesadilla desaparece -si la compañía no es española, claro- para volver a aparecer a la entrada, cuando regreses a casa.

Ya llegados, con la lógica felicidad del retorno al hogar, se encaminan hacia el control de pasaportes. Parece como si se adentraran hacia la dimensión desconocida. De repente hay unas bifurcaciones de cintas extensibles con un individuo que, si es hembra, grita “¡pasaportes europeos!” o “¡pasaportes españoles!”, como si el hecho fuera equivalente. El caso es que todo esto lo manifiesta al estilo de “¡soy de Santurce, las traigo yo!”, y como si estuviera poseída. Si, por el contrario, el que está en la bifurcación es macho, entonces el grito es de estética “¡se sienten, coño!”. El caso es que llegado a destino desconocido, donde está la policía española -porque, por lo que se ve, los mossos son extranjeros-, el embrollo es notable, ya que la gritería de los poseídos que estaban en la bifurcación tiene escaso efecto sobre los extranjeros, y siempre se cuelan distraídos que no son de pasaporte de la Unión Europea y todo ello causa un revuelo. Además, vuelve a haber otra atracción: las máquinas de leer pasaportes, que nunca van finas y donde algún insensato ha destacado a un individuo que parece como si las hubiera visto por primera vez cuando ustedes llegan.

"Ya se ve que lo que necesita este tipo de hub de pan mojado con aceite de la dehesa de Aena -ubicado donde antes se recogían unas alcachofas finísimas- es una cuarta pista"

De la recogida de maletas no hablaré, porque no tengo experiencia reciente. Solo diré que, si bien la facturo al salir, intento nunca facturarla al volver. Hasta donde recuerdo, el servicio es pésimo, las esperas larguísimas. Además, mayoritariamente, el servicio está en manos de los que un día invadieron las pistas sin que nadie los encerrara en prisión. El regreso a casa, ya lo he dicho, en coche propio o de alquiler con chófer. Nunca en taxis especializados en hacer chantaje cuando llega el Mobile World Congress.

En resumen, ya se ve que lo que necesita este tipo de hub de pan mojado con aceite de la dehesa de Aena -ubicado donde antes se recogían unas alcachofas finísimas- es una cuarta pista. O una quinta, si hace falta. El caso es dar vida a las constructoras del régimen, que para eso están: para que el dinero circule.