Tenemos el patio revuelto. La performance de Trump apenas comenzando el año ha preocupado a todos. Gobiernos y cancilleres, partidos y organizaciones internacionales, prensa y medios de comunicación... Una ola de pesimismo y de preocupación se ha extendido por todas partes, especialmente entre los socios occidentales de Estados Unidos. No había dicho mucho durante la campaña electoral y, por eso, ha tomado a todos un poco por sorpresa. ¿Va de broma o realmente tiene intención de invadir el canal de Panamá, quedarse Groenlandia de gratis o por fuerza y anexionarse Canadá? Por no hablar de su socio Elon Musk, que difama al gobierno laborista británico, refuerza a los neonazis alemanes y seduce a Meloni para hacer de Italia su caballo de Troya en Europa.
La hegemonía mundial de Estados Unidos, establecida después de la I Guerra Mundial y consolidada después de la II Guerra Mundial, había desarrollado un sistema híbrido de predominio: la supremacía militar, más o menos disimulada a través de la OTAN, y el llamado softpower, o poder blando, tanto o más eficaz que el militar. La gran mayoría de las sociedades occidentales aspiraban a vivir como los americanos, a ser como ellos. Primero fue la fábrica de los sueños de Hollywood, después la sociedad de consumo de los años 60, luego la hegemonía cultural, sobre todo en términos de cultura de masas. Y aún más recientemente, las redes sociales, surgidas y controladas desde territorio americano. Por cierto, durante la Guerra Fría, nadie o casi nadie quería ser ruso o vivir como ellos y este fue un factor decisivo en el hundimiento inesperado del mundo soviético.
"Ahora se trata de expansionismo a ultranza, sin los matices del 'softpower', por mucho que Silicon Valley se haya apuntado"
Ahora parece que estos mecanismos tradicionales ya no son suficientes. Silicon Valley no compensa lo suficiente los puestos de trabajo industriales perdidos por las importaciones chinas y alemanas. La innovación tecnológica ya no es un monopolio norteamericano: sean coches o baterías eléctricas, sean vuelos espaciales. El monstruoso déficit comercial financiado a un costo ridículo a fuerza de hacer funcionar la maquinita de imprimir dólares lleva por el camino de hacerse insostenible. E incluso una red social nacida en China, TikTok, compite con éxito con las redes americanas.
La receta de Trump enlaza con la tradición norteamericana de engrandecer el país, comprando y conquistando: desde las posesiones francesas y españolas, además de Alaska, hasta Texas, Puerto Rico y Cuba. El hinterland norteamericano no se contenta con América Latina, ese patio trasero demasiado pobre e inestable. Ni con unos aliados europeos liderados por una Alemania y una Francia, siempre haciendo equilibrios con rusos y chinos. Y no hablemos de un Reino Unido convertido en una sombra de sí mismo donde, además, ahora gobierna Stamer.
Por lo tanto, ahora ya no se trata de la guerra de aranceles prometida y ensayada ya con China. Ahora se trata de expansionismo a ultranza, sin los matices del softpower, por mucho que Silicon Valley se haya apuntado, no fuera caso que los límites éticos y económicos a sus redes y su IA le impidieran continuar creciendo sin freno. Musk, pero más sibilino, tiene claro que la aquiescencia de los gobiernos occidentales a través de la toma del poder por parte de populismos de derechas resulta vital para la continuidad de la hegemonía norteamericana en pleno siglo XXI.
No es seguro que los nuevos populismos sean más dóciles al amigo americano si finalmente se generaliza su llegada al poder. Pero de momento, esta es la opción que ya promovía Steve Bannon y que ahora, con más dinero y más medios, promueve Musk.
"Trump ya pudo comprobar en el mandato anterior que cuatro años es un tiempo limitado para cambiarlo todo"
Hablábamos al principio de las preocupaciones de buena parte de las élites dirigentes europeas y occidentales. Una preocupación que, con matices, podemos compartir. Trump ya pudo comprobar en el mandato anterior que cuatro años es un tiempo limitado para cambiarlo todo. Aunque ahora su poder sea más omnipresente.
Sin embargo, en estas lamentaciones, para que resulten realmente creíbles, se echa en falta algún atisbo de autocrítica. Porque alguna responsabilidad deben tener partidos, instituciones y medios de comunicación que han liderado la escena europea y occidental durante las últimas décadas para que una parte creciente de la población se sienta tentada a atender los cantos de sirena de los populismos reaccionarios. Es evidente que muchas cosas no se han hecho bien, comenzando por una mala gestión de la globalización. Los que ahora se lamen las heridas por adelantado, además de lamentarse, deberían proponernos algo nuevo, ilusionante y que llenara de esperanza a la gran mayoría. Porque la alternativa a la trumpización de Europa y de Occidente no podrá ser continuar haciendo como hasta ahora.