Balanzas fiscales. ¿Por qué el problema no tiene solución?

20 de Septiembre de 2022
Xavier Roig VIA Empresa

De forma recurrente se pone sobre la mesa el problema de las balanzas fiscales respecto a Catalunya con el resto de España. Es motivo de distracción de políticos y periodistas. Es como el vodevil del corredor mediterráneo. Ignoro si este último tiene solución. El problema de las balanzas fiscales no tiene en el intríngulis políticolegal establecido por la Transición. O hay una rotura, o continuaremos así sine die. Sería bueno que fuéramos conscientes de una vez.

Y el problema no tiene solución desde dos perspectivas: la imposibilidad democrática formal y la nula voluntad política catalana. Mirémoslo a la menuda.

Como que la mayoría de comunidades autónomas son deficitarias, no hay que ser un genio para prever que este organismo no resolverá nunca el problema del drenaje fiscal

Primera perspectiva: vía democrática formal. Imagínense una escala de diez vecinos en la cual, por el especial diseño del inmueble, ocho viven a la planta baja y dos al primer piso. Imaginen ahora que, por la cuestión que sea, los dos vecinos del primer piso necesitan instalar un ascensor que cuesta 250.000 euros. Y para construirlo se necesita la aprobación y la financiación de toda la comunidad. Veinticinco mil euros por vecino. ¿Ustedes creen de verdad que este ascensor se construirá nunca? Pues este es el caso de las balanzas fiscales. Al llegar la Transición se diseñó un sistema en el cual unas pocas comunidades autónomas -entre las cuales Catalunya- financiaban el resto de España. Y se dijo: "Como que somos democráticos, creamos un organismo formado por todas las comunidades autónomas que se encargará de modificar/ajustar este sistema.". Es decir, el equivalente a la comunidad de vecinos de mi ejemplo. Esta trampa de la Transición se llama "Consejo de Política Fiscal y Financiera de las Comunidades Autónomas". Y son miembros el ministro de Hacienda y los consejeros de hacienda de cada comunidad autónoma. Cómo que la mayoría de comunidades autónomas son deficitarias, no hay que ser un genio para prever que este organismo no resolverá nunca el problema del drenaje fiscal que soportamos los catalanes. Por lo tanto, no hay que insistir. Vía muerta.

Segunda perspectiva: nula voluntad política. Alguien podría decir: "entonces, los catalanes hacemos piña y miramos de arreglar el tema haciendo la presión política y social adecuada". Pues tampoco. ¿Por qué? Pues porque desde una perspectiva política, el país está dividido en tres grupos. Los diputados que están nombrados por Madrid. Estos nunca votarán a favor de Catalunya por principios. Sus principios, está claro. Obedecen a Madrid (el partido) antes de defender los intereses de los catalanes. Son aquellos que siempre se había conocido como "botiflers" y que la prensa tópica y bienpensando ha ido tirando olvidar por amor a una supuesta "convivencia". No hay que utilizar eufemismos ni ser políticamente correcto. El otro grupo está formado por diputados que, si bien no son de disciplina española (es decir, no son botiflers), creen firmemente en la solidaridad universal y están convencidos que si Catalunya tiene que morir en el intento de ejercerla pues ningún problema. El suicidio está justificado y ya les está bien en tanto no afecte su vida personal que podríamos calificar de "guai". Para hacerlo gráfico, hablo de aquellos que, cuando se mataba gente que quería cruzar el Muro de Berlin, no decían nada; pero eran capaces de montar un escándalo cuando enchironaban -injustamente, justo es decirlo- un sindicalista latinoamericano. Verdad, ¿que me entienden? Estos no votarán en contra de Catalunya. No les hace falta. Solo votando a favor de Andalucía, Extremadura, las Castelles, etc. ya basta. Y el tercer grupo político del país viene conformado por los diputados catalanes que, como tales, tienen el amo en Catalunya pero que están tocados por el secular y tradicional "calla, no fuera dicho que...!". Es decir, aquellos que no quieren ser tildados de insolidarios ni acusados de fomentar la independencia a golpe de intereses pecuniarios. Como si el interés de tener un sido fuera un acto de benevolencia suprema y desinteresada.

Total, nos encontramos que, en cuanto a una reivindicación que probablemente cuenta con el apoyo mayoritario de los catalanes -casi todos, porque todos estamos afectados: ricos, pobres; altos, bajos; empresaris, asalariados; etc.-, el país no tiene ningún representante que defienda nuestros intereses.

La solución, si nunca llega, será fruto de la independencia del país. Aunque, siendo tan burros como somos, podría ser que acordáramos una financiación "solidaria" para el resto de España, incluso habiendo acontecido independientes. Otra posibilidad podría consistir en el hecho que, llegado un momento dado, para aprobar los presupuestos, Europa exigiera cuentas de resultados regionales dado que ya tiene bastante que siempre sean los mismos los que van con la llagrimeta pedigüeña por delante. Mientras esto no llega, valdría más que no habláramos recurrentemente del tema; porque, al igual que sucede con el perpetuum mobile, el problema no tiene solución. Y yo me conformaría con que todos fuéramos conscientes de quienes tiene la culpa de que no se arregle. Porque de culpables, hay.