Me ha parecido demasiado descarado titular este artículo como el que abre el volumen Las Horas de Josep Pla: “Año nuevo, vida la de siempre”. Pero la realidad es esta. Todo, más o menos, continúa. Quizás todo parece alterado por la toma de posesión de Trump, pero no es debido al año nuevo, sino a las elecciones del año viejo. A demasiados errores de los años viejos.
Comenzar el año con buenos deseos o con malos augurios es una banalidad como cualquier otra. De entrada, porque el día uno de enero tiene una característica que es común a todos los días: tiene veinticuatro horas más que el día treinta y uno de diciembre. Si acaso, lo más excepcional es que, para muchas empresas, comienza un nuevo presupuesto a cumplir: ventas, compras, etc. Pero tampoco somos mayoría los países que, fiscalmente, comienzan el año el uno de enero. Por lo tanto, nada de demasiado nuevo.
“Comenzar el año con buenos deseos o con malos augurios es una banalidad como cualquier otra”
¿Cómo acaba el año 2024? A pesar de los intentos de las noticias de intentar vender más diarios a golpe de escándalos y catástrofes, la verdad es que el año 2024 acaba bastante bien. ¿Que hay algunas guerras? ¿Es que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha habido algún año sin ninguna guerra regional? Por el contrario, el mundo ha avanzado de forma bastante positiva. Por primera vez hemos vivido un año en que las emisiones de CO₂ de los países ricos se han reducido. Los amantes de las malas noticias dirán que no así en el resto del mundo. Ya. Pero el resto del mundo me importa un poco igual -por cierto, deberíamos dejar de preocuparnos por lo que pasa en el otro extremo del mundo, si no nos afecta-. Si los países ricos no contaminamos y China e India controlan sus emisiones -cosa que, en lo que respecta a China, está garantizado- el resto poco importa. Lo mejor que podemos hacer los países desarrollados es consolidar nuevas energías para que los países en desarrollo no tengan excusas para utilizar energía de origen fósil.
El ascenso al poder de Trump tampoco debería causar pánico, como pretenden los medios de comunicación y la clase política. Las razones son diversas. Trump es un desquiciado, pero no un idiota. Hará lo que podrá y lo que le dejarán. Y, aunque la mayoría de sus acciones nos puedan molestar, también habrá algunas que nos beneficiarán. Europa tendrá que tomar decisiones importantes sobre su futuro como Unión Europea (UE). En temas de defensa y en la implementación de medidas que implicarán modificar el sistema de toma de decisiones. Sería bueno, desde España, que la UE aplicara nuevas leyes sobre inmigración y que el debate pasara a ser técnico y no ideológico. También habrá que ver cómo acaba la guerra de Ucrania cuando la población ligue que las colas del médico se alargan en proporción directa a las aportaciones económicas a esta guerra. Una guerra que no acabará como se decía que queríamos, porque comenzó con errores de Ucrania no denunciados por nosotros. A Rusia, nos guste o no, no se la puede ganar. Parece mentira que la ignorancia haya campado con tanta facilidad.
"Por primera vez hemos vivido un año en que las emisiones de CO2 de los países ricos se han reducido"
¿Cosas que no cambiarán este año que comenzamos? En nuestra casa, la mala gobernanza continuará. Es lógico. Si no cambia la clase política -fíjense que no hablo de partidos- la cosa no puede mejorar. ¿No fue Einstein quien definió como loco a aquel que, sin cambiar nada de lo que hace, espera que el resultado de sus actos sea diferente? Pues eso.
En resumen, quien ponga grandes esperanzas en el nuevo año lo tiene crudo. Quien proyecte malos augurios, también. Todo continuará tirando. Con altibajos. Montaigne nos recuerda que “la vie est ondoyante”.