economista

Bicicletas

25 de Junio de 2016
Act. 12 de Julio de 2016
Enric Llarch | VIA Empresa
Estos días, el centro de Barcelona es lleno de banderines municipales que animan los ciudadanos a usar la bicicleta con el argumento medioambiental. Cuando después de los desafortunados accidentes de los últimos meses en qué dos mujeres grandes han muerto atropelladas por un ciclista, cuando otras muchas personas sufren caídas y lesiones diversas embestidas por una bicicleta, cuando hay gente mayor que tiene miedo de salir a la calle para no ser atropelladas por un ciclista, habría que esperar alguna campaña municipal para pedir civismo y responsabilidad a los ciclistas. Alguna campaña para advertir los peatones que vayan alerta cuando trabaran carriles de bicicleta. Pero no. El Ayuntamiento de Barcelona sigue con el mensaje tradicional: usáis la bicicleta y así protegéis el medio ambiente. Y bastante.

De hecho, este ha sido el mensaje y la lógica que ha movido el Ayuntamiento desde que el alcalde Heredero implantó el Bicing el 2007 y la bicicleta protagonizó un gran estallido de usuarios. Un éxito, pero fuerza carregós económicamente: 15 millones de euros anuales por 16.000 bicicletas. Tan caro que el resto de municipios metropolitanos han desistido de implantar el Bicing y se han limitado a promover el aparcamiento seguro con unos artefactos de dudosa funcionalidad, los llamados bicibox.

En todo caso, el objetivo municipal, y no sólo en la ciudad de Barcelona, ha sido aumentar el número de ciclistas por encima de todo. Por encima también del espacio, la exclusividad y la seguridad de los peatones, que son los más respetuosos ambientalmente de todos.

Sintetizando, hay tres tipos de problemas derivados de la fal·lera para conseguir aumentar el número de ciclistas a cualquier precio. El primero es lo ya mencionado de convivencia con los peatones. Muchas veces, los ciclistas invaden las aceras, sea porque seha pintado carriles encima o sea porque simplementecirculan porque los es más cómodo o más seguro. De hecho, se trata prácticamente del único vehículo que invade la acera, el espacio de seguridad de los peatones. Esto y el hecho que no se sienten y se ven poco provoca los accidentes y la inseguridad de los peatones, sobre todo de la gente mayor, con menos reflejos, menos agudeza visual y auditiva, menos agilizado y más fragilidad en caso de caída.

El segundo problema proviene de la deficiente implementación de los carriles de bicicletas. Unos carriles a menudo de doble sentido –porque así son más baratos y más fáciles de implantar- en calles de sentido único. Esto provoca que los peatones sólo miren en el sentido que vienen los coches y sean más fácilmente atropellados, como parece que le pasó a la desafortunada Muriel Casals. Esto para no hablar de los carriles que discurren estrictamente sobre las aceras, especialmente peligrosos cuando se cruzan en pasos de peatones.

El tercer problema deriva de las limitaciones técnicas del vehículo que es la bicicleta y del comportamiento irresponsable e incívic de muchos ciclistas. Si una tercera parte de las motos cae cuando de hacer una frenada fuerte, las bicicletas caen todas. Por eso, aunque vean una persona se cruza con su trayectoria, la gran mayoría hacen ir el timbre y miran de esquivarla, con más o menos suerte. Pero casi nunca frenan, porque saben que a partir de una determinada velocidad serán ellos los que irán por tierra.

Todo esto para no hablar de los ciclistas que atraviesan con rojo –con la irresponsabilidad que habitualmente se atribuye en exclusiva a los peatones- o que circulan en dirección contraria para no tener que dar la vuelta. Todo ello se añade a laxitud de los requisitos para circular en bicicleta: no se requiere acreditar ningún conocimiento del código de circulación, se circula desde el anonimato porque no hay que traer una identificación fácilmente visible, no tienen que traer las luces permanentemente encendidas porque se los vea mejor -como los motoristas-, no tienen que disponer de ningún seguro de responsabilidad civil por los daños que puedan causar. Y tampoco tienen que traer casco por la ciudad.

Pedir todos estos requisitos puede parecer que sería poner trabas al deseable aumento de los desplazamientos en bicicleta. Pero del mismo modo que cuando se exigió el uso del casco a todos los motoristas esto no comportó la disminución del uso de las motos, no hay motivo para pensar que sería diferente con las bicicletas.

El deseable objetivo de sustituir desplazamientos motorizados por desplazamiento en bicicleta no se puede hacer y no será posible a expensas del peatón. El uso masivo de un vehículo como la bicicleta obliga la Administración a aplicar los mismos requisitos de seguridad y de disciplina viaria que se exige al resto de vehículos. El Ayuntamiento de Barcelona tendría que dejar, pues, de hacer propaganda fácil del uso de la bicicleta y ponerse seriamente a garantizar la seguridad, la responsabilidad y la convivencia de la bicicleta, con los peatones y el resto de usos del espacio público.